jueves, 19 de diciembre de 2013

ROBOCHOT

Cuenta una leyenda urbana que una mañana, un importante ministro provincial se hallaba en su despacho  jugando candy crush, hasta que entró su secretario interrumpiendo tan  sacrosanta tarea.
- Permiso señor – dijo el secretario -. Afuera hay una persona que no tiene cita previa; dice que quiere verlo urgente, que es científico y que le trae la posta para resolver el problema de los saqueos.
El ministro hizo un gesto de desagrado, sobre todo porque la distracción le costó varias vidas del juego;  luego echó una mirada inquisitiva.
- Es el doctor Sarl Kagán – aclaró el secretario.
- ¿Kagán? – Exclamó sorprendido el ministro-  ¿El mismísimo Kagán, aquí? No lo puedo creer.
Cuando el científico ingresó al despacho el ministro lo saludó efusivamente.
- Me honra  conocerlo – dijo el mandatario –. Francamente yo no sabía que usted era real. Creí que se trataba de un mito urbano.
- Lo mismo me decía mi ex esposa, después de seis años de casados.
- Es que oí tantas cosas increíbles sobre su persona  que sinceramente….
- Aunque aún no han podido comprobarme nada – aclaró Kagán.
El ministro se quedó en silencio, desconcertado;  segundos después  prorrumpió en una estruendosa carcajada.
- ¡Veo que tiene buen sentido del humor! – exclamó.
- Se… claro – murmuró Kagán.
- ¿Y, a qué se debe el honor de su visita?
- Vea, ministro, la dermatología no es mi especialidad, sin embargo me gusta ir al grano.
Captada ya la atención del ministro, Kagán se puso a declamar como un vendedor de tren:
- En vista de los acontecimientos actuales, que ponen casi en jaque la estructura institucional de nuestra amada Democracia, cuando oscuros espíritus desestabilizadores quieren imponer de prepo sus siniestros planes a espaldas de la voluntad del pueblo, yo, señor ministro, quiero hacer mi modesto aporte para así mandarlos a cagar a todos esos traidores golpistas junto con sus execrables intenciones.
- ¡Bravo! – estalló el secretario, aplaudiendo  emocionado.
El ministro, de reojo, lo fusiló con una mirada gélida.
- Quiero decir – agregó Kagán, bajándole un cambio a su vehemencia – que  creo haberle traído la solución del asunto de marras.
- ¿Aquí mismo? – preguntó el ministro, con incredulidad.
- Así es, aquí. Precisamente está en mi camioneta. Si usted me permite…
El ministro asintió con la cabeza, tal vez por puro morbo, porque en realidad, hasta ahí, no había entendido una goma de toda esa perorata.
 Kagán sacó un Nextel de su bolsillo.
- Atento, Nabone.
- QRB doctor, cambio – respondieron del otro lado.
- Tienen autorización para traer al sujeto hasta la oficina del ministro.
- OK, QSL, doctor ¿Me puede dar su QTH?, cambio.
- ¿Qué dice, Nabone?
- Su ubicación, doctor ¿Dónde queda la oficina del ministro?, cambio.
- En el primer piso…
- OK, copiado. Vamos para allá. QSL, cambio.
-Nabone.
- QRB, doctor, lo copio.
- ¿Se puede dejar de joder con el jueguito del comando?  Muchacho grande, habrase visto.
- Es código Q, doctor.
- Venga rápido, antes de que lo mande al Q_erno de una patada en el Q_lo.
- QSL, doctor… digo… ya vamos…
- Ustedes comprenderán – se disculpó Kagán, dirigiéndose al ministro y al secretario –, tengo la obligación de bancar a mis ayudantes hasta que la reforma constitucional sea un hecho consumado.
- ¿Qué reforma constitucional?
- La que declare abolida la pelotudez galopante, señor ministro.
Cuenta la leyenda urbana que Nabone y Merdicheski (los ayudantes de Kagán), no con poca dificultad, acarrearon hasta el despacho una pesada  caja de madera, del tamaño de una persona corpulenta. Luego, ante el azoramiento del ministro, Kagán anunció con afectación circense:
- ¡He aquí el futuro de la seguridad ciudadana!
Acto seguido, con una barreta de hierro, desclavaron la tapa de la caja dejando a la vista su contenido: era una figura humanoide de metal, un  refulgente autómata.
- ¡Un robot!- exclamó el ministro asombrado.
-  Técnicamente se denomina Unidad de Aplicación de la Fuerza Pública. Permítame demostrarle cómo funciona – dijo Kagán, y extrajo una pequeña tablet de su bolsillo. Luego escribió una orden y la máquina se puso en marcha con un leve zumbido. Dos ojos luminosos se encendieron y el robot avanzó un paso.
El ministro estaba perplejo, o más bien, aterrorizado.
- No tema. Puede saludarlo con total cortesía – dijo Kagán, entusiasmado.
- Bu… buenos días – balbuceó el ministro.
- Buenos días, señor ministro – respondió una voz artificial.
- ¡Habla!- exclamó el funcionario.
- Por supuesto. De todos modos es una unidad de prueba. En el futuro quiero agregarle una voz más humana, una parecida a la del Poroto Cubero, por ejemplo.
Al ministro le costaba salir de su asombro y apenas podía articular palabra:
- Emmm… yo… dígame, Kagán…
- Ya sé señor ministro, usted querrá saber para qué sirve nuestro amigo aquí presente. Quiere conocer los pormenores de su funcionamiento.
- Eso.
En verdad, el ministro iba a preguntar  si todo el asunto se trataba de una broma, pero prefirió escuchar la sanata del científico, buscando acaso asirse a algún vericueto de razón que otorgase cordura al surrealismo reinante.
- Sin más preámbulos procedo a darle una demostración gratis –dijo Kagán-. Señor secretario, le ruego si es tan amable de colaborar un instante; tome esa barreta y finja que quiere violentar aquel armario. El prototipo procederá a su arresto.
Temblando como con mal de párkinson el secretario hizo lo que Kagán le pidió.
El androide emitió un sonido como de alarma, de una de sus extremidades surgió un cañón telescópico y dijo: “¡Date por preso, culiáo!”
Ah, perdón – se disculpó Kagán -. Lo tenía programado en modo “Policía cordobesa”.
- ¡Está armado! – exclamaron al unísono los funcionarios.
- ¡Y cómo! – aseguró Kagán -. Carga 25 balas calibre 7.65.
- Pe… pero ¿Es seguro? – farfulló el ministro.
- Absolutamente. No disparará a menos que sea inevitable y necesario. Y es dueño de una puntería magistral.
Acercándose a una ventana, Kagán agregó:
- Es capaz de darle a una mosca posada en una hoja de aquel duraznero… siempre y cuando la mosca hubiera infringido la ley, claro.  Como expresé, nuestro prototipo… - Kagán hizo una pausa, tomó de un brazo al ministro y le habló en voz baja – Prefiero no utilizar el término “máquina” delante de él, para no vulnerar su autoestima. Le decía – prosiguió en voz alta – que nuestro individuo de prueba consta de un software cargado con todos los códigos jurídicos actualizados: penal, procesal, civil, leyes municipales y de procedimientos policiales.
- Francamente, no sé qué decir – vaciló el ministro.
- No es para menos, señor.
- Se parece a Trucu, el robot de Neurus. – terció el secretario.
- Efectivamente. Lo diseñé así adrede, para  que no atemorice a los niños.
Es el policía perfecto, no exige vacaciones ni francos, ni aguinaldo, ni solicita carpeta médica por enfermedad, ni aumentos de sueldo; no lo vulnera ni el frío ni el calor. Sus gastos de mantenimiento son nimios: sólo algún ajuste de cuando en cuando y un cambio de aceite cada 10 000 kilómetros. Funciona con cuatro pilas doble A o se lo puede conectar con un cargador a 220.
 Pero el aspecto más destacado de esta invención reside en el hecho de ser  in-co-rrup-ti-ble, por dentro y por fuera. Nivel cero de error humano. Está construido con aleación de titanio de alta resistencia, material muy difícil de conseguir, por cierto.
- Qué casualidad – dedujo el secretario-. Hace un par de meses unos piratas del asfalto se hicieron con un cargamento de titanio en la Panamericana.
- Si… qué casualidad – murmuró Kagán.
- Y, dígame doctor – dijo el ministro - ¿Usted qué ganancia espera obtener de todo esto?
- Minucias, señor ministro. Sólo deseo una amnistía para cierto desliz impositivo que arrastro con el fisco y un reconocimiento mínimo en el Boletín Oficial… para refregárselo en la cara a esos engreídos de la Escuela de Leipzig – dijo Kagán, por lo bajo.
Cuenta la leyenda que el doctor Sarl Kagán hacía varios años que mantenía una contienda filosófica con la eminente Escuela de Leipzig, cuna del racionalismo epistemológico, a la que Kagán siempre se deshizo por pertenecer, pero cuyos miembros se encargaron sistemáticamente de ningunearlo por considerar todas sus teorías poco menos que fantochadas extravagantes.
En los claustros académicos eran famosas las batallas epistolares entre Kagán y el director de Leipzig, doctor Karl Rumenigge, quién en una oportunidad catalogó al argentino  como “una verruga en la nariz de la Filosofía”.
 Se dice que la réplica por parte de Kagán no se hizo esperar  y le respondió con un ensayo pletórico de elevado nivel intelectual titulado “Chupame la chota”, publicado en la revista Semanario de la cual un sobrino de Kagán era empleado de redacción.
-Y, dígame, doctor – dijo el ministro, quién poco a poco se fue entusiasmando con la idea de tener un policía robot entre sus filas -, si todo esto resulta bien ¿Tiene más de estos androides en stock?
- Por ahora no. Estamos diseñando el modelo “Chala”, de color verde con termo incorporado. Pero está destinado para la policía uruguaya.
- Bien – caviló el ministro -. A mí, personalmente, la idea me agrada pero como usted entenderá hay decisiones que dependen de más arriba. En el Gobierno van a preguntarme  sobre sus credenciales…
- Comprendo, señor: Soy egresado de la Universidad de Pitbull, Wisconsin, enseñé varios años en la UBA hasta que fui… digamos, exonerado por un leve problema de malversación de fondos… Y últimamente estuve en la cárcel de Batán.
- Ejerciendo la docencia, supongo.
- No. Como inquilino.
- …
- Actualmente me dedico a la ciencia free lance.
- En fin, va a ser difícil convencerlos pero, apelando al prestigio que lo precede, voy a tomar una decisión unilateral: Vamos a probar el prototipo por unos días, a ver qué pasa.
- No se va a arrepentir, señor ministro.
- Eso espero… ¿Sabe doctor que si todo esto funciona usted va a ser recordado como un patriota?
- Quisiera no ser recordado, señor. Prefiero estar vivo y que me tengan a mano.
- ¡Jaja! ¡Qué hombre ocurrente!
Cuando paró de reír el ministro preguntó:
- ¿Tiene nombre su… invento? ¿Cómo lo llamamos?
- Su denominación técnica es FPV 678, pero yo lo llamo Pascualito, en honor a mi abuelo – respondió Kagán.
- Un gran hombre seguramente.
- Para nada, era un viejo ladino. Pero el robot baila el charlestón igualito a él ¿Quiere que le muestre?
Así, por orden ministerial, la unidad FPV 678 o” Pascualito” fue asignada, a modo de prueba, a la comisaría primera.
Si bien el ensayo sembraba más dudas que certezas, al ministro la idea le pareció más viable que el plan original que tenía el gobierno para frenar la inseguridad incipiente (el de armar a cada ciudadano con una ametralladora AK 47).
Cuenta la leyenda que una semana después el ministro en persona aterrizó con su helicóptero en el techo del  laboratorio de Kagán.
- Doctor, venga conmigo urgente. Al robot le pasa algo – le dijo el ministro, apremiado y nervioso.
Un rato después el helicóptero descendía en plena vía pública.
Frente a la comisaría se desplegaba un espectáculo dantesco: La calle estaba obstruida por una barricada de neumáticos en llamas. El robot, subido al techo de un patrullero, sacudía un tacho a modo de bombo. Sendos pasacalles cruzaban la calzada con las leyendas “¡W 40 para todos!” y “Agrupación Transformer, presente”.
El comisario Madurga los recibió parapetado en su despacho:
- ¡Por fin llegaron! Está fuera de control – sollozó -. Al principio se comportaba con normalidad. Era servicial y obediente. Patrullaba las calles con absoluta discreción y disciplina. De repente, enloqueció. Se volvió contestador y mal hablado. Comenzó a hacer reclamos inconcebibles y a desacreditar mi autoridad. Hace un rato me corrió con un hacha por toda la dependencia diciendo que iba a descabezar la cúpula de la seccional.
- ¡No me diga que se volvió trotsko, por Dios! – imploró el ministro, tomando de las solapas a Kagán.
- Creo que no – dijo Kagán con inmutable parsimonia. Luego tecleó en su Tablet
-Voy a ingresar a su sistema para escanear el software.
- Para colmo se convirtió en un vicioso. En un solo día se bajó cuatro bidones de Elaión F 10. Y esta mañana lo sorprendí queriéndose trincar a la máquina expendedora de café – terció el comisario, desesperado.
Segundos después, Kagán dijo:
- Ahá, he aquí el problema: está infectado. Es el virus “Duhalde”. De ahí por qué se comporta como un rosquero hijo de puta ¡Les pedí expresamente que no lo utilizaran para bajar porquerías del Ares!
Minutos después el robot depuso su actitud y retornó la calma.
- Acabo de configurarlo en modo “Tolerancia cero” – dijo Kagán-. A partir de ahora procederá con absoluta sujeción a las leyes, será  ciento por ciento legal y consecuente con la autoridad. Ni el vuelo de un insecto se le va a escapar. Un auténtico alcahuete, diría.
Cuenta la leyenda que una semana después Kagán se hallaba en su laboratorio abocado a uno de sus experimentos (la incidencia de la música de Bach en la conducta de ciertos primates de la zona de Mataderos) cuando, de pronto, sonó el celular.
- Doctor Kagán, soy yo, el ministro – dijo una voz casi inaudible.
- ¡Señor ministro! ¿Cómo dice que le va?
- Mal. Necesito que se venga urgente. Acá hay un problema… No puedo seguir.
- Pero ¿qué pasa?  Hable más alto. Apenas lo escucho.
- ¡No! Le dije que no puedo. Vengasé ya, doctor, se lo ruego. Le envío el helicóptero.
- Prefiero ir en auto, señor. La última vez que aterrizó en el techo el gato de una vecina voló quince cuadras. Voy para allá.
 Cuando llegó y se encontró con el robot de pie en medio del despacho Kagán pensó lo peor.
- ¡Te nombraron ministro!
- Alto, identifíquese – respondió el robot.
 Kagán extrajo su Tablet y lo neutralizó poniéndolo en off.  De pronto, la puerta del armario se abrió lentamente.
- ¿Ya está? ¿Podemos salir? – preguntó una voz temerosa.
Cuando se aseguró de que el robot se hallaba neutralizado el ministro salió del armario:
- ¡Hágame el favor, llévese a ese monstruo inmediatamente! – bramó -. El proyecto queda cancelado, caput, sé finit.
- Cálmese señor ministro ¿Podría explicarme?
- Su engendro se ha vuelto incontrolable.
- Pero, no entiendo. El modo “tolerancia cero” es…
- ¡Ese es el inconveniente, Kagán! ¿No comprende? Ahora se volvió tan… perfecto ¡Se bandeó para el otro lado!
- Sigo sin captar cuál es el problema.
- ¿Cuál es el problema? ¡¿Cuál es el problema?! Mire.
El ministro extrajo un montón de papeles de un cajón del escritorio.
- Cuatro mil setecientas multas por contravenciones a automovilistas, peatones, comercios y hasta a niños de escuela.
- Me parece fenomenal – exclamó Kagán.
- Todas confeccionadas… ¡En una tarde!-  gritó el ministro, mientras zapateaba de disgusto-. En la comisaría se niegan a trabajar con él. Los quiere meter en cana a todos ante la más leve falta. El personal amenazó con un paro si no lo fletaban de inmediato.
- ¿Quién necesita a esos incompetentes? – dijo Kagán.
- Me sorprende que un hombre de mundo como usted no comprenda la gravedad de la situación, doctor. El asunto es que hasta el mismo comisario tiene sus chanchullos y un sujeto como éste viene a romperle los esquemas… Cuando usted llegó el desquiciado intentaba detenerme porque estacioné en doble fila en la puerta de ¡mi! ministerio.
- ¿Qué son esas marcas que tiene en la cabeza? – preguntó Kagán, mientras observaba al robot.
- Fue el comisario Madurga, antes de despedirlo le pegó cuatro tiros.
Por fin Kagán cazó la onda y se llevó consigo al autómata.
- No se preocupe por los destrozos. Serán deducidos de los impuestos del pueblo trabajador, como siempre – dijo el ministro, mientras los despedía.
Cuenta la leyenda que mientras iban en el auto el robot dijo:
- Doctor, percibo un dilema de lógica que no puedo resolver.
- Te escucho – dijo Kagán.
- ¿Tengo nombre, acaso?
- Pues sí. Yo te llamo Pascualito.
 - Así no me llamaban mis compañeros. Me decían “Ortiva”. Lo curioso es que, recabando en mi base de datos, esa es más bien una expresión de hostilidad.
- Es porque no te valoran. Creo que la sociedad aún no está preparada para merecerte – sentenció Kagán.
- A propósito, doctor, debo señalarle que no tiene el cinturón de seguridad puesto. Le confeccionaré una multa. Y otra porque acaba de detener el vehículo pisando la senda peatonal. Y otra más por conducir con una sola mano, cuando se rascó la oreja, y aquel perro está en falta porque circula sin correa, y…
Dicen que en ese instante el doctor Kagán tomó por la avenida Honorio Pueyrredón en dirección a los desarmaderos clandestinos de la calle Warnes.
Otra versión alega que Kagán decidió exiliar a Pascualito a un lugar donde pasara desapercibido, por lo que lo mandó a vivir a Suiza.
Sin embargo, otra versión afirma que el robot se hizo muy famoso en el programa de televisiòn “Bailando por un sueño”, donde participó bajo el seudónimo de Facundo Arana.












martes, 5 de febrero de 2013

La Historia según Kagán


Cuenta una leyenda urbana que una noche, inmerso en una bruma de vapores etílicos, el maestro Sarl Kagán abordó un taxi con intención de proseguir su juerga personal en un tugurio del bajo
”-Llevame al Antro de Perdición”, ordenó.
El chofer, más sordo que una tapia, interpretó mal la orden y depositó la persona del eximio pensador en las escalinatas de entrada de la Facultad de Antropología.
“-Carajo, qué bodrio de decoración tiene este cabarute”, dicen que se quejó Kagán, mientras transitaba desorientado por los fríos pasillos de la institución.
“Lo único que puede cogerse uno acá es un soberano resfrío”, sentenció.
Empero, la noticia de tan ilustre visita se expandió por los claustros del centro de enseñanza como reguero de pólvora; decanos, profesores, alumnos y algunos acreedores, de inmediato rodearon al eminente erudito, conminándolo a que les conceda el honor de brindarles una clase especial sobre el origen del Hombre.
Ni lerdo ni perezoso, el maestro accedió a las peticiones, un poco llevado por la inconsciencia producto de la curda; pero además, porque él jamás escatimaba disertar sobre cualquier tema, incluso aunque no tuviese el mínimo conocimiento sobre el mismo.

Al día siguiente, un público multitudinario colmó las plateas del salón principal de la facultad (aunque muchos, inmediatamente después abandonaron el lugar quejándose de que habían sido engañados por una falsa invitación a una conferencia de Roger Waters).
Aquella clase magistral quedó instalada, cual almorrana interna, en los anales de la institución.
La trascripción de la misma constituye el segundo capítulo del controvertido libro del sabio: “Breve historia universal, para tenerla clara”, prohibido por dictaduras y democracias, que presentamos a continuación (con diapositivas y todo)

El origen del Hombre, según el Dr Sarl Kagán
(Exposición dictada en la Facultad de Antropología de la universidad de cuyo….de cuyo nombre no hay registros claros)

“Mientras aún los reptiles dominaban el planeta, aparecieron los primeros mamíferos.
Dicho origen se produjo hace 180 millones de años (aunque ciertos estudios agregan tres meses más a esa data)
Yo, personalmente, tuve oportunidad de realizar estudios sobre restos fósiles de esa época y el Carbono 14 me ha demostrado dos cosas interesantes:
1) Que aquella data es bastante relativa.
2) Que la mayonesa del sándwich que me vendieron en el buffet tenía una antigüedad de un año, aproximadamente.
Las cerca de 5 mil especies de mamíferos conocidos en la actualidad se agrupan en órdenes, como son: cetáceos, carnívoros, marsupiales, roedores, desdentados, entre otros; como hoy en día se sabe, el Hombre desciende un poco de cada uno de ellos.
Para losel punto de inicio de la historia de la humanidad empezó con la aparición de los primates, hace unos 65 millones de años. Los primeros de ellos eran unos pequeños seres que empezaron a vivir en los árboles en lugar de permanecer en el suelo, según parece escapando de las fieras y de los Testigos de Jehová.

Los homínidos aparecieron hace 4,5 millones de años, de los cuales se distinguen varias especies, algunas de las cuales debieron coexistir, acaso por problemas de déficit habitacional.
Todos ellos comparten algunas características básicas:
1) Pueden mantenerse erguidos y caminar en dos pies
2) Tienen un cerebro relativamente grande en relación con el de los monos
3) Su mano tiene un dedo pulgar desarrollado que les permite manipular objetos y sostener naipes con comodidad.
4) Son propensos a la chabacanería y a la seborrea.
El Australopithecus el homínido más antiguo que se conoce, apareció hace unos 4 millones de años.
Obviamente, no se tiene registros gráficos de esta especie, seguramente porque en esa época no eran tan populares los locales de Kodak. Por ende, es muy valiosa la siguiente imagen de un espécimen de Australopithecus obtenida por un aficionado en el shopping de Abasto:

En 1925, el paleontólogo Raymond Dart descubrió el cráneo de un Australopithecus en Taung, al sur de África, precisamente adentro del freezer de su heladera.
El descubrimiento de este fósil, ancestro del ser humano e íntimamente relacionado con el mono, provocó polémica porque se encontró en África y hasta entonces se había fundado el origen del ser humano en Dorrego y Warnes, barrio de Villa Crespo (aunque después se supo que miembros de la comunidad paleontológica son de gastar bromas y esparcir restos fósiles en los lugares más inverosímiles para confundir las tareas de sus colegas)
Sus restos demostraron que estos homínidos medían más de un metro de estatura y que sus caderas, piernas y pies se parecían más a los de los seres humanos que a los de los simios. Caminaban erguidos y podían correr, lo que los hacía particularmente aptos para jugar de carrileros (los cuales hoy en día no abundan). Se cree que estos seres eran carnívoros, pues a su alrededor se han encontrado huesos, cráneos y restos de chimichurri que habían sido machacados para extraer el tuétano y los sesos, sin duda productos de un banquete o tal vez de alguna suegra exasperante.
De los estudios craneanos también se pudo establecer la escasa capacidad e los mismos y la deficiente cobertura odontológica que padecían estos seres.
Quizá la especie más famosa de Australopithecus es la Australopithecus afarensis, gracias al descubrimiento, en 1974 en Hadar, Etiopía, de los restos de , una joven mujer de la que se encontraron 52 huesos de un esqueleto, con una edad aproximada de 3.2 millones de años.
De ese descubrimiento se deduce:
1) Que Lucy resulto ser exageradamente longeva (a menos que algún bromista haya estado manipulando la máquina de Carbono 14)
2) Que la pobre era discapacitada, pues carecía de la mitad de su osamenta.
El género “Homo” apareció hace 2,5 millones de años y se distinguen al menos tres especies:
1) Homo habilis, cuyos restos fueron hallados en la zona de Barcelona, aunque se asegura que su origen es de Rosario.
2) Homo erectus. La prueba más elocuente de su existencia fue el hallazgo de cráneos femeninos con una sugestiva sonrisa fijada en sus mandíbulas.
3) Homo zapie. Se cree que eran homos solitarios según los restos hallados en diversas pensiones del Once.

Los Australopitecus no se llevaban bien con los del género homo, y tras diversas disputas decidieron extinguirse, acusados de homofóbicos.
Los integrantes del género Homo habilis tenían una capacidad craneana de 680 cm3 y su altura alcanzaba el metro y 55 cms. Eran robustos, ágiles, caminaban erguidos y podían dar vueltas carnero con total naturalidad. Sabían usar el fuego, pero no producirlo, por lo que dependían de empresas repartidoras.
La mayoría vivían en cuevas y en complejos habitacionales.
Eran recolectores de semillas, frutas y latitas reciclables.
La siguiente es una imagen computarizada de un individuo de esta especie recolectora:

La especie que se desarrolló posteriormente a ésta se denomina homo erectus, y como dijimos, son los que mejor la pasaban.
La diferencia fundamental entre el Homo erectus y los homínidos radica en el tamaño…
Se supone que la expresión “El tamaño no importa” fue creada por clara envidia por gente de una especie rival del homo erectus.
Su cuerpo es la culminación de la evolución biológica de los homínidos: era más alto, más delgado, capaz de moverse rápidamente en dos pies, tenía el pulgar más separado de la mano y su capacidad craneana llegó a ser de 1250 cm3, poseía dirección asistida y airbags las mujeres.
No obstante, la vida en esos tiempos era muy difícil, aunque algunos se la rebuscaron para llegar a la anciana edad de 30 años.

Entre los Homo erectus se halla el Hombre de Pekín, de una antigüedad de 400 mil años, del cual se han encontrado restos de víveres remarcados y góndolas de supermercado.
El homo erectus evolucionó hace unos 250 mil años en el homo sapiens, al cual en sentido estricto se lo denomina homo neardenthalis, nombre debido al hallazgo del primer cráneo de esta especie en el seca platos de un bar en el Valle de Nearthen, Alemania.
Los neardenthales vivían en zonas del norte de Africa y, tal vez favorecidos por la posesión de pasaportes de la Comunidad Europea, poblaron también el norte del viejo continente (que para ese entonces era bastante nuevo)
Estos eran cazadores especializados en atrapar mamuts, rinocerontes lanudos y algún que otro pata de lana,
Eran hábiles para fabricar armas y herramientas; excavaciones realizadas descubrieron utensilios, hachas y hasta una garlopa de carpintero (aunque esta última podría habérsele extraviado a alguna expedición previa).
Además, los neardenthales realizaban una actividad novedosa: enterraban a sus muertos, aunque vaya a saber si los mismos estaban muertos antes de ser enterrados.
El homo neardenthal desapareció bruscamente hace 35 mil años, para dar paso al hombre moderno. Algunas teorías establecen que esta súbita desaparición se debió al stress y la depresión provocada al enterarse aquellos de todo lo que faltaba para que se inventen el fútbol y la televisión.
Otra teoría asegura que la abrupta extinción se debió a la influencia de una sub especie denominada homo garkatis; tipejos ladinos y manipuladores que los explotaron hasta hacerlos desaparecer.He aquí una imagen computarizada de un espécimen del mencionado Homo garkatis:


Como corolario de mi exposición voy a dar a conocer una tesis de mi autoría:
Hace tiempo, un discípulo me instó a que arriesgara una teoría sobre el paso siguiente en la evolución del Hombre. Mi respuesta fue tajante, cortita y al pie, diría: “El Hombre involuciona”
Y he aquí una prueba irrefutable de ello:

Buenas noche”  (Aplauso cerrado)

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Dios es un guionista retorcido (3ra parte)

 “Somos arquitectos de nuestro propio destino; el asunto es conseguir buenos albañiles”
   (Sarl Kagán)



El escritor Gabriel Nitales aborda el final de su relato con un tono distinto. Y describe, no con poca dificultad, su incursión en los arrabales de la locura.
Y dice:

Al otro día,traté de volver a mi vida rutinaria lo mejor posible, pero el peso de la reveladora verdad no me dejaba tranquilo.
Pensé que hay cosas que es mejor no saberlas.
De escribir ni hablar. Sólo me salían pensamientos lúgubres y pesimistas.
“Estoy solo, en medio de un universo oscuro…..se cortó la luz y no compré velas”, y cosas así.
El teléfono me sacó de mi abstracción. Era Amanda. Su voz me cayó como un vaso de agua en medio del desierto:
““Hola Bebu! No sabés lo que conseguí. Unas cortinas con unos dibujos persas…o hindúes, no sé muy bien. Están divinas. Quería saber si  podés  ayudarme a instalarlas en el living. Venite y de paso tomamos unos mates y chusmeamos, si?”
Amanda y yo éramos amigos; amigos inseparables.
Amanda era mi amor imposible; aunque no creo que haya amores imposibles; hay personas que se quieren y otras que no. Nosotros nos queríamos. Y si nunca llegamos a “segunda base” fue por una cuestión de proporciones. Toda esta existencia no es más que una cuestión de proporciones.
Mi amor por Amanda era tan desmesurado que desequilibraba con el que ella sentía por mí.
“Sos tan buen amigo que sería un pecado perder tu amistad”, me decía.
Yo había llegado a la conclusión que amar a alguien no significaba estar encima de ella; ni adentro de ella. Yo, con estar cerca de ella, con ser parte de su vida, me conformaba. Yo amaba a Amanda de una forma tan inconmensurable, que rayaba en la idiotez.
Amaba su tiempo, su vida; amaba hasta su forma de ignorarme.
Sin embargo, la vida sentimental de Amanda parecía estar estancada también. Desde que nos conocimos, ella no volvió a salir con nadie. Pero yo sabía que tarde o temprano, alguien digno de su belleza y de su corazón aparecería y daría por terminada nuestra singular relación.
“Ay, Amanda. Qué privilegiadas e indignas manos tejen tu porvenir?”
Si ese honor fuese mío….

Fue entonces cuando una idea atroz, terrible se me coló en el alma; aunque en ese momento me pareció brillante: decidí dar con la persona artífice del destino de Amanda.
Mi intención era influir para hacer de Amanda la persona más feliz del mundo.
Pero, ¿cómo encontrar al canalla?
Decidí publicar un aviso en el diario. Para empezar, hasta que se me ocurriera otra cosa, bastaría.
Debería ser un mensaje sutil y claro. Pensé largo tiempo y al final diseñé algo más o menos aceptable. Mi aviso decía:
“Busco a quién escribe el destino de mi amada. Ella es alta, delgada; tiene cabellera rojiza como el fuego y, a pesar de ser joven, le asoman algunas canitas en la parte superior de la cabeza, que a ella la avergüenzan pero que son adorables.
Además, frunce la nariz de una forma irresistible cuando pronuncia: “Laptop”
El dinero solo me alcanzó para publicar mi mensaje en la página de necrológicas, al lado de un aviso que decía:”Arnulfo, pasaste a mejor vida; tus herederos también”
Era como un mensaje adentro de una botella, arrojado al océano.
Esa noche, tuve una de mis pesadillas recurrentes: Soñé que Karlos Arguiñano, decía: “Vamos a acompañar el topo a la orange con una buena guarnición de nabos cosechados de nuestra huerta”, mientras buscaba cortar mi miembro viril con una tijera de podar.

Un ruido me despertó.
Como todavía no había colocado la puerta que los policías habían arrancado, pude comprobar que Cosme, el diariero de la esquina, golpeaba las manos, parado en el umbral.
“Creo tener lo que andás buscando”, dijo, y me arrojó una pila de manuscritos.
“Al principio dudé, pero el detalle de las canitas fue inconfundible”, agregó.
“Yo, ignoraba que vos te dedicaras a escribir”, admiti.
“Esto es Buenos Aires, media cuidad escribe”, dijo. “La mía es la historia de una chica acosada por un gilastrún patético, que para lo único que sirve es para cambiarle las lamparitas de la casa y para sacarla a pasear al zoo domingo por medio”
“Ese soy yo!”, exclamé alborozado.
“Ahora”, dijo con solemnidad, “hablemos del precio”
Una pasta frola de Las delicias y la promesa de que ese sábado, yo, en persona, iría a destapar la cámara aséptica de su casa, fue el precio que pagué por tener el futuro de Amanda en mis manos.
Le pregunté a Cosme si sabía él si el cambio de autor funcionaría. Él me respondió de una forma categórica: “No sé”, dijo, encogiéndose de hombros.
Cuando Cosme se fue, yo ya estaba sumergido en un ataque de ansiedad que parecía reventarme el pecho.
Ahí, sobre la mesa, el futuro de Amanda, de mí Amanda, aguardaba a mi absoluta disposición.
Pero debía hacer una prueba, para ver si el mero hecho de escribir funcionaría.
Me concentré como pude. Amanda era mi personaje. Nunca tuve ni tendré un personaje tan amado.
Con las manos trémulas escribí: “Amanda está en la cocina. Lava los platos en silencio, mientras el sol mañanero hace refulgir su pelo rojizo” Cursilería aparte, al menos la frase rompía la inercia.
De inmediato llamé:
“Hola Ami”
“Hola michi! Cómo estás?”
“Bien. Quería preguntarte algo”
“Dime, amorete”
“Hoy, lavaste los platos, por casualidad?”
“Y…..si. Por?”
“No, por nada. Después te llamo”

Qué estupidez! Era obvio que ella todos los dís lavaba los platos. En qué estaba pensando yo? Debería ser más específico entonces.
Imaginé que un mosquito picaba su tersa mejilla.
“Hola, bella. De nuevo yo. Decíme algo. Hoy, por casualidad, te picó un mosquito en la cara?”
“Y, si. Fui a correr al parque y……ay, qué te pasa nene! Otra vez te tomaste el liquid paper creyendo que era yogurt bebible, no? Sos un colgado del diablo Gaby!”
“Ok, ok. Perdón. Después te llamo”
“No no! Soy un tarado”, pensé…..vamos con algo trascendental .algo que nunca o rara vez le haya ocurrido. Yo no quiero hacerle daño, jamás podría hacerle daño. Pero debo optar por alguna cosa categórica, que no deje margen a dudas.
Escribí: “Amanda, sentada en la cocina, tiñe distraídamente sus rojos cabellos, sin darse cuenta que el color de la tintura es verde”
Un instante después sonó mi celular.
“Ay! No sabés lo que me pasó!”, gritó Amanda, desconsolada. “Qué tragedia, Dios mío!”
No pude contener la risa.
“Yo tengo la cabeza como un semáforo y vos te reís, tarado!”
“Calmate, Ami. Tomate un te de tilo y después te ponés un gorrito; luego te cruzás a la perfumería a comprar una buena tintura. Todo va a estar bien, te lo prometo”
Todo va a estar bien Amanda.
Y así fue.
Yo me convertí en el artífice de la felicidad de Amanda.
Porque los meses subsiguientes representaron un verdadero paraíso en la vida de mi amada.
Yo, escribía sin descanso cosas buenas para ella. Atado perpetuamente a diseñar su vida, purgué con gusto la brutal condena de hacer de su vida un interminable edén.
Amanda encontró una notebook en el tren.
Amanda cambió su trabajo por el empleo mejor pago de la ciudad.
Amanda era brillante.
Amanda tenía una avidez de conocimientos que sentía que como si un velo se había descorrido y le presentaba al universo cristalino, fértil y maravilloso.
Amanda era feliz.
“Morfo como un cerdo y no engordo un gramo”, me decía.
“No hago ejercicios, y mirame, parezco una atleta olímpica”
“Sos feliz Ami?”, yo le decía. “Entonces, yo también lo soy”

Con el transcurso del tiempo, algo empezó a molestarme como si llevara calzoncillos de poliéster.
Algo no estaba bien. Algo estaba definitivamente mal.
Una idea empezó a germinar en mi alma hasta que floreció con visos de tragedia griega.
Empecé a verlo todo como una gran estafa. Trampa es la palabra exacta. Yo había gambeteado las normas establecidas, impulsado por un sentimiento auténtico, pero exacerbado. Y lo peor de todo, había arrastrado a Amanda en mi irreverencia.
Un día, recibí la prueba palpable de que mis temores eran ciertos. Ella me llamó:
“Hola Gaby. Quería decirte algo importante. Soy demasiado, insoportablemente feliz”
“Lo sé, linda. Y me alegra saberlo”
“No, no! Vos no entendés. Soy tan feliz que ya no lo soporto. No puedo más. Estoy como si me hubiera pasado de rosca y me invade una tristeza que ya no puedo contenerla. Me quiero morir. Me dan ganas de tirarme por la ventana”
“No Ami, calmate…..por favor”
De todos modos, vivía en planta baja, así que no corría serio peligro.
Esa misma noche, tuve  una visión tan reveladora que me hizo comprender la abyección de mis actos.
Era una pesadilla.
Soñé con el dedo acusador de Dios.
Era un índice descomunal, como de seis metros de largo, que se metía por la ventana y me apretaba la nariz mientras dormía:
“Hola. Hablo con el cabeza de alcornoque?”, Alguien decía.
Yo, en mi sueño, no tuve dudas de que ese gran dedo era el de Dios. Su maniquiur demostraba una categoría divina.
Asustado, salté de la cama.
“Conozco la herejía que estás cometiendo!”, tronó una voz.
“Pero, yo la amo”, alcancé a balbucear.
El dedo se sacudía furioso de un lado a otro de la habitación, tumbando los muebles, haciendo caer floreros y asustando al gato.
“Blasfemo! Cómo pudiste!”
“Pero yo….”
“En qué cabeza cabe, pedazo de animal!”
“Yo sólo quería darle felicidad. Acaso el amor no es eso? Nunca se ha enamorado Usted?”, argüí inconcientemente.
“Y eso qué tiene que ver, pelmazo? Con qué tupé rompes las reglas y te abogas el poder de decidir el destino de las personas?”
“Y Bostón?”, dije, sin pensar.
“Pero qué! Estás hablando con tu Dios, pedazo de marmota! No podés hacerte cargo del destino de otros…No pensaste en el libre albedrío?”
“Si, es que yo….”
“Calla, gusano! Provocaste mi ira. Me hiciste calentar. Y vas a recibir el peor de los castigos…y por partida doble”
“Pero Señor….puedo remediarlo”
“Silencio! Te condeno a deambular 40 años por las canchas, y nunca verás a Independiente campeón, ni siquiera de la copa de verano……vas a morir dos días antes de verlos levantar una copa…..y por si esto fuera poco, antes de los 40 te vas a quedar bien calvo”
“No!”, grité, “negociemos, por favor”
“Nada! Blasfemo! Pagarás…blasfemo!”
Mientras se alejaba profiriendo amenazas, el gran dedo acusador de Dios rozó la luz de mercurio de la calle:
“¡Blasfemo! ¡Ay la puta, me quemé!”

Cuando abrí los ojos, un grupo de tipos se encontraban impávidos, parados alrededor de mi cama. Eran los trastornados de la cofradía.
“Sabemos lo que estás haciendo, y pagarás. Más vale que tengas la heladera llena, no nos obligues a llamar a un delivery”
Ellos querían llevarse los manuscritos que contenían la vida de Amanda. Los convencí para que me dejasen pergeñar unos últimos detalles, para darle un poco de sentido a mi retirada. Les aseguré que no tramaba ninguna trastada, ni mucho menos matar a mi personaje central. Ya no me quedaban ganas de engañar a nadie.
Esa misma madrugada le dí a Amanda mi último pedazo de amor; lo hice con el objetivo de rescatar un poco de dignidad para mí mismo.

A la mañana siguiente, ella volvió a llamarme:
“Hola Gaby. Tengo que contarte algo”
Yo palpitaba hacía rato lo que iba a venir.
“Lo conocí hace unos días. Es un poco más joven que yo; es divino! Se llama Nicasio”
“Ja!”, pensé “Algún defecto debía tener el desgraciado”
Ella me contó detalles de cómo se conocieron; toda la secuencia la había escrito yo un rato antes.
Mientras ella hablaba, yo asentía fingiendo sorpresa.
“Estoy tan feliz! Pero ahora de verdad”
Con cada palabra, parecía que me hurgaban el corazón con una cuchara de helado.
“Ahá…qué bueno Ami!”, repetía yo; mientras tanto, le untaba mermelada al periódico y masticaba las tres primeras páginas del suplemento deportivo.
“Es un fanático de los asuntos de los Pueblos Originarios. Mañana salimos para Neuquén, a una reservación mapuche.”
“Quiero que te cuides”, sentenció, “creo que de ahora en más no vamos a poder hablar tan seguido. Cuidate mucho Gaby”
“Te quiero”, murmuré, pero ella ya había colgado.
Fue la última vez que hablé con Amanda.
Esa misma tarde, entregué los manuscritos a los locos de la cofradía y dejé el destino de Amanda en manos anónimas, como corresponde.
Como le corresponde a mí propio destino y al de vosotros.
Con el tiempo, dejé de buscar en otras mujeres detalles de ella: su pelo color zanahoria, su sonrisa, sus ojos y la manera de ruborizarse cuando mentía.
Con el tiempo también, pude colocar la puerta de mi cuarto en su lugar.

Hoy en día, escribo novelas de ciencia ficción bajo el seudónimo de H. P. Lovecraft.
Mis historias son tan absurdas que difícilmente hagan daño a nadie.
A propósito, si alguien de ustedes tiene en el fondo de su casa un criadero de chinchillas radioactivas superinteligentes, tal vez quiera saber qué le depara el porvenir.
Si quiere contactarme, mi mail es…….