lunes, 8 de noviembre de 2010

Cleta, la turra adolescente. Volumen 2

Nestor se fue.
Durante varios dìas la casa fue escenario de un desfile interminable de gente acongojada, triste y agradecida.
Cleta se mantuvo encerrada en su cuarto, durante todo ese tiempo.

Hoy, la casa recuperò la calma.
Mejor dicho, la casa fue invadida por una tranquilidad inaudita; una tranquilidad de ausencia.

Cleta, sigue recluìda en su habitaciòn.
Ahora conversa por telèfono con su amiga Huga, la propietaria de la carnicerìa “La 125”.

“-No sabès!”, dice Cleta indignada. “ Fue insoportable. Pensè que jamàs se irìan. Tanto bochinche.
Era como una pesadilla. Todo era tan....popular, que todavìa siento nàuseas”.
“-Nauseas?”, dice Huga. “Che, vos no estaràs con el bombo? Se cuidan vos y Magnetto?”, inquiere la harpìa.
“-Ay! Còmo se te ocurre!”.
“-Por què se te oye tan lejana? Anda mal la lìnea”, dice Huga.
“- No. Es que no puedo apoyarme el tubo en la oreja. Me arden tanto los oìdos! Creo que se me reventò un tìmpano”, se queja Cleta.
“-De todos modos, creo que tendrìas que haber estado presente”, dice Huga. “Al fin y al cabo, vos sos la heredera natural de “èsa”. Si algo llegara a pasarle, la casa serìa nuestra....quiero decir, quedarìa a cargo tuyo”.
“-Ya sè. Pero què querès? Solo pensar en el olor a tanto bolita, a chipà y a camionero....puaj! Con sòlo recordarlo, se me revuelve el estòmago”.
“-Pero, Cletita. Tarde o temprano vas a tener que vèrtelas con esa gente. Tenès que tratar de conquistarlos”.
“-Si me odian! Saben que los detesto. Si tan solo me votaran, les harìa pagar a todos”, dice Cleta con rabia.
“-Bueno. Para què estamos las amigas? Todas hacemos planes para ayudar a sacarte de encima a èsa yegua”.
“-Che, y Francisca? Cuando va a contarnos el famoso plan que tiene? hace màs de un año que amaga con contarnos y nada”, dice Cleta.
“-Vaya una a saber. Para colmo, hoy por hoy no da ni para hacerle un piquete en la puerta. La payuca de Alfreda està resentida, despuès que el Anìbal casi la destroza, y todas las campesinas amigas de ella parece que se avivaron y ni bola nos dan”.
(Cabe aclarar que el Anìbal es el rotwailler de Cristina)
“-Pero èso no importa”, prosigue la bruja. ”Tu amiga del alma Huga, tiene un as en la manga, que cuando te cuente, te vas a caer de culo”.
“-Ay contame!”, dice Cleta con ansiedad. “Please!”.
“-Te digo un nombre. Es un pròcer que està de nuestro lado y dijo que va a ayudarnos”. Huga se queda en silencio un instante, para reforzar el efecto que ese nombre provocarà en la soberana estùpidez de Cleta.
“-El Cabezòn”, susurra Huga.
“-Ay! Me meo!”, exclama Cleta, al borde del desmayo.

El Cabezòn era el tipo màs influyente del barrio.
Influyente en el mal sentido de la palabra.
Era taimado y manipulador. Tenìa que ver en todo negocio que involucrara a cualquier malandra del condado, sea grande o insignificante. Disponìa de las voluntades de la gente, como quièn mueve piezas de ajedrez.
Su poder estaba sostenido por un elemento mìtico: El aparato.
El aparato del Cabezòn le quitaba el sueño a màs de uno y arrancaba el suspiro de las adolescentes (y por què no de varios hombres tambien), aunque muchos no tenìan ni idea de què cuernos se trataba el famoso aparato.
Muchos arriesgaban a decir que el aparato del Cabezòn no era màs que su horrenda esposa.
Fea la pobre. Tanto, que era capaz de asustar a un ciego.
Sin embargo, èl no se separaba de ella ni a sol ni a sombra.
Muchos dicen que iban a todos lados juntos por el simple hecho de que èl no se animaba a darle jamàs un beso de despedida.
Habladurìas de la gente.

El asunto es que, lo ùnico que se escapaba del nefasto control del Cabezòn era la Casa, desde que habìan llegado Nestor y Cristina.
Ella ignoraba toda autoridad del Cabezòn y de cualquiera, y le hacìa frente con el arma màs letal de la que disponìa: Pura y absoluta honestidad.
Ser honesto, sin siquiera su consentimiento, era una afrenta que el Cabezòn no toleraba.
Ademàs, dentro de los còdigos mafiosos, una oveja descarriada era señal de debilidad para con sus secuaces.

La oportunidad para los facinerosos estaba dada.
Cristina debìa ausentarse porque tenìa una reuniòn de vecinos en el club G 20.
Cleta, la traidora, debìa infiltrarse en la habitaciòn de Cristina y sustraer la banda presidencial, sìmbolo del poder absoluto. Luego, revolearla por la ventana a la calle, donde el Cabezòn la recibirìa como por casualidad.
Era un plan viejo, que ya habìa dado resultado otras veces, con otros propietarios.
Luego, con la banda en poder del Cabezòn, Cleta dejarìa entrar a la caterva de “amigas” que llevarìan a cabo una sarta de planes malèficos elucubrados hace mucho tiempo.

Cleta oye desde su cuarto el ruido de la puerta de calle. Es su hermana que se aleja a cumplir con sus obligaciones.
Ni siquiera bajò a despedirla porque el horno no està para bollos.
La traidora baja subrepticiamente las escaleras, pero al llegar a la cocina, la sorprende una presencia inesperada.....bueno, no tan inesperada.
Es Hugo Chaves, quièn todavìa sigue instalado en el cuarto de huèspedes. Està preparàndose el desayuno.
“Pero èste tipo nunca se va a ir?”, piensa Cleta.
Luego, dice con insolencia:”No tiene usted un gobierno que atender?”
“-Claro que sì, chica. Pero primero estàn los amigos”, responde el venezolano con simpatìa. “Te preparo un cafè?”.
“-No gracias”, responde Cleta con bronca. “Ya vas a ver como te mando a Caracas de una patada”, piensa.

Cleta, a hurtadillas, sigue su camino hacia la habitaciòn de su hermana. El corazòn le golpea tan fuerte, que parece retumbar en el desolado pasillo. Lo que la anima es el helicòptero que sus amigas prometieron instalarle en el techo de la casa.
Ya en medio de la penumbra de la habitaciòn, Cleta se dispone a revisar los cajones, pero un rumor la sorprende.
Agazapado en la oscuridad, con las fauces babeantes, a un tris de abalanzarse sobre ella, se encuentra el rotwailler.
“-No!!! Cucha Anìbal!!”
Chavez continùa revolviendo su cafè, cuando ve pasar como una flecha a Cleta, atropellándolo todo a su paso. Detràs de ella, gruñiendo endemoniado, la persigue el can.
“-Èstos adolescentes”, dice el caribeño sonriente.

Encerrada en su cuarto otra vez, con la puerta vigilada por el Anìbal, Cleta mastica su fracaso.
“-Ay! Què ganas de hacer pis! Voy a tener que hacer en un florero”, solloza Cleta.

Continuarà?