jueves, 26 de abril de 2012

Mi teoría sobre el olvido

"La vida es porfiada"
(Doctor Sarl Kagan)


Miro mis manos translúcidas; veo cómo la luz de la pantalla las atraviesa ya casi  sin resistencia y, a pesar de que hace un tiempo que comenzaron los primeros síntomas, todavía no salgo de mi asombro; tampoco salgo de mi casa, porque esta “enfermedad” me ha confinado al encierro.

“Soy un ser olvidado”, me sorprendo murmurando a cada rato. “Cómo pasó esto?”

Mi teoría sobre el olvido dice que las cosas que son olvidadas desaparecen, dejan de existir, se borran.

Me acuerdo de un viejo sofá que persistía en mi casa desde la época de mis bisabuelos. A lo largo de tantos años, el mismo fue sepultura de infinidad de objetos que se escurrían de los bolsillos  de los ocasionales ocupantes. Generaciones de monedas, llaveros, encendedores, golosinas y hasta una dentadura postiza, se precipitaron hacia el abismo insondable abierto entre el respaldo y el asiento.
Cuando por fin le llegó el relevo al vetusto y desvencijado mueble, procedí a desmantelarlo, ansioso por encontrar vastedad de tesoros. Harta sorpresa me llevé al comprobar el magro botín: Alguna que otra moneda, un caramelo “media hora” y, por supuesto, la dentadura de mi tía Inés.
Qué había pasado con los demás objetos? Se esfumaron; porque habían padecido del olvido del resto de los seres que existen.

Cuando era pibe me gustaba (entre otros cientos de cosas) pasear por el cementerio de mi pueblo, Monte Grande. Si, ya sé: resulta una costumbre rara,  acaso irreverente.
Mis papás eran jóvenes, mis abuelos también, por lo tanto, el tema de la muerte aún no se había instalado en nuestra familia. La muerte era todavía algo remoto y que acontecía comúnmente a otras personas.

Además, muchos deben coincidir conmigo en que los cementerios tienen cierto atractivo exótico,  algo que infunde una sensación de rareza, de irrealidad.
El caso es que, una tarde, mientras deambulaba por los pasillos desiertos, leyendo lápidas, husmeando bóvedas, me llamó la atención  la actividad de un hombre, quien con una maza, rompía el cemento de una vetusta tumba ubicada en los arrabales del camposanto. Ese hombre, quien seguramente era un obrero empleado del lugar, tomó luego una pala y comenzó a cavar en el interior del sepulcro, ahora abierto.
Yo, agazapado detrás de una cruz de granito, espiaba excitado por la curiosidad y el morbo. Era una clara exhumación a plena luz del día, en una tumba vieja y olvidada.

Pero, el único rostro de asombro que ví fue el del tipo que cavaba. Durante un momento se detuvo y se rascó la cabeza en clara señal de confusión. Luego, escarbó un poco más, cada vez con menos ahínco, hasta que por fin, resignado, tomó sus herramientas y se fue.
Yo, me acerqué furtivamente hasta el agujero a cielo abierto. Con sorpresa noté que no había nada. Estaba vacío. No había muerto, ni ataúd; ni nada.
La experiencia y los años me revelaron que aquella tumba vacía era la sepultura de un muerto olvidado.

Las personas también pueden desaparecer por olvido.
Para que una cosa o persona pueda esfumarse en el aire como si nunca hubiera existido, el requisito indispensable es que la cosa en cuestión no se halle presente en la memoria de nadie, ni siquiera del ser más prescindible e insignificante que exista, ya sea éste un microbio o un marido desocupado.

Claro, los escépticos, los refutadotes, nihilistas y buscadores del pelo al huevo, dirán que mi teoría son sólo galimatías, cháchara improbable y sin fundamentos. Dirán que el único fin de mi retórica maltrecha es ganarme un lugar entre la fauna intelectual vernácula o quizás un bolo en el programa de Anabela Ascar. Les respondo que ni lo uno ni lo otro; y que si mis argumentos les resultan insuficientes, les recuerdo que yo mismo soy una prueba cabal de que mi teoría es cierta; aunque por pudor no me dejo ver porque no quiero hacer de mi condición un espectáculo circense.

Además, pensadores de renombre e intachable reputación han aludido al tema.
Jean Paul Sartre, en su conocida obra “El ser y la nada”, explica claramente lo que mi limitada (por no decir paupérrima) prosa me lo impide:

“Desde nuestra introducción, habíamos descubierto la conciencia como una llamada al ser, y habíamos mostrado que e! cogito remitía inmediatamente a un ser-en-sí objeto de la conciencia. Pero, después de descubrir el En-sí y el Para-si, nos había parecido difícil establecer un nexo entre ambos, y habíamos temido caer en un dualismo insuperable. Este dualismo nos amenaza, además, de otra manera: en efecto, en la medida en que puede decirse que el Para-si es, nos encontrábamos frente a dos modos de ser radicalmente distintos: el del Para-sí que tiene de ser lo que es, es decir.....”

En realidad, no se entiende ni jota lo que Sartre quiere explicar. Además incurre en ciertos errores, producto tal vez del stress o de alguna copa de Cabernet Sauvignon de más; por ejemplo, todo el mundo sabe y hasta su nombre mismo lo indica, que el cogito es un objeto que se introduce adentro de otro, o sea EN.
También erró el bochazo (acaso por un desliz tipográfico), al mencionar al dualismo como amenazante y peligroso…..quiso decir duhaldismo, seguramente.

Creo que para que se entienda lo que torpemente trato de explicar, mejor cuento mi historia y cómo he llegado a esta situación:

Yo tuve un amor. Y contra lo que muchos supondrán, siempre fui correspondido. Su nombre es Lidia (aunque ahora, según tengo entendido, se hace llamar Anestesia).
Yo siempre fui un tipo parco y huraño, poco afecto a cultivar las relaciones sociales. En verdad,  poco me importaba no tener amigos ni relaciones afectuosas.
Lidia descubrió algo en mí que la hizo quererme y para mi fue suficiente nexo entre yo y el resto de la Humanidad. Quiero decir que el resto de la Humanidad para mí fue simple y exclusivamente Lidia.
Es seguro, pues, que éramos una pareja feliz; ella, acurrucándose a mi lado mientras yo leía; yo, ignorándola lo más que podía.

Una infausta noche, regresábamos a casa luego de cenar en “El chorizo honrado”.
Lidia estaba exultante; quizás el tinto de la casa le había surtido efecto y se encontraba locuaz y dicharachera…..se había puesto hincha pelotas, bah.

Bella y traviesa,  abrió el techo corredizo de nuestro 504 y, parándose en el asiento, sacó medio cuerpo afuera, porque quería respirar el fresco de la noche. Yo no la detuve, pues en estado de ebriedad se ponía muy agresiva cuando la contradecían.
El maldito destino quiso que en ese momento pasáramos justo debajo del puentecito de Jean Jaures y las vías.
Ella, con los brazos extendidos en alto vociferó: “La puta! Que vale la pena estar……”
Esas fueron las últimas palabras que le oí decir a mi Lidia sensata.
Si bien el traumatismo de cráneo no fue grave, resultó suficiente para que a Lidia se le borrase la memoria.; “formateo mental”, fue el diagnóstico.
Más allá de eso, y de a veces creer ser una gallina clueca, Lidia se encuentra estable, aunque de mi persona no figure el mínimo rastro en su memoria.

Esa misma tarde, cuando abandoné el hospital donde ella aún hoy yace internada, comencé a experimentar los primeros síntomas de olvido. En la parada del 64, una parejita de adolescentes me miraba con curiosidad y reían codeándose entre sí.
Me miré a mí mismo y comprobé espantado que mi cuerpo se había vuelto translúcido. Corrí a casa desesperado y decidí quedarme inclaustrado hasta saber qué me pasaba.

Investigando en Internet pude dar con una eminencia sobre el asunto: El doctor Sarl Kagan. Este insigne profesional es Licenciado en ciencias ocultas de la Universidad de Pitt Bull, que por ser tan ocultas, él nunca supo bien de qué se trataban.
El doctor Kagan se convirtió en el científico más estacado en el tema de la disolución espontánea de personas, por no decir el único. Pero esta exclusividad más que por su erudición se debe a la indiferencia de sus colegas, a quienes el asunto les parece una reverenda estupidez.
Kagan hace referencia al tema que nos atañe en sus dos únicos libros publicados: “Ectoplasma para todos” y su celebérrimo “Era esto o trabajar”.
En el primero, hay un párrafo muy interesante que transcribo a continuación:
“Los fantasmas no existen. Lo que el vulgo denomina espíritus, espectros o almas en pena, son en realidad personas a media desaparecer. Son víctimas de un proceso de extinción que a la vez trae consigo trastornos tales como inapetencia (la comida se les cae al piso provocando un deprimente enchastre), caída del animo y de las monedas que infructuosamente  tratan de ponerse en los bolsillos y una patológica afición por mirar el canal Magazine día y noche”
“Lo único que sé del caso”, prosigue, ”es que una vez iniciado el proceso es irreversible, igual que cuando firmamos un contrato de celular con abono”
“Las causas del mal aún no las he podido establecer”, concluye el experto, “Será el olvido? O acaso el agua contaminada de algún reactor cercano?”
Kagan nunca pudo concluir con sus investigaciones. Una vez, durante un simposio de alquimistas, llamó embustero a un participante que quería demostrar el proceso de transmutación del agua en oro. Kagan terminó convertido en una estatua de 24 kilates. Hay quienes juran haberlo visto mucho tiempo después tratando de vender sus extremidades en un local de Tucumán al 800.

También, mediante el Internet, pude conocer innumerables  testimonios. El fenómeno de desapariciones por olvido es de lo más cotidiano y estamos rodeados por infinidad de indicios:
Pude saber sobre la existencia y posterior desaparición de cosas tan disímiles como un portal, un perro atado en el fondo de una casa, un internado de locos, un árbol enfermo.
Hubo un increíble caso donde después de un partido de futbol, uno de los equipos terminó con un jugador menos. El referí juraba que no había expulsado a nadie. Luego se dedujo que se trataba de un win derecho bastante introvertido y un tronco de primera.
Otra vez, también después de un aburridísimo cero a cero, los arcos del estadio terminaron sin redes. Aunque el utilero juró haberlas colocado, no le creyeron y lo echaron sin indemnizarlo.
“Habría jurado que en esta casa había un sótano”, decía la abuela de un amigo. Todos creían que la anciana acusaba demencia senil, pero la vieja tenía razón: La antigua casa tenía un sótano,pero las nuevas generaciones  de parientes condenaron al olvido.

Gracias al Facebook, pude cotactarme con otras personas que padecen este aciago mal.
Hubo un intento de reunirnos, de formar un club, una secta o peor aún, un sindicato.
Nos fuímos en aprontes. La idea nunca prosperó por dos razones:
1)  Las personas en vías de desaparición por olvido son en general tipos bastante jodidos. La gente olvidable es más bien complicada y resulta difícil ponerse de acuerdo con ellos.
2) Existen cláusulas expresas que prohíben alquilarle inmuebles a personas translúcidas, por lo cual se nos hizo casi imposible conseguir un local decente donde reunirnos.

Algunos sujetos, a la desesperada, optan por salir a asustar, presentándoseles a las personas “comunes” y pegándoles el susto de su vida. De esta forma, a través del miedo, buscan retrasar un poco más el desenlace fatal.
Para mí, la idea es ignominiosa y humillante. Prefiero el olvido.

Me queda poco tiempo ya. Estoy casi transparente y mis dedos apenas pueden presionar las teclas con que escribo estas palabras póstumas.
Pienso en Lidia, y en lo que tanto dependía mi existencia de ella.
De haberlo sabido, hubiera hecho más para que mi amor permaneciera en su memoria. Tal vez, de haberme cortado las uñas de los pies cuando dormíamos juntos, o desechar la costumbre de darle coscorrones cuando pronunciaba “haiga” o “estea”, hubiese sido suficiente para derribar el muro de su desmemoria..
Por lo menos, me habría comprado un perro para que me recuerde.
Pero ya es demasiado tarde. Dejo para el final (mi final), las palabras del doctor Kagan, que rezan: “Si acaso fuera el olvido la causa de las desapariciones, el único antídoto posible es permanecer en la memoria de algo o de alguien. Que nuestro paso por sta Tierra  no resulte en vano. Un acto de amor trascendental tal vez nos redima de tan cruel destino”

“Un simple acto de amor cometido a tiempo”, pienso. “Estoy en el horno”.