lunes, 20 de diciembre de 2010

Cleta, la turra adolescente. Volumen 3: Un cuento de Navidad


Cleta está en su cuarto acompañada por el cuarteto de arpías que dicen ser sus amigas.
Ellas son: Huga Biolcatta, dueña de la carnicería “La 125”, Francisca La Colo, Mauricia La Cheta y Mariana Grandona.
Ésta última es la intelectualoide del grupo. Siempre se jacta de haber recibido educación especial en el extranjero. En la Escuela de las Américas, para ser más precisos.
En realidad, Mariana habla utilizando una retórica sinuosa y retorcida que expresa a medias sus ideas arcaicas y remanidas. Pero eso es suficiente para impresionar a sus obtusas amigas.

De más está decir que todas, como ya es costumbre, se encuentran confabulando para que la voluble Cleta pueda quedarse con La Casa, previa expulsión de Cristina, su hermanastra y legítima responsable de la misma hasta diciembre de 2011.

“-El Cabezón dice que contemos con él para lo que sea”, manifiesta Huga.
“-Callate. Por hacerle caso la última vez el Aníbal casi me come”, se queja Cleta. (Cabe aclarar que el Aníbal es el celoso rottwailler de Cristina).
“-Ese perro!”, dice Francisca. “Tendríamos que envenenarlo”,
“-No! Mi hermana me mataría”, dice Cleta. “Además, sería imposible. El muy cretino es vivísimo. No se traga ninguna engañifa”.
“-De todos modos, el Cabezón dice que tiene un plan infalible. Que otras veces lo probó con buen resultado”, agrega Huga.
“-Un plan? Yo tengo un plan!”, dice Francisca, con entusiasmo.

Todas se quedan expectantes, mirándola para que explique su plan. Al cabo de un rato, un grillo (el de siempre), termina con el silencio imperante.

“-En fin. El Cabezón dice que lo llamemos para ultimar detalles”, dice Huga.
“-Yo creo”, dice Mariana, “que la traición se mide de acuerdo al estado de la Historia en que transcurre”.
Las demás se miran con cara de no cazar una.
“-Ahí vamos de nuevo”, murmura Cleta.
“-Cómo dijo el pensador griego”, prosigue Mariana. Mientras habla, gesticula con las manos, haciendo círculos, como si estuviera poniendo una bombita de luz imaginaria. “Garkopulos. Y del Hebreo, “Judas es un poroto”.
“- A mi me parece”, interrumpe Mauricia, “tipo...que, si hacemos de cuenta que trabajamos y entonces.....podemos echarle la culpa de todo a los pobres......y de paso a Cristina. Así, de esa manera, nos convencemos a nosotras mismas, que eso es lo único que importa”.
“-A esta nunca se le entendió un carajo, pero desde que le hicieron la traqueotomía para sacarle el bigote postizo que se tragó, se le entiende menos todavía”, murmura Huga.
“-Se puede saber por qué tenés esa cara vos?”
“-Estaba pensando”, responde Cleta, con tono desanimado. “Digo. Y si lográsemos que la gente nos vote. Así nos quedaríamos con la Casa por derecha”.
“-Eso es lo que pretendemos. Quedarnos por derecha”, dice Mariana.
“-Y cómo pensás lograr éso?”, pregunta Huga.
“-Y....tal vez....si nos fijáramos en la gente del vecindario, en sus necesidades. Podríamos ver qué podríamos aportar nosotras para mejorar la vida de la gente. Así podríamos prometerles cosas que realmente cumpliríamos. Acaso con un poco de honestidad e inteligencia lograríamos más que ideando planes inútiles”.

Las demás se quedaron azoradas por la profundidad del discurso de Cleta.
Luego de un largo silencio, Huga habló por fin:
“-Y vos decís, que siendo honestas, inteligentes y sensibles, tal vez ganemos legítimamente las elecciones?”
Cleta asiente con la cabeza.
“-Es mucho sacrificio”, dice Huga. “Mejor llamemos al Cabezón”.

El plan del nefasto Cabezón era simple y maléfico.
La noche del 24, él mismo, en persona, se presentaría casa por casa del vecindario, disfrazado de Papá Noel.
En sus alforjas, en vez de regalos, llevaría cajas conteniendo a sus temibles termitas saqueadoras.
Cuando a las 12, la gente abriera sus “regalos”, se desataría un caos atroz.
Toda la responsabilidad caería sobre Cristina y la gente indignada exigiría su renuncia.

Llegado el momento, en la Nochebuena, el Cabezón estaba preparado según lo previsto. Pero, cuando iba a abordar la primer chimenea, algo aconteció. Al muy inútil se le escapó un detalle fundamental.
Por el frente de la casa llegaba el verdadero Papá Noel, quién, junto con los muchachos de Moyano, llegaba con camiones cargados de verdaderos regalos para todo el mundo.
El Cabeza, ni lerdo ni perezoso, metió violín en bolsa y huyó como lo que es: Un huidor.

En tanto, en la Casa Rosa, Cristina llega y oye desde la entrada gritos desgarradores.
Cris sube corriendo hasta el cuarto de Cleta y al entrar la sorprende una escena dantesca:
Subidas a un ropero están Cleta y Mauricia, gritando como histéricas.
En el medio de la habitación, sobre la alfombra, acampan un grupo de inmigrantes bolivianos.
“-Pero, qué sucede acá?”, pregunta Cris.
“-El Cabezón me pidió que le guarde algunas cajas. Por curiosidad abrí una......y mirá lo que tenía adentro!”, dice Cleta, llorando a grito pelado.
“-Por favor, señora de enfrente! Dígales que desalojen!”, grita Mauricia.
Cris apenas puede aguantar la risa.

Minutos después, Cris se encuentra en la cocina, compartiendo pan dulce con el grupo de inmigrantes.
Desde el descanso de la escalera, Cleta y Mauricia observan la escena.
“-No sé cómo hace para metérselos en el bolsillo a todos”, murmura Cleta, con bronca.
“-Digo.....o sea....ella tiene que reprimir. Porque la Ley hay que hacerla cumplir (menos la de Medios)”, balbucea incoherentemente Mauricia.
“-Mauri, te pido un favor? Callate, que no se te entiende una mierda”.