"La vida es porfiada"
(Doctor Sarl Kagan)
Miro
mis manos translúcidas; veo cómo la luz de la pantalla las atraviesa ya
casi sin resistencia y, a pesar de que hace un tiempo que comenzaron
los primeros síntomas, todavía no salgo de mi asombro; tampoco salgo de
mi casa, porque esta “enfermedad” me ha confinado al encierro.
“Soy un ser olvidado”, me sorprendo murmurando a cada rato. “Cómo pasó esto?”
Mi teoría sobre el olvido dice que las cosas que son olvidadas desaparecen, dejan de existir, se borran.
Me
acuerdo de un viejo sofá que persistía en mi casa desde la época de mis
bisabuelos. A lo largo de tantos años, el mismo fue sepultura de
infinidad de objetos que se escurrían de los bolsillos de los
ocasionales ocupantes. Generaciones de monedas, llaveros, encendedores,
golosinas y hasta una dentadura postiza, se precipitaron hacia el abismo
insondable abierto entre el respaldo y el asiento.
Cuando por fin
le llegó el relevo al vetusto y desvencijado mueble, procedí a
desmantelarlo, ansioso por encontrar vastedad de tesoros. Harta sorpresa
me llevé al comprobar el magro botín: Alguna que otra moneda, un
caramelo “media hora” y, por supuesto, la dentadura de mi tía Inés.
Qué había pasado con los demás objetos? Se esfumaron; porque habían padecido del olvido del resto de los seres que existen.
Cuando
era pibe me gustaba (entre otros cientos de cosas) pasear por el
cementerio de mi pueblo, Monte Grande. Si, ya sé: resulta una costumbre
rara, acaso irreverente.
Mis papás eran jóvenes, mis abuelos
también, por lo tanto, el tema de la muerte aún no se había instalado en
nuestra familia. La muerte era todavía algo remoto y que acontecía
comúnmente a otras personas.
Además, muchos deben
coincidir conmigo en que los cementerios tienen cierto atractivo
exótico, algo que infunde una sensación de rareza, de irrealidad.
El
caso es que, una tarde, mientras deambulaba por los pasillos desiertos,
leyendo lápidas, husmeando bóvedas, me llamó la atención la actividad
de un hombre, quien con una maza, rompía el cemento de una vetusta tumba
ubicada en los arrabales del camposanto. Ese hombre, quien seguramente
era un obrero empleado del lugar, tomó luego una pala y comenzó a cavar
en el interior del sepulcro, ahora abierto.
Yo, agazapado detrás
de una cruz de granito, espiaba excitado por la curiosidad y el morbo.
Era una clara exhumación a plena luz del día, en una tumba vieja y
olvidada.
Pero, el único rostro de asombro que ví fue el
del tipo que cavaba. Durante un momento se detuvo y se rascó la cabeza
en clara señal de confusión. Luego, escarbó un poco más, cada vez con
menos ahínco, hasta que por fin, resignado, tomó sus herramientas y se
fue.
Yo, me acerqué furtivamente hasta el agujero a cielo abierto.
Con sorpresa noté que no había nada. Estaba vacío. No había muerto, ni
ataúd; ni nada.
La experiencia y los años me revelaron que aquella tumba vacía era la sepultura de un muerto olvidado.
Las personas también pueden desaparecer por olvido.
Para
que una cosa o persona pueda esfumarse en el aire como si nunca hubiera
existido, el requisito indispensable es que la cosa en cuestión no se
halle presente en la memoria de nadie, ni siquiera del ser más
prescindible e insignificante que exista, ya sea éste un microbio o un
marido desocupado.
Claro, los escépticos, los refutadotes,
nihilistas y buscadores del pelo al huevo, dirán que mi teoría son sólo
galimatías, cháchara improbable y sin fundamentos. Dirán que el único
fin de mi retórica maltrecha es ganarme un lugar entre la fauna
intelectual vernácula o quizás un bolo en el programa de Anabela Ascar.
Les respondo que ni lo uno ni lo otro; y que si mis argumentos les
resultan insuficientes, les recuerdo que yo mismo soy una prueba cabal
de que mi teoría es cierta; aunque por pudor no me dejo ver porque no
quiero hacer de mi condición un espectáculo circense.
Además, pensadores de renombre e intachable reputación han aludido al tema.
Jean
Paul Sartre, en su conocida obra “El ser y la nada”, explica claramente
lo que mi limitada (por no decir paupérrima) prosa me lo impide:
“Desde
nuestra introducción, habíamos descubierto la conciencia como una
llamada al ser, y habíamos mostrado que e! cogito remitía inmediatamente
a un ser-en-sí objeto de la conciencia. Pero, después de descubrir el
En-sí y el Para-si, nos había parecido difícil establecer un nexo entre
ambos, y habíamos temido caer en un dualismo insuperable. Este dualismo
nos amenaza, además, de otra manera: en efecto, en la medida en que
puede decirse que el Para-si es, nos encontrábamos frente a dos modos de
ser radicalmente distintos: el del Para-sí que tiene de ser lo que es,
es decir.....”
En realidad, no se entiende ni jota lo que
Sartre quiere explicar. Además incurre en ciertos errores, producto tal
vez del stress o de alguna copa de Cabernet Sauvignon de más; por
ejemplo, todo el mundo sabe y hasta su nombre mismo lo indica, que el
cogito es un objeto que se introduce adentro de otro, o sea EN.
También
erró el bochazo (acaso por un desliz tipográfico), al mencionar al
dualismo como amenazante y peligroso…..quiso decir duhaldismo,
seguramente.
Creo que para que se entienda lo que torpemente trato de explicar, mejor cuento mi historia y cómo he llegado a esta situación:
Yo
tuve un amor. Y contra lo que muchos supondrán, siempre fui
correspondido. Su nombre es Lidia (aunque ahora, según tengo entendido,
se hace llamar Anestesia).
Yo siempre fui un tipo parco y huraño,
poco afecto a cultivar las relaciones sociales. En verdad, poco me
importaba no tener amigos ni relaciones afectuosas.
Lidia
descubrió algo en mí que la hizo quererme y para mi fue suficiente nexo
entre yo y el resto de la Humanidad. Quiero decir que el resto de la
Humanidad para mí fue simple y exclusivamente Lidia.
Es seguro, pues, que éramos una pareja feliz; ella, acurrucándose a mi lado mientras yo leía; yo, ignorándola lo más que podía.
Una infausta noche, regresábamos a casa luego de cenar en “El chorizo honrado”.
Lidia
estaba exultante; quizás el tinto de la casa le había surtido efecto y
se encontraba locuaz y dicharachera…..se había puesto hincha pelotas,
bah.
Bella y traviesa, abrió el techo corredizo de
nuestro 504 y, parándose en el asiento, sacó medio cuerpo afuera, porque
quería respirar el fresco de la noche. Yo no la detuve, pues en estado
de ebriedad se ponía muy agresiva cuando la contradecían.
El maldito destino quiso que en ese momento pasáramos justo debajo del puentecito de Jean Jaures y las vías.
Ella, con los brazos extendidos en alto vociferó: “La puta! Que vale la pena estar……”
Esas fueron las últimas palabras que le oí decir a mi Lidia sensata.
Si
bien el traumatismo de cráneo no fue grave, resultó suficiente para que
a Lidia se le borrase la memoria.; “formateo mental”, fue el
diagnóstico.
Más allá de eso, y de a veces creer ser una gallina
clueca, Lidia se encuentra estable, aunque de mi persona no figure el
mínimo rastro en su memoria.
Esa misma tarde, cuando
abandoné el hospital donde ella aún hoy yace internada, comencé a
experimentar los primeros síntomas de olvido. En la parada del 64, una
parejita de adolescentes me miraba con curiosidad y reían codeándose
entre sí.
Me miré a mí mismo y comprobé espantado que mi cuerpo se
había vuelto translúcido. Corrí a casa desesperado y decidí quedarme
inclaustrado hasta saber qué me pasaba.
Investigando en
Internet pude dar con una eminencia sobre el asunto: El doctor Sarl
Kagan. Este insigne profesional es Licenciado en ciencias ocultas de la
Universidad de Pitt Bull, que por ser tan ocultas, él nunca supo bien
de qué se trataban.
El doctor Kagan se convirtió en el científico
más estacado en el tema de la disolución espontánea de personas, por no
decir el único. Pero esta exclusividad más que por su erudición se debe a
la indiferencia de sus colegas, a quienes el asunto les parece una
reverenda estupidez.
Kagan hace referencia al tema que nos atañe
en sus dos únicos libros publicados: “Ectoplasma para todos” y su
celebérrimo “Era esto o trabajar”.
En el primero, hay un párrafo muy interesante que transcribo a continuación:
“Los
fantasmas no existen. Lo que el vulgo denomina espíritus, espectros o
almas en pena, son en realidad personas a media desaparecer. Son
víctimas de un proceso de extinción que a la vez trae consigo trastornos
tales como inapetencia (la comida se les cae al piso provocando un
deprimente enchastre), caída del animo y de las monedas que
infructuosamente tratan de ponerse en los bolsillos y una patológica
afición por mirar el canal Magazine día y noche”
“Lo único que sé
del caso”, prosigue, ”es que una vez iniciado el proceso es
irreversible, igual que cuando firmamos un contrato de celular con
abono”
“Las causas del mal aún no las he podido establecer”,
concluye el experto, “Será el olvido? O acaso el agua contaminada de
algún reactor cercano?”
Kagan nunca pudo concluir con sus
investigaciones. Una vez, durante un simposio de alquimistas, llamó
embustero a un participante que quería demostrar el proceso de
transmutación del agua en oro. Kagan terminó convertido en una estatua
de 24 kilates. Hay quienes juran haberlo visto mucho tiempo después
tratando de vender sus extremidades en un local de Tucumán al 800.
También,
mediante el Internet, pude conocer innumerables testimonios. El
fenómeno de desapariciones por olvido es de lo más cotidiano y estamos
rodeados por infinidad de indicios:
Pude saber sobre la existencia
y posterior desaparición de cosas tan disímiles como un portal, un
perro atado en el fondo de una casa, un internado de locos, un árbol
enfermo.
Hubo un increíble caso donde después de un partido de
futbol, uno de los equipos terminó con un jugador menos. El referí
juraba que no había expulsado a nadie. Luego se dedujo que se trataba de
un win derecho bastante introvertido y un tronco de primera.
Otra
vez, también después de un aburridísimo cero a cero, los arcos del
estadio terminaron sin redes. Aunque el utilero juró haberlas colocado,
no le creyeron y lo echaron sin indemnizarlo.
“Habría jurado que
en esta casa había un sótano”, decía la abuela de un amigo. Todos creían
que la anciana acusaba demencia senil, pero la vieja tenía razón: La
antigua casa tenía un sótano,pero las nuevas generaciones de parientes
condenaron al olvido.
Gracias al Facebook, pude cotactarme con otras personas que padecen este aciago mal.
Hubo un intento de reunirnos, de formar un club, una secta o peor aún, un sindicato.
Nos fuímos en aprontes. La idea nunca prosperó por dos razones:
1)
Las personas en vías de desaparición por olvido son en general tipos
bastante jodidos. La gente olvidable es más bien complicada y resulta
difícil ponerse de acuerdo con ellos.
2) Existen cláusulas
expresas que prohíben alquilarle inmuebles a personas translúcidas, por
lo cual se nos hizo casi imposible conseguir un local decente donde
reunirnos.
Algunos sujetos, a la desesperada, optan por
salir a asustar, presentándoseles a las personas “comunes” y pegándoles
el susto de su vida. De esta forma, a través del miedo, buscan retrasar
un poco más el desenlace fatal.
Para mí, la idea es ignominiosa y humillante. Prefiero el olvido.
Me
queda poco tiempo ya. Estoy casi transparente y mis dedos apenas pueden
presionar las teclas con que escribo estas palabras póstumas.
Pienso en Lidia, y en lo que tanto dependía mi existencia de ella.
De
haberlo sabido, hubiera hecho más para que mi amor permaneciera en su
memoria. Tal vez, de haberme cortado las uñas de los pies cuando
dormíamos juntos, o desechar la costumbre de darle coscorrones cuando
pronunciaba “haiga” o “estea”, hubiese sido suficiente para derribar el
muro de su desmemoria..
Por lo menos, me habría comprado un perro para que me recuerde.
Pero
ya es demasiado tarde. Dejo para el final (mi final), las palabras del
doctor Kagan, que rezan: “Si acaso fuera el olvido la causa de las
desapariciones, el único antídoto posible es permanecer en la memoria de
algo o de alguien. Que nuestro paso por sta Tierra no resulte en vano.
Un acto de amor trascendental tal vez nos redima de tan cruel destino”
“Un simple acto de amor cometido a tiempo”, pienso. “Estoy en el horno”.