viernes, 14 de enero de 2011

Cleta, la turra adolescente, volumen 4


Cris se fue de viaje, a cumplir con sus obligaciones.
La Casa queda nuevamente a cargo de su irresponsable hermana.

Cleta se encuentra ahora en el despacho de Cristina, saboreando el poder transitorio que, por supuesto, le queda holgado.
Da vueltas en el cómodo sillón giratorio de su hermana, pensando qué maldades hacer para ejercer su inopinada autoridad.
De pronto toma el teléfono y marca un número:

“-Hola”, dice. “Fondo Monetario Internacional?”
“-Si. Qué desea?”, contestan del otro lado.
“-Quisiera pedir unos cuantos millones prestados, a nombre de la Casa Rosada”.
“-Ah! Usted debe ser Cleta, verdad?”, dice la voz del Fondo. “Su hermana nos advirtió que usted podría llamar y nos encomendó que no le prestáramos un solo centavo. Buenas tardes”.

Cleta exhala un bufido de fastidio. Luego, marca otro número.
“-Hola. Con El repulgue Noble? Quisiera pedir dos grandes de muzzarella y media de fainá”.
“-Vos debés ser Cleta, no?”, responden del otro lado. “Lo sentimos, pero su hermana nos encargó que.....”
“-Pero la reputísima madre! De qué sirve el poder si nadie me da pelota?”

De repente, del baño del despacho, vestida con una bata, sale Huga Biolcata, una de las arpi-amigas de Cleta.
“-Y vos? Qué hacés acá?”, dice Cleta, sorprendida.
“-Cómo qué hago? Ya nos enteramos todas que la yegua se fue de viaje. Como sabrás, tanto yo como el resto de tus amiguitas del alma, tenemos copias de la llave de esta casa”, dice maliciosamente Huga.
“-Che, pero no me van a meter en ningún quilombo, no? Mirá que últimamente no nos sale una bien”, dice Cleta.
“-Perdé cuidado amiga. Es más, vine a proponerte un negocio brillante”
“-De qué se trata? No serán otra vez esos piquetes en la ruta, no? Mirá que con este calor.....”
“-No. Esto es más paquete”, dice Huga, entusiasmada. “Vos sabrás que el negocio de la esclavitud sigue siendo redituable. Pero, sabés qué es lo más “in”, hoy por hoy?”
Cleta se encoje de hombros desorientada.
“-Los esclavos de raza negra!”, dice Huga, entusiasmada. “Son los mejores. Los originales. Y como yo siempre tuve una visión preeminente para los negocios, me adelanté y conseguí algunos”.
“.Esclavos negros? De dónde los sacaste? Dónde los tenés?”, expresa Cleta, incrédula.
“-Eran polizontes en un barco que vino de Senegal. Están en tu cuarto, los escondí adentro del placard”, dice Huga, sonriendo con picardía.
“-En mi cuarto! Pero no Huga! Vamos a sacarlos de ahí ya mismo!”, grita desesperada Cleta.

Cuando llegan al cuarto, Cleta comprueba que efectivamente, un trío de individuos de raza negra se encuentran mansamente instalados en el interior del placard.
Cleta, sin saber un ápice de senegalés, trata de decirles amablemente que desalojen el sitio, pero los morochos, acaso debido a las penurias y necesidades de su ignominioso viaje, lejos estaban de entenderla. Más bien, tenían otra cosa zapateándoles la mente.

Cristina se encuentra en pleno vuelo. Dormita mientras repasa mentalmente los detalles de los discursos que dará durante su gira.
De pronto, la despabila una llamada en su celular.

“-Hola Cris!”
“-Cleta, sos vos? Qué pasó ahora?”, dice Cris, acostumbrada ya a los desmanes de su hermana.
“-Tengo un problema internacional. Con unas personas que vinieron de Africa”
“-De Africa? Qué raro! Yo no tenía programada ninguna visita de ahí. Pero dónde estás? Porqué se te oye así? Parece que me hablaras de adentro de un ropero”.
La suposición de Cris era exacta: Los morochos habían manoteado a Cleta hacia el interior del placard, y le estaban dando masa sexual, para que tenga y para que guarde.

“-No entiendo nada”, dice Cris. “De qué embajada decís que vienen?”
“-Senegal!”, grita Cleta.
“.No me grites, mocosa! No estarás haciendo lío no? Tratalos bien. Sé amable”
“- Soy amable. Lo más que puedo”, dice Cleta, al borde del desmayo. “Pero éstos se despachan solos”
“-Pero, a qué vinieron? Cómo están las relaciones con los senegaleses?”, pregunta Cris.
“-Están bastante tensas. Y traen largas peticiones entre sus manos. Larguísimas”
“-Bueno”, dice Cris. “Tratalos bien, pero hacé respetar tu investidura, me oíste?”
“-Creo que ya me la desgarraron!”, solloza Cleta. Luego, casi con el último aliento, dice:” Cris, vas a volver pronto?”
“-Más o menos en dos semanas”, dice Cristina.
“-Noooo!!”, se oye del otro lado.
“-Mirá, nena. Comportate como una adulta. No estoy de humor para tus bromas. Chau”, dice Cris y corta el celular. “Esta piba!”, piensa luego. “No veo la hora que llegue octubre así se vuelve a Mendoza para siempre.

En tanto, en el cuarto de Cleta, los morochos habían descartado de la orgía a Huga Biolcatta, quien se salvó gracias a su natural hedor a gorila.
“-Aguantá Cletita”, dice Huga, desde afuera del placard. “Tenés que tener vocación de sacrificio..
Al final, los esclavos indios son mejores. Ahora vengo”.
“-No me dejes!”, grita Cleta desde adentro del placard.
“-No te preocupes amiga. Cuando se duerman, escapate y hacelos desalojar por la UCEP. O mejor llamalo a Jorge Cutini para que los venga a buscar. Viste vos lo que es el tercer mundo, Cleta querida?”, dice Huga y cierra la puerta del cuarto.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Cleta, la turra adolescente. Volumen 3: Un cuento de Navidad


Cleta está en su cuarto acompañada por el cuarteto de arpías que dicen ser sus amigas.
Ellas son: Huga Biolcatta, dueña de la carnicería “La 125”, Francisca La Colo, Mauricia La Cheta y Mariana Grandona.
Ésta última es la intelectualoide del grupo. Siempre se jacta de haber recibido educación especial en el extranjero. En la Escuela de las Américas, para ser más precisos.
En realidad, Mariana habla utilizando una retórica sinuosa y retorcida que expresa a medias sus ideas arcaicas y remanidas. Pero eso es suficiente para impresionar a sus obtusas amigas.

De más está decir que todas, como ya es costumbre, se encuentran confabulando para que la voluble Cleta pueda quedarse con La Casa, previa expulsión de Cristina, su hermanastra y legítima responsable de la misma hasta diciembre de 2011.

“-El Cabezón dice que contemos con él para lo que sea”, manifiesta Huga.
“-Callate. Por hacerle caso la última vez el Aníbal casi me come”, se queja Cleta. (Cabe aclarar que el Aníbal es el celoso rottwailler de Cristina).
“-Ese perro!”, dice Francisca. “Tendríamos que envenenarlo”,
“-No! Mi hermana me mataría”, dice Cleta. “Además, sería imposible. El muy cretino es vivísimo. No se traga ninguna engañifa”.
“-De todos modos, el Cabezón dice que tiene un plan infalible. Que otras veces lo probó con buen resultado”, agrega Huga.
“-Un plan? Yo tengo un plan!”, dice Francisca, con entusiasmo.

Todas se quedan expectantes, mirándola para que explique su plan. Al cabo de un rato, un grillo (el de siempre), termina con el silencio imperante.

“-En fin. El Cabezón dice que lo llamemos para ultimar detalles”, dice Huga.
“-Yo creo”, dice Mariana, “que la traición se mide de acuerdo al estado de la Historia en que transcurre”.
Las demás se miran con cara de no cazar una.
“-Ahí vamos de nuevo”, murmura Cleta.
“-Cómo dijo el pensador griego”, prosigue Mariana. Mientras habla, gesticula con las manos, haciendo círculos, como si estuviera poniendo una bombita de luz imaginaria. “Garkopulos. Y del Hebreo, “Judas es un poroto”.
“- A mi me parece”, interrumpe Mauricia, “tipo...que, si hacemos de cuenta que trabajamos y entonces.....podemos echarle la culpa de todo a los pobres......y de paso a Cristina. Así, de esa manera, nos convencemos a nosotras mismas, que eso es lo único que importa”.
“-A esta nunca se le entendió un carajo, pero desde que le hicieron la traqueotomía para sacarle el bigote postizo que se tragó, se le entiende menos todavía”, murmura Huga.
“-Se puede saber por qué tenés esa cara vos?”
“-Estaba pensando”, responde Cleta, con tono desanimado. “Digo. Y si lográsemos que la gente nos vote. Así nos quedaríamos con la Casa por derecha”.
“-Eso es lo que pretendemos. Quedarnos por derecha”, dice Mariana.
“-Y cómo pensás lograr éso?”, pregunta Huga.
“-Y....tal vez....si nos fijáramos en la gente del vecindario, en sus necesidades. Podríamos ver qué podríamos aportar nosotras para mejorar la vida de la gente. Así podríamos prometerles cosas que realmente cumpliríamos. Acaso con un poco de honestidad e inteligencia lograríamos más que ideando planes inútiles”.

Las demás se quedaron azoradas por la profundidad del discurso de Cleta.
Luego de un largo silencio, Huga habló por fin:
“-Y vos decís, que siendo honestas, inteligentes y sensibles, tal vez ganemos legítimamente las elecciones?”
Cleta asiente con la cabeza.
“-Es mucho sacrificio”, dice Huga. “Mejor llamemos al Cabezón”.

El plan del nefasto Cabezón era simple y maléfico.
La noche del 24, él mismo, en persona, se presentaría casa por casa del vecindario, disfrazado de Papá Noel.
En sus alforjas, en vez de regalos, llevaría cajas conteniendo a sus temibles termitas saqueadoras.
Cuando a las 12, la gente abriera sus “regalos”, se desataría un caos atroz.
Toda la responsabilidad caería sobre Cristina y la gente indignada exigiría su renuncia.

Llegado el momento, en la Nochebuena, el Cabezón estaba preparado según lo previsto. Pero, cuando iba a abordar la primer chimenea, algo aconteció. Al muy inútil se le escapó un detalle fundamental.
Por el frente de la casa llegaba el verdadero Papá Noel, quién, junto con los muchachos de Moyano, llegaba con camiones cargados de verdaderos regalos para todo el mundo.
El Cabeza, ni lerdo ni perezoso, metió violín en bolsa y huyó como lo que es: Un huidor.

En tanto, en la Casa Rosa, Cristina llega y oye desde la entrada gritos desgarradores.
Cris sube corriendo hasta el cuarto de Cleta y al entrar la sorprende una escena dantesca:
Subidas a un ropero están Cleta y Mauricia, gritando como histéricas.
En el medio de la habitación, sobre la alfombra, acampan un grupo de inmigrantes bolivianos.
“-Pero, qué sucede acá?”, pregunta Cris.
“-El Cabezón me pidió que le guarde algunas cajas. Por curiosidad abrí una......y mirá lo que tenía adentro!”, dice Cleta, llorando a grito pelado.
“-Por favor, señora de enfrente! Dígales que desalojen!”, grita Mauricia.
Cris apenas puede aguantar la risa.

Minutos después, Cris se encuentra en la cocina, compartiendo pan dulce con el grupo de inmigrantes.
Desde el descanso de la escalera, Cleta y Mauricia observan la escena.
“-No sé cómo hace para metérselos en el bolsillo a todos”, murmura Cleta, con bronca.
“-Digo.....o sea....ella tiene que reprimir. Porque la Ley hay que hacerla cumplir (menos la de Medios)”, balbucea incoherentemente Mauricia.
“-Mauri, te pido un favor? Callate, que no se te entiende una mierda”.



lunes, 8 de noviembre de 2010

Cleta, la turra adolescente. Volumen 2

Nestor se fue.
Durante varios dìas la casa fue escenario de un desfile interminable de gente acongojada, triste y agradecida.
Cleta se mantuvo encerrada en su cuarto, durante todo ese tiempo.

Hoy, la casa recuperò la calma.
Mejor dicho, la casa fue invadida por una tranquilidad inaudita; una tranquilidad de ausencia.

Cleta, sigue recluìda en su habitaciòn.
Ahora conversa por telèfono con su amiga Huga, la propietaria de la carnicerìa “La 125”.

“-No sabès!”, dice Cleta indignada. “ Fue insoportable. Pensè que jamàs se irìan. Tanto bochinche.
Era como una pesadilla. Todo era tan....popular, que todavìa siento nàuseas”.
“-Nauseas?”, dice Huga. “Che, vos no estaràs con el bombo? Se cuidan vos y Magnetto?”, inquiere la harpìa.
“-Ay! Còmo se te ocurre!”.
“-Por què se te oye tan lejana? Anda mal la lìnea”, dice Huga.
“- No. Es que no puedo apoyarme el tubo en la oreja. Me arden tanto los oìdos! Creo que se me reventò un tìmpano”, se queja Cleta.
“-De todos modos, creo que tendrìas que haber estado presente”, dice Huga. “Al fin y al cabo, vos sos la heredera natural de “èsa”. Si algo llegara a pasarle, la casa serìa nuestra....quiero decir, quedarìa a cargo tuyo”.
“-Ya sè. Pero què querès? Solo pensar en el olor a tanto bolita, a chipà y a camionero....puaj! Con sòlo recordarlo, se me revuelve el estòmago”.
“-Pero, Cletita. Tarde o temprano vas a tener que vèrtelas con esa gente. Tenès que tratar de conquistarlos”.
“-Si me odian! Saben que los detesto. Si tan solo me votaran, les harìa pagar a todos”, dice Cleta con rabia.
“-Bueno. Para què estamos las amigas? Todas hacemos planes para ayudar a sacarte de encima a èsa yegua”.
“-Che, y Francisca? Cuando va a contarnos el famoso plan que tiene? hace màs de un año que amaga con contarnos y nada”, dice Cleta.
“-Vaya una a saber. Para colmo, hoy por hoy no da ni para hacerle un piquete en la puerta. La payuca de Alfreda està resentida, despuès que el Anìbal casi la destroza, y todas las campesinas amigas de ella parece que se avivaron y ni bola nos dan”.
(Cabe aclarar que el Anìbal es el rotwailler de Cristina)
“-Pero èso no importa”, prosigue la bruja. ”Tu amiga del alma Huga, tiene un as en la manga, que cuando te cuente, te vas a caer de culo”.
“-Ay contame!”, dice Cleta con ansiedad. “Please!”.
“-Te digo un nombre. Es un pròcer que està de nuestro lado y dijo que va a ayudarnos”. Huga se queda en silencio un instante, para reforzar el efecto que ese nombre provocarà en la soberana estùpidez de Cleta.
“-El Cabezòn”, susurra Huga.
“-Ay! Me meo!”, exclama Cleta, al borde del desmayo.

El Cabezòn era el tipo màs influyente del barrio.
Influyente en el mal sentido de la palabra.
Era taimado y manipulador. Tenìa que ver en todo negocio que involucrara a cualquier malandra del condado, sea grande o insignificante. Disponìa de las voluntades de la gente, como quièn mueve piezas de ajedrez.
Su poder estaba sostenido por un elemento mìtico: El aparato.
El aparato del Cabezòn le quitaba el sueño a màs de uno y arrancaba el suspiro de las adolescentes (y por què no de varios hombres tambien), aunque muchos no tenìan ni idea de què cuernos se trataba el famoso aparato.
Muchos arriesgaban a decir que el aparato del Cabezòn no era màs que su horrenda esposa.
Fea la pobre. Tanto, que era capaz de asustar a un ciego.
Sin embargo, èl no se separaba de ella ni a sol ni a sombra.
Muchos dicen que iban a todos lados juntos por el simple hecho de que èl no se animaba a darle jamàs un beso de despedida.
Habladurìas de la gente.

El asunto es que, lo ùnico que se escapaba del nefasto control del Cabezòn era la Casa, desde que habìan llegado Nestor y Cristina.
Ella ignoraba toda autoridad del Cabezòn y de cualquiera, y le hacìa frente con el arma màs letal de la que disponìa: Pura y absoluta honestidad.
Ser honesto, sin siquiera su consentimiento, era una afrenta que el Cabezòn no toleraba.
Ademàs, dentro de los còdigos mafiosos, una oveja descarriada era señal de debilidad para con sus secuaces.

La oportunidad para los facinerosos estaba dada.
Cristina debìa ausentarse porque tenìa una reuniòn de vecinos en el club G 20.
Cleta, la traidora, debìa infiltrarse en la habitaciòn de Cristina y sustraer la banda presidencial, sìmbolo del poder absoluto. Luego, revolearla por la ventana a la calle, donde el Cabezòn la recibirìa como por casualidad.
Era un plan viejo, que ya habìa dado resultado otras veces, con otros propietarios.
Luego, con la banda en poder del Cabezòn, Cleta dejarìa entrar a la caterva de “amigas” que llevarìan a cabo una sarta de planes malèficos elucubrados hace mucho tiempo.

Cleta oye desde su cuarto el ruido de la puerta de calle. Es su hermana que se aleja a cumplir con sus obligaciones.
Ni siquiera bajò a despedirla porque el horno no està para bollos.
La traidora baja subrepticiamente las escaleras, pero al llegar a la cocina, la sorprende una presencia inesperada.....bueno, no tan inesperada.
Es Hugo Chaves, quièn todavìa sigue instalado en el cuarto de huèspedes. Està preparàndose el desayuno.
“Pero èste tipo nunca se va a ir?”, piensa Cleta.
Luego, dice con insolencia:”No tiene usted un gobierno que atender?”
“-Claro que sì, chica. Pero primero estàn los amigos”, responde el venezolano con simpatìa. “Te preparo un cafè?”.
“-No gracias”, responde Cleta con bronca. “Ya vas a ver como te mando a Caracas de una patada”, piensa.

Cleta, a hurtadillas, sigue su camino hacia la habitaciòn de su hermana. El corazòn le golpea tan fuerte, que parece retumbar en el desolado pasillo. Lo que la anima es el helicòptero que sus amigas prometieron instalarle en el techo de la casa.
Ya en medio de la penumbra de la habitaciòn, Cleta se dispone a revisar los cajones, pero un rumor la sorprende.
Agazapado en la oscuridad, con las fauces babeantes, a un tris de abalanzarse sobre ella, se encuentra el rotwailler.
“-No!!! Cucha Anìbal!!”
Chavez continùa revolviendo su cafè, cuando ve pasar como una flecha a Cleta, atropellándolo todo a su paso. Detràs de ella, gruñiendo endemoniado, la persigue el can.
“-Èstos adolescentes”, dice el caribeño sonriente.

Encerrada en su cuarto otra vez, con la puerta vigilada por el Anìbal, Cleta mastica su fracaso.
“-Ay! Què ganas de hacer pis! Voy a tener que hacer en un florero”, solloza Cleta.

Continuarà?