jueves, 19 de diciembre de 2013

ROBOCHOT

Cuenta una leyenda urbana que una mañana, un importante ministro provincial se hallaba en su despacho  jugando candy crush, hasta que entró su secretario interrumpiendo tan  sacrosanta tarea.
- Permiso señor – dijo el secretario -. Afuera hay una persona que no tiene cita previa; dice que quiere verlo urgente, que es científico y que le trae la posta para resolver el problema de los saqueos.
El ministro hizo un gesto de desagrado, sobre todo porque la distracción le costó varias vidas del juego;  luego echó una mirada inquisitiva.
- Es el doctor Sarl Kagán – aclaró el secretario.
- ¿Kagán? – Exclamó sorprendido el ministro-  ¿El mismísimo Kagán, aquí? No lo puedo creer.
Cuando el científico ingresó al despacho el ministro lo saludó efusivamente.
- Me honra  conocerlo – dijo el mandatario –. Francamente yo no sabía que usted era real. Creí que se trataba de un mito urbano.
- Lo mismo me decía mi ex esposa, después de seis años de casados.
- Es que oí tantas cosas increíbles sobre su persona  que sinceramente….
- Aunque aún no han podido comprobarme nada – aclaró Kagán.
El ministro se quedó en silencio, desconcertado;  segundos después  prorrumpió en una estruendosa carcajada.
- ¡Veo que tiene buen sentido del humor! – exclamó.
- Se… claro – murmuró Kagán.
- ¿Y, a qué se debe el honor de su visita?
- Vea, ministro, la dermatología no es mi especialidad, sin embargo me gusta ir al grano.
Captada ya la atención del ministro, Kagán se puso a declamar como un vendedor de tren:
- En vista de los acontecimientos actuales, que ponen casi en jaque la estructura institucional de nuestra amada Democracia, cuando oscuros espíritus desestabilizadores quieren imponer de prepo sus siniestros planes a espaldas de la voluntad del pueblo, yo, señor ministro, quiero hacer mi modesto aporte para así mandarlos a cagar a todos esos traidores golpistas junto con sus execrables intenciones.
- ¡Bravo! – estalló el secretario, aplaudiendo  emocionado.
El ministro, de reojo, lo fusiló con una mirada gélida.
- Quiero decir – agregó Kagán, bajándole un cambio a su vehemencia – que  creo haberle traído la solución del asunto de marras.
- ¿Aquí mismo? – preguntó el ministro, con incredulidad.
- Así es, aquí. Precisamente está en mi camioneta. Si usted me permite…
El ministro asintió con la cabeza, tal vez por puro morbo, porque en realidad, hasta ahí, no había entendido una goma de toda esa perorata.
 Kagán sacó un Nextel de su bolsillo.
- Atento, Nabone.
- QRB doctor, cambio – respondieron del otro lado.
- Tienen autorización para traer al sujeto hasta la oficina del ministro.
- OK, QSL, doctor ¿Me puede dar su QTH?, cambio.
- ¿Qué dice, Nabone?
- Su ubicación, doctor ¿Dónde queda la oficina del ministro?, cambio.
- En el primer piso…
- OK, copiado. Vamos para allá. QSL, cambio.
-Nabone.
- QRB, doctor, lo copio.
- ¿Se puede dejar de joder con el jueguito del comando?  Muchacho grande, habrase visto.
- Es código Q, doctor.
- Venga rápido, antes de que lo mande al Q_erno de una patada en el Q_lo.
- QSL, doctor… digo… ya vamos…
- Ustedes comprenderán – se disculpó Kagán, dirigiéndose al ministro y al secretario –, tengo la obligación de bancar a mis ayudantes hasta que la reforma constitucional sea un hecho consumado.
- ¿Qué reforma constitucional?
- La que declare abolida la pelotudez galopante, señor ministro.
Cuenta la leyenda urbana que Nabone y Merdicheski (los ayudantes de Kagán), no con poca dificultad, acarrearon hasta el despacho una pesada  caja de madera, del tamaño de una persona corpulenta. Luego, ante el azoramiento del ministro, Kagán anunció con afectación circense:
- ¡He aquí el futuro de la seguridad ciudadana!
Acto seguido, con una barreta de hierro, desclavaron la tapa de la caja dejando a la vista su contenido: era una figura humanoide de metal, un  refulgente autómata.
- ¡Un robot!- exclamó el ministro asombrado.
-  Técnicamente se denomina Unidad de Aplicación de la Fuerza Pública. Permítame demostrarle cómo funciona – dijo Kagán, y extrajo una pequeña tablet de su bolsillo. Luego escribió una orden y la máquina se puso en marcha con un leve zumbido. Dos ojos luminosos se encendieron y el robot avanzó un paso.
El ministro estaba perplejo, o más bien, aterrorizado.
- No tema. Puede saludarlo con total cortesía – dijo Kagán, entusiasmado.
- Bu… buenos días – balbuceó el ministro.
- Buenos días, señor ministro – respondió una voz artificial.
- ¡Habla!- exclamó el funcionario.
- Por supuesto. De todos modos es una unidad de prueba. En el futuro quiero agregarle una voz más humana, una parecida a la del Poroto Cubero, por ejemplo.
Al ministro le costaba salir de su asombro y apenas podía articular palabra:
- Emmm… yo… dígame, Kagán…
- Ya sé señor ministro, usted querrá saber para qué sirve nuestro amigo aquí presente. Quiere conocer los pormenores de su funcionamiento.
- Eso.
En verdad, el ministro iba a preguntar  si todo el asunto se trataba de una broma, pero prefirió escuchar la sanata del científico, buscando acaso asirse a algún vericueto de razón que otorgase cordura al surrealismo reinante.
- Sin más preámbulos procedo a darle una demostración gratis –dijo Kagán-. Señor secretario, le ruego si es tan amable de colaborar un instante; tome esa barreta y finja que quiere violentar aquel armario. El prototipo procederá a su arresto.
Temblando como con mal de párkinson el secretario hizo lo que Kagán le pidió.
El androide emitió un sonido como de alarma, de una de sus extremidades surgió un cañón telescópico y dijo: “¡Date por preso, culiáo!”
Ah, perdón – se disculpó Kagán -. Lo tenía programado en modo “Policía cordobesa”.
- ¡Está armado! – exclamaron al unísono los funcionarios.
- ¡Y cómo! – aseguró Kagán -. Carga 25 balas calibre 7.65.
- Pe… pero ¿Es seguro? – farfulló el ministro.
- Absolutamente. No disparará a menos que sea inevitable y necesario. Y es dueño de una puntería magistral.
Acercándose a una ventana, Kagán agregó:
- Es capaz de darle a una mosca posada en una hoja de aquel duraznero… siempre y cuando la mosca hubiera infringido la ley, claro.  Como expresé, nuestro prototipo… - Kagán hizo una pausa, tomó de un brazo al ministro y le habló en voz baja – Prefiero no utilizar el término “máquina” delante de él, para no vulnerar su autoestima. Le decía – prosiguió en voz alta – que nuestro individuo de prueba consta de un software cargado con todos los códigos jurídicos actualizados: penal, procesal, civil, leyes municipales y de procedimientos policiales.
- Francamente, no sé qué decir – vaciló el ministro.
- No es para menos, señor.
- Se parece a Trucu, el robot de Neurus. – terció el secretario.
- Efectivamente. Lo diseñé así adrede, para  que no atemorice a los niños.
Es el policía perfecto, no exige vacaciones ni francos, ni aguinaldo, ni solicita carpeta médica por enfermedad, ni aumentos de sueldo; no lo vulnera ni el frío ni el calor. Sus gastos de mantenimiento son nimios: sólo algún ajuste de cuando en cuando y un cambio de aceite cada 10 000 kilómetros. Funciona con cuatro pilas doble A o se lo puede conectar con un cargador a 220.
 Pero el aspecto más destacado de esta invención reside en el hecho de ser  in-co-rrup-ti-ble, por dentro y por fuera. Nivel cero de error humano. Está construido con aleación de titanio de alta resistencia, material muy difícil de conseguir, por cierto.
- Qué casualidad – dedujo el secretario-. Hace un par de meses unos piratas del asfalto se hicieron con un cargamento de titanio en la Panamericana.
- Si… qué casualidad – murmuró Kagán.
- Y, dígame doctor – dijo el ministro - ¿Usted qué ganancia espera obtener de todo esto?
- Minucias, señor ministro. Sólo deseo una amnistía para cierto desliz impositivo que arrastro con el fisco y un reconocimiento mínimo en el Boletín Oficial… para refregárselo en la cara a esos engreídos de la Escuela de Leipzig – dijo Kagán, por lo bajo.
Cuenta la leyenda que el doctor Sarl Kagán hacía varios años que mantenía una contienda filosófica con la eminente Escuela de Leipzig, cuna del racionalismo epistemológico, a la que Kagán siempre se deshizo por pertenecer, pero cuyos miembros se encargaron sistemáticamente de ningunearlo por considerar todas sus teorías poco menos que fantochadas extravagantes.
En los claustros académicos eran famosas las batallas epistolares entre Kagán y el director de Leipzig, doctor Karl Rumenigge, quién en una oportunidad catalogó al argentino  como “una verruga en la nariz de la Filosofía”.
 Se dice que la réplica por parte de Kagán no se hizo esperar  y le respondió con un ensayo pletórico de elevado nivel intelectual titulado “Chupame la chota”, publicado en la revista Semanario de la cual un sobrino de Kagán era empleado de redacción.
-Y, dígame, doctor – dijo el ministro, quién poco a poco se fue entusiasmando con la idea de tener un policía robot entre sus filas -, si todo esto resulta bien ¿Tiene más de estos androides en stock?
- Por ahora no. Estamos diseñando el modelo “Chala”, de color verde con termo incorporado. Pero está destinado para la policía uruguaya.
- Bien – caviló el ministro -. A mí, personalmente, la idea me agrada pero como usted entenderá hay decisiones que dependen de más arriba. En el Gobierno van a preguntarme  sobre sus credenciales…
- Comprendo, señor: Soy egresado de la Universidad de Pitbull, Wisconsin, enseñé varios años en la UBA hasta que fui… digamos, exonerado por un leve problema de malversación de fondos… Y últimamente estuve en la cárcel de Batán.
- Ejerciendo la docencia, supongo.
- No. Como inquilino.
- …
- Actualmente me dedico a la ciencia free lance.
- En fin, va a ser difícil convencerlos pero, apelando al prestigio que lo precede, voy a tomar una decisión unilateral: Vamos a probar el prototipo por unos días, a ver qué pasa.
- No se va a arrepentir, señor ministro.
- Eso espero… ¿Sabe doctor que si todo esto funciona usted va a ser recordado como un patriota?
- Quisiera no ser recordado, señor. Prefiero estar vivo y que me tengan a mano.
- ¡Jaja! ¡Qué hombre ocurrente!
Cuando paró de reír el ministro preguntó:
- ¿Tiene nombre su… invento? ¿Cómo lo llamamos?
- Su denominación técnica es FPV 678, pero yo lo llamo Pascualito, en honor a mi abuelo – respondió Kagán.
- Un gran hombre seguramente.
- Para nada, era un viejo ladino. Pero el robot baila el charlestón igualito a él ¿Quiere que le muestre?
Así, por orden ministerial, la unidad FPV 678 o” Pascualito” fue asignada, a modo de prueba, a la comisaría primera.
Si bien el ensayo sembraba más dudas que certezas, al ministro la idea le pareció más viable que el plan original que tenía el gobierno para frenar la inseguridad incipiente (el de armar a cada ciudadano con una ametralladora AK 47).
Cuenta la leyenda que una semana después el ministro en persona aterrizó con su helicóptero en el techo del  laboratorio de Kagán.
- Doctor, venga conmigo urgente. Al robot le pasa algo – le dijo el ministro, apremiado y nervioso.
Un rato después el helicóptero descendía en plena vía pública.
Frente a la comisaría se desplegaba un espectáculo dantesco: La calle estaba obstruida por una barricada de neumáticos en llamas. El robot, subido al techo de un patrullero, sacudía un tacho a modo de bombo. Sendos pasacalles cruzaban la calzada con las leyendas “¡W 40 para todos!” y “Agrupación Transformer, presente”.
El comisario Madurga los recibió parapetado en su despacho:
- ¡Por fin llegaron! Está fuera de control – sollozó -. Al principio se comportaba con normalidad. Era servicial y obediente. Patrullaba las calles con absoluta discreción y disciplina. De repente, enloqueció. Se volvió contestador y mal hablado. Comenzó a hacer reclamos inconcebibles y a desacreditar mi autoridad. Hace un rato me corrió con un hacha por toda la dependencia diciendo que iba a descabezar la cúpula de la seccional.
- ¡No me diga que se volvió trotsko, por Dios! – imploró el ministro, tomando de las solapas a Kagán.
- Creo que no – dijo Kagán con inmutable parsimonia. Luego tecleó en su Tablet
-Voy a ingresar a su sistema para escanear el software.
- Para colmo se convirtió en un vicioso. En un solo día se bajó cuatro bidones de Elaión F 10. Y esta mañana lo sorprendí queriéndose trincar a la máquina expendedora de café – terció el comisario, desesperado.
Segundos después, Kagán dijo:
- Ahá, he aquí el problema: está infectado. Es el virus “Duhalde”. De ahí por qué se comporta como un rosquero hijo de puta ¡Les pedí expresamente que no lo utilizaran para bajar porquerías del Ares!
Minutos después el robot depuso su actitud y retornó la calma.
- Acabo de configurarlo en modo “Tolerancia cero” – dijo Kagán-. A partir de ahora procederá con absoluta sujeción a las leyes, será  ciento por ciento legal y consecuente con la autoridad. Ni el vuelo de un insecto se le va a escapar. Un auténtico alcahuete, diría.
Cuenta la leyenda que una semana después Kagán se hallaba en su laboratorio abocado a uno de sus experimentos (la incidencia de la música de Bach en la conducta de ciertos primates de la zona de Mataderos) cuando, de pronto, sonó el celular.
- Doctor Kagán, soy yo, el ministro – dijo una voz casi inaudible.
- ¡Señor ministro! ¿Cómo dice que le va?
- Mal. Necesito que se venga urgente. Acá hay un problema… No puedo seguir.
- Pero ¿qué pasa?  Hable más alto. Apenas lo escucho.
- ¡No! Le dije que no puedo. Vengasé ya, doctor, se lo ruego. Le envío el helicóptero.
- Prefiero ir en auto, señor. La última vez que aterrizó en el techo el gato de una vecina voló quince cuadras. Voy para allá.
 Cuando llegó y se encontró con el robot de pie en medio del despacho Kagán pensó lo peor.
- ¡Te nombraron ministro!
- Alto, identifíquese – respondió el robot.
 Kagán extrajo su Tablet y lo neutralizó poniéndolo en off.  De pronto, la puerta del armario se abrió lentamente.
- ¿Ya está? ¿Podemos salir? – preguntó una voz temerosa.
Cuando se aseguró de que el robot se hallaba neutralizado el ministro salió del armario:
- ¡Hágame el favor, llévese a ese monstruo inmediatamente! – bramó -. El proyecto queda cancelado, caput, sé finit.
- Cálmese señor ministro ¿Podría explicarme?
- Su engendro se ha vuelto incontrolable.
- Pero, no entiendo. El modo “tolerancia cero” es…
- ¡Ese es el inconveniente, Kagán! ¿No comprende? Ahora se volvió tan… perfecto ¡Se bandeó para el otro lado!
- Sigo sin captar cuál es el problema.
- ¿Cuál es el problema? ¡¿Cuál es el problema?! Mire.
El ministro extrajo un montón de papeles de un cajón del escritorio.
- Cuatro mil setecientas multas por contravenciones a automovilistas, peatones, comercios y hasta a niños de escuela.
- Me parece fenomenal – exclamó Kagán.
- Todas confeccionadas… ¡En una tarde!-  gritó el ministro, mientras zapateaba de disgusto-. En la comisaría se niegan a trabajar con él. Los quiere meter en cana a todos ante la más leve falta. El personal amenazó con un paro si no lo fletaban de inmediato.
- ¿Quién necesita a esos incompetentes? – dijo Kagán.
- Me sorprende que un hombre de mundo como usted no comprenda la gravedad de la situación, doctor. El asunto es que hasta el mismo comisario tiene sus chanchullos y un sujeto como éste viene a romperle los esquemas… Cuando usted llegó el desquiciado intentaba detenerme porque estacioné en doble fila en la puerta de ¡mi! ministerio.
- ¿Qué son esas marcas que tiene en la cabeza? – preguntó Kagán, mientras observaba al robot.
- Fue el comisario Madurga, antes de despedirlo le pegó cuatro tiros.
Por fin Kagán cazó la onda y se llevó consigo al autómata.
- No se preocupe por los destrozos. Serán deducidos de los impuestos del pueblo trabajador, como siempre – dijo el ministro, mientras los despedía.
Cuenta la leyenda que mientras iban en el auto el robot dijo:
- Doctor, percibo un dilema de lógica que no puedo resolver.
- Te escucho – dijo Kagán.
- ¿Tengo nombre, acaso?
- Pues sí. Yo te llamo Pascualito.
 - Así no me llamaban mis compañeros. Me decían “Ortiva”. Lo curioso es que, recabando en mi base de datos, esa es más bien una expresión de hostilidad.
- Es porque no te valoran. Creo que la sociedad aún no está preparada para merecerte – sentenció Kagán.
- A propósito, doctor, debo señalarle que no tiene el cinturón de seguridad puesto. Le confeccionaré una multa. Y otra porque acaba de detener el vehículo pisando la senda peatonal. Y otra más por conducir con una sola mano, cuando se rascó la oreja, y aquel perro está en falta porque circula sin correa, y…
Dicen que en ese instante el doctor Kagán tomó por la avenida Honorio Pueyrredón en dirección a los desarmaderos clandestinos de la calle Warnes.
Otra versión alega que Kagán decidió exiliar a Pascualito a un lugar donde pasara desapercibido, por lo que lo mandó a vivir a Suiza.
Sin embargo, otra versión afirma que el robot se hizo muy famoso en el programa de televisiòn “Bailando por un sueño”, donde participó bajo el seudónimo de Facundo Arana.












2 comentarios: