CASIOPEA Y EL COYOTE
Un coyote transitaba al borde de un acantilado, a mitad de camino entre los médanos donde estaba su madriguera y la parte costera de la ciudad. Ésa era una zona profusa de negocios, bares y restaurantes, cuyas trastiendas ofrecían gran variedad de desechos, que eran verdaderos manjares para la fauna casi salvaje de la zona. Especialmente para los coyotes que, como se sabe, comen absolutamente de todo.
Abstraído en su tarea de recorrer el camino olfateando cada centímetro del mismo, para no dejar escapar bicho ni desperdicio que se le crucen, su hocico se topó con algo extraño. Al principio le pareció una gran piedra. Pero no olía como tal. La rodeó husmeándola con fruición, tratando de identificar tan particular aroma; hasta que un movimiento de la piedra le causó un gran sobresalto. Casiopea se acomodó adentro del caparazón, para tratar de protegerse del inminente ataque del depredador.
El coyote, excitado por su instinto, rasqueteó con fuerza la dura superficie, por uno y otro lado; parándose incluso sobre ella, tarasconeando con rabia la coraza impenetrable. Como todo coyote, era bastante vago; por lo tanto, desistió enseguida de su actitud, al comprobar que la misma resultaba infructuosa.
Con indiferencia, se bajó del caparazón, y cuando se disponía a retomar su camino, oyó una pequeña voz que le dijo:
“Ey! Por qué me lastimás?”
El coyote vió la cabecita que se asomó fugazmente para espetar esas palabras y esconderse de nuevo.
La dulce voz de Casiopea le produjo un efecto tan raro, que de inmediato hizo desaparecer su intención de comérsela. Claro, el asunto era que la tortuga no sabía eso.
El coyote se quedó un rato observándola. Si hubiera sido por Casiopea, hubiesen seguido así por siempre, pués jamás se habría animado a asomar la cabeza.
Más curioso que hambriento, el coyote le preguntó:
“Qué se supone que sos?”.
La tortuga guardó silencio. Por más que hubiera querido, no podía hablar desde adentro del caparazón.
“No temas. Hablá tranquila. Para que confíes en mí, voy a alejarme un poco. Así, por más que quisiera, no podría alcanzarte”, dijo, inteligentemente, el coyote.
Casiopea se asomó tímidamente, pero volvió a esconderse temerosa. El coyote, se alejó un poco más. “Si me voy más lejos, no voy a poder escucharte”, dijo.
Quedaron un rato en silencio.
Como es sabido, la paciencia no es una característica habitual en un coyote, y éste no era la excepción. Así que, después de un rato, dió un suspiro de fastidio, y se dispuso a retomar su camino.
“Me llamo Casiopea, y soy una tortuga”, oyó detrás de él.
“Tortuga?”, pensó el coyote. “Y eso con qué se come?”.
“Y, qué andás haciendo por mis pagos?”, alardeó el coyote.
“Tus pagos?..... en fin. Voy bajando hacia la playa, para ir al mar”, contestó Casiopea.
El coyote miró en dirección al largo, largo camino que bajaba hasta la playa.
“Entonces apurate, porque te falta “un poco” todavía”, le dijo, sonriendo con sorna.
La tortuga interpretó las palabras del coyote, porque ya estaba acostumbrada a los sarcasmos.
“Yo tampoco ví jamás “algo” como vos”, dijo Casiopea, devolviéndole la patada.
El coyote no entendía cómo alguien muerto de miedo podía tomarse licencias humorísticas. Enseguida entendió que se trataba de alguien especial.
“Pués, soy un coyote”, dijo, haciendo un ademán afectado.
Ella, con la cabecita aún a medio asomar, lo miraba con picardía.
“Sí, ya sé: Y qué cuernos es un coyote, no?”, dijo él. “Cómo no vas a saber qué es un coyote! Vos también! . Los coyotes somos…a ver, sabés lo que es un perro? No me digas que nunca viste un perro!”.
“Sí, sé lo que es un perro!”, dijo ella, un poco ofendida porque la tomaban de tonta.
“Entonces, un coyote no es un perro…pero casi. Pensándolo bien, somos todo lo contrario a los perros….Tampoco somos lobos, porque a veces nos confunden con los lobos, por eso de los aullidos y demás cosas. En fin… se entiende, no?”
Casiopea lo miró con dulzura. Realmente su interlocutor le resultaba muy simpático. El coyote asimiló aquella sonrisa y sintió algo extraño, es decir, inaudito. Fue como la caricia de una brisa en su alma de carroñero.
Copada su atención por aquel ser tan extraño, el coyote se tiró en la arena, con las patas hacia adelante, atento e interesado en aquella atractiva personalidad.
Se pusieron a conversar, primero en forma entrecortada, después, más animadamente a medida que Casiopea se fue soltando durante el transcurso de aquella tarde.
Ël, estirado y atento, con las orejas paradas, conversaba a cierta distancia de ella, que asomaba tímidamente la cabeza.
La fauna que pasaba por el lugar, sobre todo los coyotes, miraban la escena con sorpresa. No podían entender cómo, aquel viejo coyote, con fama de solitario, parco y apático, conversara tan animadamente con alguien, galápago o lo que fuere.
“Será una nueva estrategia de caza”, pensaban algunos intrigados.
Ellos dos, ajenos a los comentarios, hablaban de todo lo que una tortuga y un coyote podían hablar. A cada uno le interesaba con franqueza la persona del otro.
Al coyote le fascinaba la forma en que Casiopea respetaba sus comentarios. Algunos de ellos, puras barrabasadas. Ella le devolvía siempre la frase justa, como esos jugadores de fútbol que siempre pasan la pelota con seguridad y al pie.
Casiopea le contó, que se dirigía a la playa, para internarse en el océano y emprender un viaje de miles de kilómetros, llevada por espectaculares corrientes submarinas.
Él, le contaba sobre sus viajes hasta los callejones detrás de los restaurantes, y hacía alarde de que cada día podía elegir la basura típica de cada lugar.
Ella disfrutaba escuchándolo. Él, exageraba los detalles, para robarle aquella sonrisa tierna y demoledora. Pero no le mentía. No se hubiera animado a hacerlo.
Se hizo la noche, y a regañadientes, el coyote volvió a su madriguera. Casiopea dormía en el camino porque así son las tortugas.
Pero, al otro día, no bien amaneció, el coyote volvió urgente a encontrarse con su amiga. Y todo volvió a empezar. Largas conversaciones, entre chistes y confidencias, que hubieran dormido al espectador mejor dispuesto. Pero que para ellos eran horas invalorables de diálogos eternos que se retroalimentaban.
“Descubrimos la máquina de movimiento eterno”, bromeaba Casiopea.
El camino hasta la playa era muy largo, y Casiopea se tomaba su tiempo. Avanzaba sólo unos poquitos metros por día. El coyote, impaciente por naturaleza, quería ayudarla a recorrer la distancia con mayor velocidad.
Entre otros planes locos, se le ocurrió convocar a todos los coyotes de las inmediaciones para arrastrar a su amiga hasta el agua.
Casiopea se negaba gentilmente a las proposiciones del coyote, aunque sentía una gratitud enorme por la preocupación de su amigo.
“Tu tiempo no es igual al mío”, decía ella. “Cuál es el apuro? El océano va estar ahí siempre. O la estás pasando tan mal que querés deshacerte de mí lo antes posible”.
Él no insistió más. Así era Casiopea. Lo hacía pensar en cosas que él ni tenía en cuenta.
El fenómeno de la tortuga y el coyote, dejó de ser una novedad en la zona, a medida que pasaron los días.
Nadie pudo entender jamás qué tanto conversaban esos dos. Pero una cosa estaba clara: Cada uno necesitaba la compañía del otro.
Así, pronto compartieron las noches también. Un día, el coyote decidió no volver a su solitaria madriguera. Aunque se preocupaba, en su interior, Casiopea se sentía feliz porque su compañero se quedara a su lado, gozando de interminables tertulias a la luz de las estrellas.
Casiopea lo obligaba a comer, porque si hubiese sido por él, no quería abandonar ni un minuto a su amiga. De modo que él se iba refunfuñando hasta los basureros más cercanos, para comer raudamente y volver con urgencia.
Una vez, hubo noche de confesiones.
Casiopea reveló que una vez engañó a un tiburón que se comió a su madre, guiándolo hacia una red de pescadores.
Cuando fue su turno, el coyote dijo avergonzado: “Yo nunca hablé de ésto con nadie. Tengo un vicio secreto”. Así fue que relató con lujo de detalles, ante la mirada atónita de la tortuga, cómo durante las noches de verano, se dedicaba a bajar a la playa y darse un festín con los pañales descartables usados que los desconsiderados turistas dejaban esparcidos en la arena.
“Pero eso es asqueroso!”, gritó Casiopea, y lo obligó a prometer que nunca más comería un pañal descartable. Él le hizo caso, porque Casiopea era así, le arrancaba promesas como quien despulga un cachorro.
Hasta que llegó aquel día. El que sería, sin duda, el más trascendental de sus vidas.
Habían dormido en la playa, a poquita distancia de la orilla del océano.
Él, había pasado la noche inquieto; sobresaltado por un dolor, mezcla de ansiedad, rabia y melancolía. Lo que él jamás supo, es que a ella le pasó exactamente lo mismo. Las tortugas saben disimular sus sentimientos mejor que los coyotes.
El coyote percibió el amanecer como un sopapo en el hocico. Sin embargo, debía demostrarse feliz por el éxito de su amiga.
Avanzaron juntos el último tramo, hasta llegar al agua. Ahí él se detuvo un instante, pués agua y coyotes no son compatibles. Pero, después de unos segundos dijo: “Qué va!”, y metió sus patas en las aguas heladas.
Ella comenzó a flotar, y él se detuvo sonriente. Estaba feliz de verdad.
Liberada de la acción de la gravedad, Casiopea se empezó a alejar mar adentro, desplazándose como una mariposa.
A cierta distancia, ella giró, y vió a su compañero en la orilla, sonriente.
Se quedaron un instante mirándose, hasta que él, haciendo un gesto con la cabeza, la animó a seguir adelante. Ella le dedicó la última sonrisa y se sumergió.
El coyote se quedó parado un rato largo, tiritando, pero no de frío; mirando la nada del océano.
Casiopea volvería algún día. Pero él no era tonto, y sabía que los tiempos de las tortugas son distintos a los tiempos de los coyotes.
Transcurrió el resto de su existencia extrañando a su amiga, embargado por la melancolía.
Pronto volvería a las andadas, escapándose de los empleados de limpieza y revolviendo los tachos de basura de la costa.
Si bien, volvió a ser un tipo callado y hosco, algo en él había cambiado para mejor.
Ya no andaba con prisa, corriendo de un lado a otro para devorar primero. Había aprendido que el tiempo era amigable si uno sabía como tratarlo.
También se había hecho más amable y considerado con sus semejantes.
Más de una vez, durante aquellas comilonas de sábados a la noche, que compartía con el resto de sus camaradas, alguno le decía: “Va a comer esa pata de pollo, compañero?”, y él decía que no, y la cedía con cortesía. Como le hubiese gustado a Casiopea.
Casiopea estaba en su corazón, en el viento y en las estrellas. Más de una noche la pasó en el acantilado donde la había conocido, contemplando el océano y recordándola.
Muchos años después, una noche, en aquella playa, un bulto emergió de las aguas.
Casiopea había vuelto.
Con dificultad, se arrastró por la arena. Estaba exhausta, y sabía que éste había sido su último viaje.
La luna bañaba todo el lugar con una luz furiosa.
Repentinamente, de entre las sombras de unos matorrales, surgieron varias siluetas fantasmales. Era un grupo de coyotes, que se acercaban hacia ella. Aterrada, la tortuga se encerró en su coraza.
Los coyotes la rodearon y ella apretó los ojos, para no ver las patas flacas de los depredadores.
De pronto, oyó una voz que le pareció más que familiar: “Casiopea?”.
Sin moverse, entreabrió apenas uno de sus ojos.
“No tenga miedo Casiopea, somos amigos. Podría decirse que la estábamos esperando”.
La voz era parecidísima a la de alguien a quién ella había amado. Y si algo había aprendido de aquella relación, había sido a confiar en él.
Con valentía asomó la cabeza y vió al grupo de coyotes que la miraba amistosamente.
Aquel de la voz tan parecida a la de su amado, era nada menos que su bisnieto.
Durante largo rato le contaron las peripecias de su amigo. De cómo la recordaba a cada instante, mencionándola hasta el hartazgo de sus interlocutores.
Por él los coyotes aprendieron que las tortugas son casi sagradas y que era denigrante comer pañales sucios.
Le contaron que él pasó sus últimos años en paz, reconciliado con su existencia y que todos lo recordaban como un buen tipo.
En medio de la animada conversación, pletórica de anécdotas sobre el coyote “Casiopea” (así lo llamaban cariñosamente), el bisnieto se acercó a Casiopea y le dijo:
“Mi bisabuelo dejó un mensaje para usted. Lo fuimos transfiriendo de uno a otro en la familia, para que le llegue tal cual es”.
El joven coyote se arrimó al oído de la tortuga y murmuró algo, que hizo que ella soltara una risita vivaz, mientras una lágrima se le escurría por la mejilla arrugada.
El mensaje, guardado por generaciones, decía textualmente: “Explicále a éstos qué es un coyote”.
miércoles, 9 de mayo de 2012
jueves, 26 de abril de 2012
Mi teoría sobre el olvido
"La vida es porfiada"
(Doctor Sarl Kagan)
Miro mis manos translúcidas; veo cómo la luz de la pantalla las atraviesa ya casi sin resistencia y, a pesar de que hace un tiempo que comenzaron los primeros síntomas, todavía no salgo de mi asombro; tampoco salgo de mi casa, porque esta “enfermedad” me ha confinado al encierro.
“Soy un ser olvidado”, me sorprendo murmurando a cada rato. “Cómo pasó esto?”
Mi teoría sobre el olvido dice que las cosas que son olvidadas desaparecen, dejan de existir, se borran.
Me acuerdo de un viejo sofá que persistía en mi casa desde la época de mis bisabuelos. A lo largo de tantos años, el mismo fue sepultura de infinidad de objetos que se escurrían de los bolsillos de los ocasionales ocupantes. Generaciones de monedas, llaveros, encendedores, golosinas y hasta una dentadura postiza, se precipitaron hacia el abismo insondable abierto entre el respaldo y el asiento.
Cuando por fin le llegó el relevo al vetusto y desvencijado mueble, procedí a desmantelarlo, ansioso por encontrar vastedad de tesoros. Harta sorpresa me llevé al comprobar el magro botín: Alguna que otra moneda, un caramelo “media hora” y, por supuesto, la dentadura de mi tía Inés.
Qué había pasado con los demás objetos? Se esfumaron; porque habían padecido del olvido del resto de los seres que existen.
Cuando era pibe me gustaba (entre otros cientos de cosas) pasear por el cementerio de mi pueblo, Monte Grande. Si, ya sé: resulta una costumbre rara, acaso irreverente.
Mis papás eran jóvenes, mis abuelos también, por lo tanto, el tema de la muerte aún no se había instalado en nuestra familia. La muerte era todavía algo remoto y que acontecía comúnmente a otras personas.
Además, muchos deben coincidir conmigo en que los cementerios tienen cierto atractivo exótico, algo que infunde una sensación de rareza, de irrealidad.
El caso es que, una tarde, mientras deambulaba por los pasillos desiertos, leyendo lápidas, husmeando bóvedas, me llamó la atención la actividad de un hombre, quien con una maza, rompía el cemento de una vetusta tumba ubicada en los arrabales del camposanto. Ese hombre, quien seguramente era un obrero empleado del lugar, tomó luego una pala y comenzó a cavar en el interior del sepulcro, ahora abierto.
Yo, agazapado detrás de una cruz de granito, espiaba excitado por la curiosidad y el morbo. Era una clara exhumación a plena luz del día, en una tumba vieja y olvidada.
Pero, el único rostro de asombro que ví fue el del tipo que cavaba. Durante un momento se detuvo y se rascó la cabeza en clara señal de confusión. Luego, escarbó un poco más, cada vez con menos ahínco, hasta que por fin, resignado, tomó sus herramientas y se fue.
Yo, me acerqué furtivamente hasta el agujero a cielo abierto. Con sorpresa noté que no había nada. Estaba vacío. No había muerto, ni ataúd; ni nada.
La experiencia y los años me revelaron que aquella tumba vacía era la sepultura de un muerto olvidado.
Las personas también pueden desaparecer por olvido.
Para que una cosa o persona pueda esfumarse en el aire como si nunca hubiera existido, el requisito indispensable es que la cosa en cuestión no se halle presente en la memoria de nadie, ni siquiera del ser más prescindible e insignificante que exista, ya sea éste un microbio o un marido desocupado.
Claro, los escépticos, los refutadotes, nihilistas y buscadores del pelo al huevo, dirán que mi teoría son sólo galimatías, cháchara improbable y sin fundamentos. Dirán que el único fin de mi retórica maltrecha es ganarme un lugar entre la fauna intelectual vernácula o quizás un bolo en el programa de Anabela Ascar. Les respondo que ni lo uno ni lo otro; y que si mis argumentos les resultan insuficientes, les recuerdo que yo mismo soy una prueba cabal de que mi teoría es cierta; aunque por pudor no me dejo ver porque no quiero hacer de mi condición un espectáculo circense.
Además, pensadores de renombre e intachable reputación han aludido al tema.
Jean Paul Sartre, en su conocida obra “El ser y la nada”, explica claramente lo que mi limitada (por no decir paupérrima) prosa me lo impide:
“Desde nuestra introducción, habíamos descubierto la conciencia como una llamada al ser, y habíamos mostrado que e! cogito remitía inmediatamente a un ser-en-sí objeto de la conciencia. Pero, después de descubrir el En-sí y el Para-si, nos había parecido difícil establecer un nexo entre ambos, y habíamos temido caer en un dualismo insuperable. Este dualismo nos amenaza, además, de otra manera: en efecto, en la medida en que puede decirse que el Para-si es, nos encontrábamos frente a dos modos de ser radicalmente distintos: el del Para-sí que tiene de ser lo que es, es decir.....”
En realidad, no se entiende ni jota lo que Sartre quiere explicar. Además incurre en ciertos errores, producto tal vez del stress o de alguna copa de Cabernet Sauvignon de más; por ejemplo, todo el mundo sabe y hasta su nombre mismo lo indica, que el cogito es un objeto que se introduce adentro de otro, o sea EN.
También erró el bochazo (acaso por un desliz tipográfico), al mencionar al dualismo como amenazante y peligroso…..quiso decir duhaldismo, seguramente.
Creo que para que se entienda lo que torpemente trato de explicar, mejor cuento mi historia y cómo he llegado a esta situación:
Yo tuve un amor. Y contra lo que muchos supondrán, siempre fui correspondido. Su nombre es Lidia (aunque ahora, según tengo entendido, se hace llamar Anestesia).
Yo siempre fui un tipo parco y huraño, poco afecto a cultivar las relaciones sociales. En verdad, poco me importaba no tener amigos ni relaciones afectuosas.
Lidia descubrió algo en mí que la hizo quererme y para mi fue suficiente nexo entre yo y el resto de la Humanidad. Quiero decir que el resto de la Humanidad para mí fue simple y exclusivamente Lidia.
Es seguro, pues, que éramos una pareja feliz; ella, acurrucándose a mi lado mientras yo leía; yo, ignorándola lo más que podía.
Una infausta noche, regresábamos a casa luego de cenar en “El chorizo honrado”.
Lidia estaba exultante; quizás el tinto de la casa le había surtido efecto y se encontraba locuaz y dicharachera…..se había puesto hincha pelotas, bah.
Bella y traviesa, abrió el techo corredizo de nuestro 504 y, parándose en el asiento, sacó medio cuerpo afuera, porque quería respirar el fresco de la noche. Yo no la detuve, pues en estado de ebriedad se ponía muy agresiva cuando la contradecían.
El maldito destino quiso que en ese momento pasáramos justo debajo del puentecito de Jean Jaures y las vías.
Ella, con los brazos extendidos en alto vociferó: “La puta! Que vale la pena estar……”
Esas fueron las últimas palabras que le oí decir a mi Lidia sensata.
Si bien el traumatismo de cráneo no fue grave, resultó suficiente para que a Lidia se le borrase la memoria.; “formateo mental”, fue el diagnóstico.
Más allá de eso, y de a veces creer ser una gallina clueca, Lidia se encuentra estable, aunque de mi persona no figure el mínimo rastro en su memoria.
Esa misma tarde, cuando abandoné el hospital donde ella aún hoy yace internada, comencé a experimentar los primeros síntomas de olvido. En la parada del 64, una parejita de adolescentes me miraba con curiosidad y reían codeándose entre sí.
Me miré a mí mismo y comprobé espantado que mi cuerpo se había vuelto translúcido. Corrí a casa desesperado y decidí quedarme inclaustrado hasta saber qué me pasaba.
Investigando en Internet pude dar con una eminencia sobre el asunto: El doctor Sarl Kagan. Este insigne profesional es Licenciado en ciencias ocultas de la Universidad de Pitt Bull, que por ser tan ocultas, él nunca supo bien de qué se trataban.
El doctor Kagan se convirtió en el científico más estacado en el tema de la disolución espontánea de personas, por no decir el único. Pero esta exclusividad más que por su erudición se debe a la indiferencia de sus colegas, a quienes el asunto les parece una reverenda estupidez.
Kagan hace referencia al tema que nos atañe en sus dos únicos libros publicados: “Ectoplasma para todos” y su celebérrimo “Era esto o trabajar”.
En el primero, hay un párrafo muy interesante que transcribo a continuación:
“Los fantasmas no existen. Lo que el vulgo denomina espíritus, espectros o almas en pena, son en realidad personas a media desaparecer. Son víctimas de un proceso de extinción que a la vez trae consigo trastornos tales como inapetencia (la comida se les cae al piso provocando un deprimente enchastre), caída del animo y de las monedas que infructuosamente tratan de ponerse en los bolsillos y una patológica afición por mirar el canal Magazine día y noche”
“Lo único que sé del caso”, prosigue, ”es que una vez iniciado el proceso es irreversible, igual que cuando firmamos un contrato de celular con abono”
“Las causas del mal aún no las he podido establecer”, concluye el experto, “Será el olvido? O acaso el agua contaminada de algún reactor cercano?”
Kagan nunca pudo concluir con sus investigaciones. Una vez, durante un simposio de alquimistas, llamó embustero a un participante que quería demostrar el proceso de transmutación del agua en oro. Kagan terminó convertido en una estatua de 24 kilates. Hay quienes juran haberlo visto mucho tiempo después tratando de vender sus extremidades en un local de Tucumán al 800.
También, mediante el Internet, pude conocer innumerables testimonios. El fenómeno de desapariciones por olvido es de lo más cotidiano y estamos rodeados por infinidad de indicios:
Pude saber sobre la existencia y posterior desaparición de cosas tan disímiles como un portal, un perro atado en el fondo de una casa, un internado de locos, un árbol enfermo.
Hubo un increíble caso donde después de un partido de futbol, uno de los equipos terminó con un jugador menos. El referí juraba que no había expulsado a nadie. Luego se dedujo que se trataba de un win derecho bastante introvertido y un tronco de primera.
Otra vez, también después de un aburridísimo cero a cero, los arcos del estadio terminaron sin redes. Aunque el utilero juró haberlas colocado, no le creyeron y lo echaron sin indemnizarlo.
“Habría jurado que en esta casa había un sótano”, decía la abuela de un amigo. Todos creían que la anciana acusaba demencia senil, pero la vieja tenía razón: La antigua casa tenía un sótano,pero las nuevas generaciones de parientes condenaron al olvido.
Gracias al Facebook, pude cotactarme con otras personas que padecen este aciago mal.
Hubo un intento de reunirnos, de formar un club, una secta o peor aún, un sindicato.
Nos fuímos en aprontes. La idea nunca prosperó por dos razones:
1) Las personas en vías de desaparición por olvido son en general tipos bastante jodidos. La gente olvidable es más bien complicada y resulta difícil ponerse de acuerdo con ellos.
2) Existen cláusulas expresas que prohíben alquilarle inmuebles a personas translúcidas, por lo cual se nos hizo casi imposible conseguir un local decente donde reunirnos.
Algunos sujetos, a la desesperada, optan por salir a asustar, presentándoseles a las personas “comunes” y pegándoles el susto de su vida. De esta forma, a través del miedo, buscan retrasar un poco más el desenlace fatal.
Para mí, la idea es ignominiosa y humillante. Prefiero el olvido.
Me queda poco tiempo ya. Estoy casi transparente y mis dedos apenas pueden presionar las teclas con que escribo estas palabras póstumas.
Pienso en Lidia, y en lo que tanto dependía mi existencia de ella.
De haberlo sabido, hubiera hecho más para que mi amor permaneciera en su memoria. Tal vez, de haberme cortado las uñas de los pies cuando dormíamos juntos, o desechar la costumbre de darle coscorrones cuando pronunciaba “haiga” o “estea”, hubiese sido suficiente para derribar el muro de su desmemoria..
Por lo menos, me habría comprado un perro para que me recuerde.
Pero ya es demasiado tarde. Dejo para el final (mi final), las palabras del doctor Kagan, que rezan: “Si acaso fuera el olvido la causa de las desapariciones, el único antídoto posible es permanecer en la memoria de algo o de alguien. Que nuestro paso por sta Tierra no resulte en vano. Un acto de amor trascendental tal vez nos redima de tan cruel destino”
“Un simple acto de amor cometido a tiempo”, pienso. “Estoy en el horno”.
(Doctor Sarl Kagan)
Miro mis manos translúcidas; veo cómo la luz de la pantalla las atraviesa ya casi sin resistencia y, a pesar de que hace un tiempo que comenzaron los primeros síntomas, todavía no salgo de mi asombro; tampoco salgo de mi casa, porque esta “enfermedad” me ha confinado al encierro.
“Soy un ser olvidado”, me sorprendo murmurando a cada rato. “Cómo pasó esto?”
Mi teoría sobre el olvido dice que las cosas que son olvidadas desaparecen, dejan de existir, se borran.
Me acuerdo de un viejo sofá que persistía en mi casa desde la época de mis bisabuelos. A lo largo de tantos años, el mismo fue sepultura de infinidad de objetos que se escurrían de los bolsillos de los ocasionales ocupantes. Generaciones de monedas, llaveros, encendedores, golosinas y hasta una dentadura postiza, se precipitaron hacia el abismo insondable abierto entre el respaldo y el asiento.
Cuando por fin le llegó el relevo al vetusto y desvencijado mueble, procedí a desmantelarlo, ansioso por encontrar vastedad de tesoros. Harta sorpresa me llevé al comprobar el magro botín: Alguna que otra moneda, un caramelo “media hora” y, por supuesto, la dentadura de mi tía Inés.
Qué había pasado con los demás objetos? Se esfumaron; porque habían padecido del olvido del resto de los seres que existen.
Cuando era pibe me gustaba (entre otros cientos de cosas) pasear por el cementerio de mi pueblo, Monte Grande. Si, ya sé: resulta una costumbre rara, acaso irreverente.
Mis papás eran jóvenes, mis abuelos también, por lo tanto, el tema de la muerte aún no se había instalado en nuestra familia. La muerte era todavía algo remoto y que acontecía comúnmente a otras personas.
Además, muchos deben coincidir conmigo en que los cementerios tienen cierto atractivo exótico, algo que infunde una sensación de rareza, de irrealidad.
El caso es que, una tarde, mientras deambulaba por los pasillos desiertos, leyendo lápidas, husmeando bóvedas, me llamó la atención la actividad de un hombre, quien con una maza, rompía el cemento de una vetusta tumba ubicada en los arrabales del camposanto. Ese hombre, quien seguramente era un obrero empleado del lugar, tomó luego una pala y comenzó a cavar en el interior del sepulcro, ahora abierto.
Yo, agazapado detrás de una cruz de granito, espiaba excitado por la curiosidad y el morbo. Era una clara exhumación a plena luz del día, en una tumba vieja y olvidada.
Pero, el único rostro de asombro que ví fue el del tipo que cavaba. Durante un momento se detuvo y se rascó la cabeza en clara señal de confusión. Luego, escarbó un poco más, cada vez con menos ahínco, hasta que por fin, resignado, tomó sus herramientas y se fue.
Yo, me acerqué furtivamente hasta el agujero a cielo abierto. Con sorpresa noté que no había nada. Estaba vacío. No había muerto, ni ataúd; ni nada.
La experiencia y los años me revelaron que aquella tumba vacía era la sepultura de un muerto olvidado.
Las personas también pueden desaparecer por olvido.
Para que una cosa o persona pueda esfumarse en el aire como si nunca hubiera existido, el requisito indispensable es que la cosa en cuestión no se halle presente en la memoria de nadie, ni siquiera del ser más prescindible e insignificante que exista, ya sea éste un microbio o un marido desocupado.
Claro, los escépticos, los refutadotes, nihilistas y buscadores del pelo al huevo, dirán que mi teoría son sólo galimatías, cháchara improbable y sin fundamentos. Dirán que el único fin de mi retórica maltrecha es ganarme un lugar entre la fauna intelectual vernácula o quizás un bolo en el programa de Anabela Ascar. Les respondo que ni lo uno ni lo otro; y que si mis argumentos les resultan insuficientes, les recuerdo que yo mismo soy una prueba cabal de que mi teoría es cierta; aunque por pudor no me dejo ver porque no quiero hacer de mi condición un espectáculo circense.
Además, pensadores de renombre e intachable reputación han aludido al tema.
Jean Paul Sartre, en su conocida obra “El ser y la nada”, explica claramente lo que mi limitada (por no decir paupérrima) prosa me lo impide:
“Desde nuestra introducción, habíamos descubierto la conciencia como una llamada al ser, y habíamos mostrado que e! cogito remitía inmediatamente a un ser-en-sí objeto de la conciencia. Pero, después de descubrir el En-sí y el Para-si, nos había parecido difícil establecer un nexo entre ambos, y habíamos temido caer en un dualismo insuperable. Este dualismo nos amenaza, además, de otra manera: en efecto, en la medida en que puede decirse que el Para-si es, nos encontrábamos frente a dos modos de ser radicalmente distintos: el del Para-sí que tiene de ser lo que es, es decir.....”
En realidad, no se entiende ni jota lo que Sartre quiere explicar. Además incurre en ciertos errores, producto tal vez del stress o de alguna copa de Cabernet Sauvignon de más; por ejemplo, todo el mundo sabe y hasta su nombre mismo lo indica, que el cogito es un objeto que se introduce adentro de otro, o sea EN.
También erró el bochazo (acaso por un desliz tipográfico), al mencionar al dualismo como amenazante y peligroso…..quiso decir duhaldismo, seguramente.
Creo que para que se entienda lo que torpemente trato de explicar, mejor cuento mi historia y cómo he llegado a esta situación:
Yo tuve un amor. Y contra lo que muchos supondrán, siempre fui correspondido. Su nombre es Lidia (aunque ahora, según tengo entendido, se hace llamar Anestesia).
Yo siempre fui un tipo parco y huraño, poco afecto a cultivar las relaciones sociales. En verdad, poco me importaba no tener amigos ni relaciones afectuosas.
Lidia descubrió algo en mí que la hizo quererme y para mi fue suficiente nexo entre yo y el resto de la Humanidad. Quiero decir que el resto de la Humanidad para mí fue simple y exclusivamente Lidia.
Es seguro, pues, que éramos una pareja feliz; ella, acurrucándose a mi lado mientras yo leía; yo, ignorándola lo más que podía.
Una infausta noche, regresábamos a casa luego de cenar en “El chorizo honrado”.
Lidia estaba exultante; quizás el tinto de la casa le había surtido efecto y se encontraba locuaz y dicharachera…..se había puesto hincha pelotas, bah.
Bella y traviesa, abrió el techo corredizo de nuestro 504 y, parándose en el asiento, sacó medio cuerpo afuera, porque quería respirar el fresco de la noche. Yo no la detuve, pues en estado de ebriedad se ponía muy agresiva cuando la contradecían.
El maldito destino quiso que en ese momento pasáramos justo debajo del puentecito de Jean Jaures y las vías.
Ella, con los brazos extendidos en alto vociferó: “La puta! Que vale la pena estar……”
Esas fueron las últimas palabras que le oí decir a mi Lidia sensata.
Si bien el traumatismo de cráneo no fue grave, resultó suficiente para que a Lidia se le borrase la memoria.; “formateo mental”, fue el diagnóstico.
Más allá de eso, y de a veces creer ser una gallina clueca, Lidia se encuentra estable, aunque de mi persona no figure el mínimo rastro en su memoria.
Esa misma tarde, cuando abandoné el hospital donde ella aún hoy yace internada, comencé a experimentar los primeros síntomas de olvido. En la parada del 64, una parejita de adolescentes me miraba con curiosidad y reían codeándose entre sí.
Me miré a mí mismo y comprobé espantado que mi cuerpo se había vuelto translúcido. Corrí a casa desesperado y decidí quedarme inclaustrado hasta saber qué me pasaba.
Investigando en Internet pude dar con una eminencia sobre el asunto: El doctor Sarl Kagan. Este insigne profesional es Licenciado en ciencias ocultas de la Universidad de Pitt Bull, que por ser tan ocultas, él nunca supo bien de qué se trataban.
El doctor Kagan se convirtió en el científico más estacado en el tema de la disolución espontánea de personas, por no decir el único. Pero esta exclusividad más que por su erudición se debe a la indiferencia de sus colegas, a quienes el asunto les parece una reverenda estupidez.
Kagan hace referencia al tema que nos atañe en sus dos únicos libros publicados: “Ectoplasma para todos” y su celebérrimo “Era esto o trabajar”.
En el primero, hay un párrafo muy interesante que transcribo a continuación:
“Los fantasmas no existen. Lo que el vulgo denomina espíritus, espectros o almas en pena, son en realidad personas a media desaparecer. Son víctimas de un proceso de extinción que a la vez trae consigo trastornos tales como inapetencia (la comida se les cae al piso provocando un deprimente enchastre), caída del animo y de las monedas que infructuosamente tratan de ponerse en los bolsillos y una patológica afición por mirar el canal Magazine día y noche”
“Lo único que sé del caso”, prosigue, ”es que una vez iniciado el proceso es irreversible, igual que cuando firmamos un contrato de celular con abono”
“Las causas del mal aún no las he podido establecer”, concluye el experto, “Será el olvido? O acaso el agua contaminada de algún reactor cercano?”
Kagan nunca pudo concluir con sus investigaciones. Una vez, durante un simposio de alquimistas, llamó embustero a un participante que quería demostrar el proceso de transmutación del agua en oro. Kagan terminó convertido en una estatua de 24 kilates. Hay quienes juran haberlo visto mucho tiempo después tratando de vender sus extremidades en un local de Tucumán al 800.
También, mediante el Internet, pude conocer innumerables testimonios. El fenómeno de desapariciones por olvido es de lo más cotidiano y estamos rodeados por infinidad de indicios:
Pude saber sobre la existencia y posterior desaparición de cosas tan disímiles como un portal, un perro atado en el fondo de una casa, un internado de locos, un árbol enfermo.
Hubo un increíble caso donde después de un partido de futbol, uno de los equipos terminó con un jugador menos. El referí juraba que no había expulsado a nadie. Luego se dedujo que se trataba de un win derecho bastante introvertido y un tronco de primera.
Otra vez, también después de un aburridísimo cero a cero, los arcos del estadio terminaron sin redes. Aunque el utilero juró haberlas colocado, no le creyeron y lo echaron sin indemnizarlo.
“Habría jurado que en esta casa había un sótano”, decía la abuela de un amigo. Todos creían que la anciana acusaba demencia senil, pero la vieja tenía razón: La antigua casa tenía un sótano,pero las nuevas generaciones de parientes condenaron al olvido.
Gracias al Facebook, pude cotactarme con otras personas que padecen este aciago mal.
Hubo un intento de reunirnos, de formar un club, una secta o peor aún, un sindicato.
Nos fuímos en aprontes. La idea nunca prosperó por dos razones:
1) Las personas en vías de desaparición por olvido son en general tipos bastante jodidos. La gente olvidable es más bien complicada y resulta difícil ponerse de acuerdo con ellos.
2) Existen cláusulas expresas que prohíben alquilarle inmuebles a personas translúcidas, por lo cual se nos hizo casi imposible conseguir un local decente donde reunirnos.
Algunos sujetos, a la desesperada, optan por salir a asustar, presentándoseles a las personas “comunes” y pegándoles el susto de su vida. De esta forma, a través del miedo, buscan retrasar un poco más el desenlace fatal.
Para mí, la idea es ignominiosa y humillante. Prefiero el olvido.
Me queda poco tiempo ya. Estoy casi transparente y mis dedos apenas pueden presionar las teclas con que escribo estas palabras póstumas.
Pienso en Lidia, y en lo que tanto dependía mi existencia de ella.
De haberlo sabido, hubiera hecho más para que mi amor permaneciera en su memoria. Tal vez, de haberme cortado las uñas de los pies cuando dormíamos juntos, o desechar la costumbre de darle coscorrones cuando pronunciaba “haiga” o “estea”, hubiese sido suficiente para derribar el muro de su desmemoria..
Por lo menos, me habría comprado un perro para que me recuerde.
Pero ya es demasiado tarde. Dejo para el final (mi final), las palabras del doctor Kagan, que rezan: “Si acaso fuera el olvido la causa de las desapariciones, el único antídoto posible es permanecer en la memoria de algo o de alguien. Que nuestro paso por sta Tierra no resulte en vano. Un acto de amor trascendental tal vez nos redima de tan cruel destino”
“Un simple acto de amor cometido a tiempo”, pienso. “Estoy en el horno”.
martes, 10 de mayo de 2011
Cleta, la turra adolescente, volumen 7: Cleta la talibana.
Cris mira hacia el jardín a través de la ventana de su biblioteca. Piensa un momento y sigue escribiendo la sinopsis del discurso que dará mañana.
El sol que atraviesa los cristales ilumina el mechón rojizo que acaricia su frente...
Quién fuera bolígrafo, para que sus dedos angelicales se posen delicadamente sobre uno?
Quién fuera papel, Para que su divino pulso desgrane sobre mí las palabras que seguramente le dicta el alma?....
(En esta parte, el escritor se queda absorto, divagando entre suspiros. Por lo tanto, es necesario aplicarle un leve soplamoco en la nuca para despertarlo de su embelezo)
Suena un celular (ring tone de una canción de Barragán)
"-Bfablo guon la feñora ve enfrente", dice Mauricia,con una voz gutural, evidentemente finjida.
"-Salí tarada!"(se oye apenas por atrás)"A vos no se te entiende un pomo! Dame, dame el celu!"
"-Hola. Quién habla?", pregunta Cristina.
"-Señora Cristina?", dice otra voz, esforzándose por disfrazarse de un tono grave.
"-Con ella habla. Quién es?"
"-Le aviso que secuestramos a su hermana Cleta (se oyen risitas de atrás). Si no nos paga un millón de pesos, se la devolvemos en una bolsita de 47 street (risitas)"
"-Pero, quién habla? qué dice?", exclama Cris, impaciente.
"-Lo que oyó. Queremos un millón de pesos. Si no, matamos a su hermanita, le aplicamos ejercicios de reanimación y después la matamos de nuevo (más risitas)"
"-Pero...usted tiene idea de con quién está hablando?"
"-Silencio!. Ponga la plata en una valija y déjela en el puente de Rolón que cruza la panamericana. Tiene dos horas. Si no: Ñácate!"
Cortó.
En ese instante, Florencio entra al despacho.
"-Qué cara de preocupada Cris. Quién era?"
"-Eran Cleta y sus amiguitas, haciendo bromas. Me tiene podrida esa piba"
Mientras tanto, en la casa de Huga Biolcatta, el trío de arpías se regodea en su nueva crapulencia.
"-Ja ja ja! Cayó como una yegua!", vocifera alegremente Huga.
"-Feug buna ifdea gebnial!", balbucea Mauricia.
"-Quisiera haberle visto la cara de preocupación. Se lo merece por.....por ser tan perfecta", exclama Cleta.
".Bueno, no nos durmamos en los laureles", dice Huga. "Vamos a buscar la guita".
"-Si, vamos, vamos", se entusiasma Cleta, poniéndose de pie y encarando hacia la puerta.
"-Qué hacés tarada?", la frena en seco Huga.
Cleta la mira con cara de "yo no fuí".
"-No podés ir así para que reconozcan. Toda las fuerzas de seguridad te deben estar buscando, atolondrada. Tenemos que disfrazarnos"
"-Fi! Gué gbuena ifdea", farfulla Mauricia.
Huga extrae del placard algunas ropas.También sustrae una caja con barbas y bigotes postizos y elementos de maquillaje.
"-Con estas túnicas vamos a pasar desapercibidas. Como no contamos con pelucas, podemos hacer turbantes con estos vestidos viejos"
Al cabo de un rato, Huga le daba los últims toques a las barbas falsas de Cleta y de Mauricia.
"-Este pegamento es buenísimo. Hay que untar bastante para que no se nos caigan los postizos en plena transacción. Le puse un poco a los turbantes también. Y vos Mauricia, no te vayas a tragar el bigote".
"-Esta barba me pica", solloza Cleta, jalándose del mentón."Y no me la puedo sacar. Qué pegamento es éste? Pega más que la Caamaño"
"-Poxipol", responde Huga. "Pero no te preocupes, con un poco de agua hirviendo sale".
Minutos después, las tres trastornadas circulan por las calles de San Isidro en la 4x4 de Huga.
"-No bien recojamos el dinero nos embarcamos en el jet de mi papá y nos vamos de compras a Miami", dice Huga con entusiasmo.
"-Che, vieron ese helicóptero? No está volando demasiado bajo?", pregunta Cleta.
De pronto, desde la nave que seguía el trayecto de la camioneta, se oye mediante un megáfono:
"The occupants of the van!Stop the vehicle and there without moving!"
"-Qué dice?"
"-Qué sé yo. El inglés babington debe estar de campaña"
Súbitamente, una camioneta negra se les cruza en el camino, obligándolas a detenerse.
De todos loados aparecen patrulleros de la federal, de gendarmería, vehículos de la SIDE y hasta una patrulla de empleados de vigilancia de COTO que acudieron en apoyo.
Cientos de efectivos con armas largas rodean la 4x4, mientras el helicóptero aterriza en plena calle.
"-Manos arriba! FBI!Bajen despacio y no intenten nada!"
Las tres arpías chillan como chanchos.
"-No me maten! Ellas me obligaron!", grita la cobarde de Cleta.
Un sujeto que desciende del helicóptero es el que da las ordenes.
"-Los tres al suelo! Con las manos en la nuca!", ordena. Luego, codeando a uno de sus colaboradores murmura: "Qué te dije. Viste que Bin Laden no había muerto?"
Entre llantos, las tres turras pedían clemencia al unísono, de un modo ininteligible.
"-Silencio!", vocifera el mandamás. "Que hable uno solo de ustedes. A ver, vos", ordena, señalando a Mauricia.
"-Bfo feñores buine a fasear con muis amigaf. Fes dije queno sefetieran en liof, buero do me hifggieron caso"
Al unísono, se oyó el claqueteo de mil armas cargando en recámara.
"-No hay duda, son musulmanes"
"-Qué idioma es ese?"
"-Un dialecto afgano, seguramente"
"-Por la Ley federal de Estados Unidos quedan todos detenidos"
"-No!", grita Cleta."No me lleven! Llamen a Oyharbide! Quiero a Oyharbide!"
Varias horas más tarde, Cris se encuentra inaugurando un hospital en el conurbano bonaerense.
♫♫ Dame un candidato ♫♫ (suena el celular)
"-Hola, Cris?"
"-Cleta? Ahora no te puedo atender, nena. Estoy ocupada"
"-Es que tengo que darte una noticia no positiva. Estamos en un serio problema"
"-Mirá querida. Dejáte de juegos porque ya me tenés harta. Donde estás?"
"-En Guantánamo. Nos confundieron con terroristas y nos tienen detenidas. Ya nos procesaron y para mañana piensan ejecutarnos en la horca. No puedo hablar más. Tengo un nudo en la garganta".
"-Escuchame una cosa pendeja del demonio! Cortala con tus mentiras! Si hoy no estás en casa para la cena, te aseguro que ni la Royal navy te salva a vos! Está claro?"
"-Hola...Cris.....Cris. Uy! Colgó"
Dos guardias yanquis observan a Cleta a través de un vidrio polarizado:
Uno de ellos le dice al otro:
"-And to think that with that idiot's face to the world was on edge"
(Y pensar que con esa cara de boludo tenía en vilo al mundo)
El sol que atraviesa los cristales ilumina el mechón rojizo que acaricia su frente...
Quién fuera bolígrafo, para que sus dedos angelicales se posen delicadamente sobre uno?
Quién fuera papel, Para que su divino pulso desgrane sobre mí las palabras que seguramente le dicta el alma?....
(En esta parte, el escritor se queda absorto, divagando entre suspiros. Por lo tanto, es necesario aplicarle un leve soplamoco en la nuca para despertarlo de su embelezo)
Suena un celular (ring tone de una canción de Barragán)
"-Bfablo guon la feñora ve enfrente", dice Mauricia,con una voz gutural, evidentemente finjida.
"-Salí tarada!"(se oye apenas por atrás)"A vos no se te entiende un pomo! Dame, dame el celu!"
"-Hola. Quién habla?", pregunta Cristina.
"-Señora Cristina?", dice otra voz, esforzándose por disfrazarse de un tono grave.
"-Con ella habla. Quién es?"
"-Le aviso que secuestramos a su hermana Cleta (se oyen risitas de atrás). Si no nos paga un millón de pesos, se la devolvemos en una bolsita de 47 street (risitas)"
"-Pero, quién habla? qué dice?", exclama Cris, impaciente.
"-Lo que oyó. Queremos un millón de pesos. Si no, matamos a su hermanita, le aplicamos ejercicios de reanimación y después la matamos de nuevo (más risitas)"
"-Pero...usted tiene idea de con quién está hablando?"
"-Silencio!. Ponga la plata en una valija y déjela en el puente de Rolón que cruza la panamericana. Tiene dos horas. Si no: Ñácate!"
Cortó.
En ese instante, Florencio entra al despacho.
"-Qué cara de preocupada Cris. Quién era?"
"-Eran Cleta y sus amiguitas, haciendo bromas. Me tiene podrida esa piba"
Mientras tanto, en la casa de Huga Biolcatta, el trío de arpías se regodea en su nueva crapulencia.
"-Ja ja ja! Cayó como una yegua!", vocifera alegremente Huga.
"-Feug buna ifdea gebnial!", balbucea Mauricia.
"-Quisiera haberle visto la cara de preocupación. Se lo merece por.....por ser tan perfecta", exclama Cleta.
".Bueno, no nos durmamos en los laureles", dice Huga. "Vamos a buscar la guita".
"-Si, vamos, vamos", se entusiasma Cleta, poniéndose de pie y encarando hacia la puerta.
"-Qué hacés tarada?", la frena en seco Huga.
Cleta la mira con cara de "yo no fuí".
"-No podés ir así para que reconozcan. Toda las fuerzas de seguridad te deben estar buscando, atolondrada. Tenemos que disfrazarnos"
"-Fi! Gué gbuena ifdea", farfulla Mauricia.
Huga extrae del placard algunas ropas.También sustrae una caja con barbas y bigotes postizos y elementos de maquillaje.
"-Con estas túnicas vamos a pasar desapercibidas. Como no contamos con pelucas, podemos hacer turbantes con estos vestidos viejos"
Al cabo de un rato, Huga le daba los últims toques a las barbas falsas de Cleta y de Mauricia.
"-Este pegamento es buenísimo. Hay que untar bastante para que no se nos caigan los postizos en plena transacción. Le puse un poco a los turbantes también. Y vos Mauricia, no te vayas a tragar el bigote".
"-Esta barba me pica", solloza Cleta, jalándose del mentón."Y no me la puedo sacar. Qué pegamento es éste? Pega más que la Caamaño"
"-Poxipol", responde Huga. "Pero no te preocupes, con un poco de agua hirviendo sale".
Minutos después, las tres trastornadas circulan por las calles de San Isidro en la 4x4 de Huga.
"-No bien recojamos el dinero nos embarcamos en el jet de mi papá y nos vamos de compras a Miami", dice Huga con entusiasmo.
"-Che, vieron ese helicóptero? No está volando demasiado bajo?", pregunta Cleta.
De pronto, desde la nave que seguía el trayecto de la camioneta, se oye mediante un megáfono:
"The occupants of the van!Stop the vehicle and there without moving!"
"-Qué dice?"
"-Qué sé yo. El inglés babington debe estar de campaña"
Súbitamente, una camioneta negra se les cruza en el camino, obligándolas a detenerse.
De todos loados aparecen patrulleros de la federal, de gendarmería, vehículos de la SIDE y hasta una patrulla de empleados de vigilancia de COTO que acudieron en apoyo.
Cientos de efectivos con armas largas rodean la 4x4, mientras el helicóptero aterriza en plena calle.
"-Manos arriba! FBI!Bajen despacio y no intenten nada!"
Las tres arpías chillan como chanchos.
"-No me maten! Ellas me obligaron!", grita la cobarde de Cleta.
Un sujeto que desciende del helicóptero es el que da las ordenes.
"-Los tres al suelo! Con las manos en la nuca!", ordena. Luego, codeando a uno de sus colaboradores murmura: "Qué te dije. Viste que Bin Laden no había muerto?"
Entre llantos, las tres turras pedían clemencia al unísono, de un modo ininteligible.
"-Silencio!", vocifera el mandamás. "Que hable uno solo de ustedes. A ver, vos", ordena, señalando a Mauricia.
"-Bfo feñores buine a fasear con muis amigaf. Fes dije queno sefetieran en liof, buero do me hifggieron caso"
Al unísono, se oyó el claqueteo de mil armas cargando en recámara.
"-No hay duda, son musulmanes"
"-Qué idioma es ese?"
"-Un dialecto afgano, seguramente"
"-Por la Ley federal de Estados Unidos quedan todos detenidos"
"-No!", grita Cleta."No me lleven! Llamen a Oyharbide! Quiero a Oyharbide!"
Varias horas más tarde, Cris se encuentra inaugurando un hospital en el conurbano bonaerense.
♫♫ Dame un candidato ♫♫ (suena el celular)
"-Hola, Cris?"
"-Cleta? Ahora no te puedo atender, nena. Estoy ocupada"
"-Es que tengo que darte una noticia no positiva. Estamos en un serio problema"
"-Mirá querida. Dejáte de juegos porque ya me tenés harta. Donde estás?"
"-En Guantánamo. Nos confundieron con terroristas y nos tienen detenidas. Ya nos procesaron y para mañana piensan ejecutarnos en la horca. No puedo hablar más. Tengo un nudo en la garganta".
"-Escuchame una cosa pendeja del demonio! Cortala con tus mentiras! Si hoy no estás en casa para la cena, te aseguro que ni la Royal navy te salva a vos! Está claro?"
"-Hola...Cris.....Cris. Uy! Colgó"
Dos guardias yanquis observan a Cleta a través de un vidrio polarizado:
Uno de ellos le dice al otro:
"-And to think that with that idiot's face to the world was on edge"
(Y pensar que con esa cara de boludo tenía en vilo al mundo)
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