miércoles, 26 de septiembre de 2012

Dios es un guionista retorcido (3ra parte)

 “Somos arquitectos de nuestro propio destino; el asunto es conseguir buenos albañiles”
   (Sarl Kagán)



El escritor Gabriel Nitales aborda el final de su relato con un tono distinto. Y describe, no con poca dificultad, su incursión en los arrabales de la locura.
Y dice:

Al otro día,traté de volver a mi vida rutinaria lo mejor posible, pero el peso de la reveladora verdad no me dejaba tranquilo.
Pensé que hay cosas que es mejor no saberlas.
De escribir ni hablar. Sólo me salían pensamientos lúgubres y pesimistas.
“Estoy solo, en medio de un universo oscuro…..se cortó la luz y no compré velas”, y cosas así.
El teléfono me sacó de mi abstracción. Era Amanda. Su voz me cayó como un vaso de agua en medio del desierto:
““Hola Bebu! No sabés lo que conseguí. Unas cortinas con unos dibujos persas…o hindúes, no sé muy bien. Están divinas. Quería saber si  podés  ayudarme a instalarlas en el living. Venite y de paso tomamos unos mates y chusmeamos, si?”
Amanda y yo éramos amigos; amigos inseparables.
Amanda era mi amor imposible; aunque no creo que haya amores imposibles; hay personas que se quieren y otras que no. Nosotros nos queríamos. Y si nunca llegamos a “segunda base” fue por una cuestión de proporciones. Toda esta existencia no es más que una cuestión de proporciones.
Mi amor por Amanda era tan desmesurado que desequilibraba con el que ella sentía por mí.
“Sos tan buen amigo que sería un pecado perder tu amistad”, me decía.
Yo había llegado a la conclusión que amar a alguien no significaba estar encima de ella; ni adentro de ella. Yo, con estar cerca de ella, con ser parte de su vida, me conformaba. Yo amaba a Amanda de una forma tan inconmensurable, que rayaba en la idiotez.
Amaba su tiempo, su vida; amaba hasta su forma de ignorarme.
Sin embargo, la vida sentimental de Amanda parecía estar estancada también. Desde que nos conocimos, ella no volvió a salir con nadie. Pero yo sabía que tarde o temprano, alguien digno de su belleza y de su corazón aparecería y daría por terminada nuestra singular relación.
“Ay, Amanda. Qué privilegiadas e indignas manos tejen tu porvenir?”
Si ese honor fuese mío….

Fue entonces cuando una idea atroz, terrible se me coló en el alma; aunque en ese momento me pareció brillante: decidí dar con la persona artífice del destino de Amanda.
Mi intención era influir para hacer de Amanda la persona más feliz del mundo.
Pero, ¿cómo encontrar al canalla?
Decidí publicar un aviso en el diario. Para empezar, hasta que se me ocurriera otra cosa, bastaría.
Debería ser un mensaje sutil y claro. Pensé largo tiempo y al final diseñé algo más o menos aceptable. Mi aviso decía:
“Busco a quién escribe el destino de mi amada. Ella es alta, delgada; tiene cabellera rojiza como el fuego y, a pesar de ser joven, le asoman algunas canitas en la parte superior de la cabeza, que a ella la avergüenzan pero que son adorables.
Además, frunce la nariz de una forma irresistible cuando pronuncia: “Laptop”
El dinero solo me alcanzó para publicar mi mensaje en la página de necrológicas, al lado de un aviso que decía:”Arnulfo, pasaste a mejor vida; tus herederos también”
Era como un mensaje adentro de una botella, arrojado al océano.
Esa noche, tuve una de mis pesadillas recurrentes: Soñé que Karlos Arguiñano, decía: “Vamos a acompañar el topo a la orange con una buena guarnición de nabos cosechados de nuestra huerta”, mientras buscaba cortar mi miembro viril con una tijera de podar.

Un ruido me despertó.
Como todavía no había colocado la puerta que los policías habían arrancado, pude comprobar que Cosme, el diariero de la esquina, golpeaba las manos, parado en el umbral.
“Creo tener lo que andás buscando”, dijo, y me arrojó una pila de manuscritos.
“Al principio dudé, pero el detalle de las canitas fue inconfundible”, agregó.
“Yo, ignoraba que vos te dedicaras a escribir”, admiti.
“Esto es Buenos Aires, media cuidad escribe”, dijo. “La mía es la historia de una chica acosada por un gilastrún patético, que para lo único que sirve es para cambiarle las lamparitas de la casa y para sacarla a pasear al zoo domingo por medio”
“Ese soy yo!”, exclamé alborozado.
“Ahora”, dijo con solemnidad, “hablemos del precio”
Una pasta frola de Las delicias y la promesa de que ese sábado, yo, en persona, iría a destapar la cámara aséptica de su casa, fue el precio que pagué por tener el futuro de Amanda en mis manos.
Le pregunté a Cosme si sabía él si el cambio de autor funcionaría. Él me respondió de una forma categórica: “No sé”, dijo, encogiéndose de hombros.
Cuando Cosme se fue, yo ya estaba sumergido en un ataque de ansiedad que parecía reventarme el pecho.
Ahí, sobre la mesa, el futuro de Amanda, de mí Amanda, aguardaba a mi absoluta disposición.
Pero debía hacer una prueba, para ver si el mero hecho de escribir funcionaría.
Me concentré como pude. Amanda era mi personaje. Nunca tuve ni tendré un personaje tan amado.
Con las manos trémulas escribí: “Amanda está en la cocina. Lava los platos en silencio, mientras el sol mañanero hace refulgir su pelo rojizo” Cursilería aparte, al menos la frase rompía la inercia.
De inmediato llamé:
“Hola Ami”
“Hola michi! Cómo estás?”
“Bien. Quería preguntarte algo”
“Dime, amorete”
“Hoy, lavaste los platos, por casualidad?”
“Y…..si. Por?”
“No, por nada. Después te llamo”

Qué estupidez! Era obvio que ella todos los dís lavaba los platos. En qué estaba pensando yo? Debería ser más específico entonces.
Imaginé que un mosquito picaba su tersa mejilla.
“Hola, bella. De nuevo yo. Decíme algo. Hoy, por casualidad, te picó un mosquito en la cara?”
“Y, si. Fui a correr al parque y……ay, qué te pasa nene! Otra vez te tomaste el liquid paper creyendo que era yogurt bebible, no? Sos un colgado del diablo Gaby!”
“Ok, ok. Perdón. Después te llamo”
“No no! Soy un tarado”, pensé…..vamos con algo trascendental .algo que nunca o rara vez le haya ocurrido. Yo no quiero hacerle daño, jamás podría hacerle daño. Pero debo optar por alguna cosa categórica, que no deje margen a dudas.
Escribí: “Amanda, sentada en la cocina, tiñe distraídamente sus rojos cabellos, sin darse cuenta que el color de la tintura es verde”
Un instante después sonó mi celular.
“Ay! No sabés lo que me pasó!”, gritó Amanda, desconsolada. “Qué tragedia, Dios mío!”
No pude contener la risa.
“Yo tengo la cabeza como un semáforo y vos te reís, tarado!”
“Calmate, Ami. Tomate un te de tilo y después te ponés un gorrito; luego te cruzás a la perfumería a comprar una buena tintura. Todo va a estar bien, te lo prometo”
Todo va a estar bien Amanda.
Y así fue.
Yo me convertí en el artífice de la felicidad de Amanda.
Porque los meses subsiguientes representaron un verdadero paraíso en la vida de mi amada.
Yo, escribía sin descanso cosas buenas para ella. Atado perpetuamente a diseñar su vida, purgué con gusto la brutal condena de hacer de su vida un interminable edén.
Amanda encontró una notebook en el tren.
Amanda cambió su trabajo por el empleo mejor pago de la ciudad.
Amanda era brillante.
Amanda tenía una avidez de conocimientos que sentía que como si un velo se había descorrido y le presentaba al universo cristalino, fértil y maravilloso.
Amanda era feliz.
“Morfo como un cerdo y no engordo un gramo”, me decía.
“No hago ejercicios, y mirame, parezco una atleta olímpica”
“Sos feliz Ami?”, yo le decía. “Entonces, yo también lo soy”

Con el transcurso del tiempo, algo empezó a molestarme como si llevara calzoncillos de poliéster.
Algo no estaba bien. Algo estaba definitivamente mal.
Una idea empezó a germinar en mi alma hasta que floreció con visos de tragedia griega.
Empecé a verlo todo como una gran estafa. Trampa es la palabra exacta. Yo había gambeteado las normas establecidas, impulsado por un sentimiento auténtico, pero exacerbado. Y lo peor de todo, había arrastrado a Amanda en mi irreverencia.
Un día, recibí la prueba palpable de que mis temores eran ciertos. Ella me llamó:
“Hola Gaby. Quería decirte algo importante. Soy demasiado, insoportablemente feliz”
“Lo sé, linda. Y me alegra saberlo”
“No, no! Vos no entendés. Soy tan feliz que ya no lo soporto. No puedo más. Estoy como si me hubiera pasado de rosca y me invade una tristeza que ya no puedo contenerla. Me quiero morir. Me dan ganas de tirarme por la ventana”
“No Ami, calmate…..por favor”
De todos modos, vivía en planta baja, así que no corría serio peligro.
Esa misma noche, tuve  una visión tan reveladora que me hizo comprender la abyección de mis actos.
Era una pesadilla.
Soñé con el dedo acusador de Dios.
Era un índice descomunal, como de seis metros de largo, que se metía por la ventana y me apretaba la nariz mientras dormía:
“Hola. Hablo con el cabeza de alcornoque?”, Alguien decía.
Yo, en mi sueño, no tuve dudas de que ese gran dedo era el de Dios. Su maniquiur demostraba una categoría divina.
Asustado, salté de la cama.
“Conozco la herejía que estás cometiendo!”, tronó una voz.
“Pero, yo la amo”, alcancé a balbucear.
El dedo se sacudía furioso de un lado a otro de la habitación, tumbando los muebles, haciendo caer floreros y asustando al gato.
“Blasfemo! Cómo pudiste!”
“Pero yo….”
“En qué cabeza cabe, pedazo de animal!”
“Yo sólo quería darle felicidad. Acaso el amor no es eso? Nunca se ha enamorado Usted?”, argüí inconcientemente.
“Y eso qué tiene que ver, pelmazo? Con qué tupé rompes las reglas y te abogas el poder de decidir el destino de las personas?”
“Y Bostón?”, dije, sin pensar.
“Pero qué! Estás hablando con tu Dios, pedazo de marmota! No podés hacerte cargo del destino de otros…No pensaste en el libre albedrío?”
“Si, es que yo….”
“Calla, gusano! Provocaste mi ira. Me hiciste calentar. Y vas a recibir el peor de los castigos…y por partida doble”
“Pero Señor….puedo remediarlo”
“Silencio! Te condeno a deambular 40 años por las canchas, y nunca verás a Independiente campeón, ni siquiera de la copa de verano……vas a morir dos días antes de verlos levantar una copa…..y por si esto fuera poco, antes de los 40 te vas a quedar bien calvo”
“No!”, grité, “negociemos, por favor”
“Nada! Blasfemo! Pagarás…blasfemo!”
Mientras se alejaba profiriendo amenazas, el gran dedo acusador de Dios rozó la luz de mercurio de la calle:
“¡Blasfemo! ¡Ay la puta, me quemé!”

Cuando abrí los ojos, un grupo de tipos se encontraban impávidos, parados alrededor de mi cama. Eran los trastornados de la cofradía.
“Sabemos lo que estás haciendo, y pagarás. Más vale que tengas la heladera llena, no nos obligues a llamar a un delivery”
Ellos querían llevarse los manuscritos que contenían la vida de Amanda. Los convencí para que me dejasen pergeñar unos últimos detalles, para darle un poco de sentido a mi retirada. Les aseguré que no tramaba ninguna trastada, ni mucho menos matar a mi personaje central. Ya no me quedaban ganas de engañar a nadie.
Esa misma madrugada le dí a Amanda mi último pedazo de amor; lo hice con el objetivo de rescatar un poco de dignidad para mí mismo.

A la mañana siguiente, ella volvió a llamarme:
“Hola Gaby. Tengo que contarte algo”
Yo palpitaba hacía rato lo que iba a venir.
“Lo conocí hace unos días. Es un poco más joven que yo; es divino! Se llama Nicasio”
“Ja!”, pensé “Algún defecto debía tener el desgraciado”
Ella me contó detalles de cómo se conocieron; toda la secuencia la había escrito yo un rato antes.
Mientras ella hablaba, yo asentía fingiendo sorpresa.
“Estoy tan feliz! Pero ahora de verdad”
Con cada palabra, parecía que me hurgaban el corazón con una cuchara de helado.
“Ahá…qué bueno Ami!”, repetía yo; mientras tanto, le untaba mermelada al periódico y masticaba las tres primeras páginas del suplemento deportivo.
“Es un fanático de los asuntos de los Pueblos Originarios. Mañana salimos para Neuquén, a una reservación mapuche.”
“Quiero que te cuides”, sentenció, “creo que de ahora en más no vamos a poder hablar tan seguido. Cuidate mucho Gaby”
“Te quiero”, murmuré, pero ella ya había colgado.
Fue la última vez que hablé con Amanda.
Esa misma tarde, entregué los manuscritos a los locos de la cofradía y dejé el destino de Amanda en manos anónimas, como corresponde.
Como le corresponde a mí propio destino y al de vosotros.
Con el tiempo, dejé de buscar en otras mujeres detalles de ella: su pelo color zanahoria, su sonrisa, sus ojos y la manera de ruborizarse cuando mentía.
Con el tiempo también, pude colocar la puerta de mi cuarto en su lugar.

Hoy en día, escribo novelas de ciencia ficción bajo el seudónimo de H. P. Lovecraft.
Mis historias son tan absurdas que difícilmente hagan daño a nadie.
A propósito, si alguien de ustedes tiene en el fondo de su casa un criadero de chinchillas radioactivas superinteligentes, tal vez quiera saber qué le depara el porvenir.
Si quiere contactarme, mi mail es…….

No hay comentarios:

Publicar un comentario