sábado, 11 de septiembre de 2010

EPIFANÍA

Empanadas místicas. Así les llamaban a las preparadas por Jacinta, la abuela salteña de un amigo mío.


Jacinta era una vieja bruja. Pero no de la categoría de mi suegra.
Jacinta había sido chamana en su comunidad, allá en Tinkunaku,

Las empanadas preparadas por ella, si bien eran riquísimas, no tenían nada de sobrenaturales.
Pero, a veces las usaba para sus sortilegios.
Condimentándolas con un raro ají putaparió, el efecto producido era un volcán infernal en el organismo, lo que llevaba a un paroxismo de delirio.
Éso lo viví en carne propia.

Una vez, mientras ella amasaba, le insistí para que con su magia, me hiciera ver el futuro.
Medio en serio y medio en broma, mi actitud resultaba casi insolente.
Ella, más buena que el pan, me decía con infinita paciencia: “Je! Qué chico éste!
“-Un día te voy a sorprender. El futuro?”, decía sonriente, “Sentáte y esperalo”.

Un rato después, estábamos los tres, bajo la parra del patio, devorando aquellas exquisiteces.
Yo noté con extrañeza que Jacinta había extendido una manta con esos dibujos tan llamativos y hermosos con que ella sabía decorar sus vestimentas.
De repente, al darle un tarascón a la quinta o sexta empanada, sentí como una marea de lava que se apropió de mi lengua. Tomé un trago de vino para calmar el efecto, pero el líquido pareció evaporarse en mi boca. Y ya era tarde para intentar con otro trago. El fuego dio cuenta de mi garganta y de mi estómago también.
La cabeza pareció despegarse de mi cuello y el mareo no me dejó saber si caí al piso, si salí volando por el cielo nocturno de la Boca o siquiera saber si me encontraba de pie o de cabeza.
Temblando como una hoja, con los ojos apretados y el trasero fruncido, me sentí luego parado, zozobrando en un mar de delirio.

Entonces, sentí una mano que tomaba la mía suavemente. Era Jacinta.

“-No hay dolor”, me dijo. “Abrí los ojos”.
En verdad, ya no había dolor, sólo un cagazo cósmico. Instintivamente, apreté con fuerza la mano de ella.
“-Shinkakuy”, me dijo.
Yo la miré desorientado.
“-No tengás miedo. No querías tu viajecito al mañana? Pues aquí estamos”, me dijo, con
una dulzura capaz de pasmar al mismísimo Mandinga.
Mientras, nos acercábamos de la mano hacia la puerta de calle.

“-Bien. Ya podés salir”, me dijo.
Yo no quería soltar su mano.
“-No venís conmigo?”, le pregunté asustado.
“-Alguien conocido te va a acompañar. Seguro que se van a entender bien. Son tan parecidos”, dijo Jacinta, antes de dejarme afuera y cerrar la puerta.

En la vereda me esperaba un anciano. Su rostro risueño me pareció terriblemente familiar.
No tardé en comprender que se trataba de mí mismo. El anciano era yo.
“-Qué caripela, chabón!”, exclamó. “Largá el faso de una vez!”.
Yo miré azorado a mí alrededor. Era de día.
“-Vení conmigo”, dijo. Me tomó de un brazo y caminamos.
En realidad, todo estaba igual. Hasta el empedrado de Pedro de Mendoza seguía igual que siempre.
“-Cuándo?...Cuánto?”, balbuceé.

Nos detuvimos en la vereda de una casa de loterías, en la esquina.
El anciano me señaló la vidriera.
“20 de setiembre de 2040”, rezaba un cartelito.
“-Treinta años!”, exclamé. “Entonces, yo…..vos”.
“-Setenta y siete”, dijo sonriente.
“-Estás enterito viejo. La verdad es que yo no pensaba llegar así”, le dije.
“-Directamente, no pensabas llegar”, retrucó.

Después de un rato de mirarnos como pavotes, me dijo: “Vamos”.
“-Adonde?”, pregunté.
“-Al centro. Quiero que veas algo”.
Tomamos el 64.

Los bondis de ese entonces eran más pequeños. Como combis, con puertas automáticas que se abren a la altura del pasajero que va a bajar o subir.
“-Hoy en día, cualquiera tiene móvil propio”, dijo en anciano.
“-Menos vos”, pensé. Pero al rato me avergoncé por faltarme el respeto de esa manera.

“-Bueno”, me dijo, cuando ya nos hallábamos en viaje. “Preguntá. Mirá que el tiempo corre”.
Yo, cavilé un rato. Luego me quedé en silencio. Tenía la mente embotada.
“-No cambiás más vos, eh?”, dijo. “Bien. A ver. Qué te puedo contar? Te acordás de la soja? Del desastre que armó?”.
Yo, asentí con la cabeza.
“-Bien. A causa de eso, después de muchos avatares, se decretó que todo el país es una reserva nacional”, dijo.
“-No te puedo…”, dije, asombrado.
“-De veras. Hasta para cambiar las plantas de los canteros hay que pedir autorización a Parques Nacionales”.

Mientras avanzábamos, vi que la ciudad no había cambiado mucho. Sin embargo, me llamaron la atención unas grandes columnas, erigidas cada tanto a lo largo de Paseo Colón. Si bien se notaba que eran antiguas, estaban erizadas por cúmulos de varillas, que denotaban que las mismas estaban inconclusas.

“-Son de la jefatura de Macri”, explicó el anciano. “En 2011, en pleno apogeo de la decadencia de su gobierno, Mauricio tuvo la idea más delirante de todas. Asoció la problemática de los sin techo con los derrumbamientos que cada dos por tres se daban en la Capital. En consecuencia decidió hacer un único y gran techo para todos los habitantes. Si, quiso techar la ciudad entera”.

Yo lo miraba con incredulidad.
“Gracias a Dios lo frenaron a tiempo”, concluyó.

“-Y qué fue de la vida de Mauricio?”, pregunté.
“-Se jubiló de tachero”, respondió mi anciano.
“-Y qué pasó con el resto de la opo?”, dije.
“-A ver”, pensó. “Cobos se retiró de la política y fundó una escuela de filosofía: El no positivismo. No le fue muy bien. Acá tenemos un dicho popular: Solo como Cobos el día del amigo”, dijo sonriente.
“-Qué más?”, pensó. “Carrió. Si. Carríó terminó como…Viste la película Spawn?”.
“-No”, respondi.
“-Bueno. Tuvo el mismo fin que el payaso diabólico de esa película”, dijo.

“-Y…El innombrable?”, pregunté en voz baja.
“-Quién? Magnetto?, preguntó.
“-Ahá”, respondí.
“-A Magnetto le pasó lo que se merecía. Murió”, dijo.

Llegando a Independencia, me llamó la atención un edificio moderno. Su frente era de vidrio. Estaba impecablemente iluminado y era vistoso por el orden que demostraba.
“-Eso es un puesto de diarios”, explicó mi anciano. “Después de la apertura de los medios, las comunicaciones se transformaron. Ahora hay más diarios que gente”.

Habiendo recuperado la calma, se me agolparon todas las preguntas juntas:
“-Y 678? Sigue todavía?”, pregunté.
“No. Hace rato que no existe. Se buscó tanto la verdad y cambiaron tanto las cosas, que ya no hubo más ollas que destapar. Se llegó a un punto en que los panelistas e invitados se pasaban las emisiones hablando de fútbol o de lo que habían comido durante el almuerzo”.

“Galende y los demás”, prosiguió, “terminaron conduciendo un programa que se llamaba “Venga a festejar”. Un bodrio”, sentenció.

“-Y TN sigue en el aire”, dijo. “Pero no te asustes. La señal se fue desgastando tanto que en éstos días es un canal para cierto sector de adolescentes. Tipo Ná, se llama ahora”, aclaró.

“-Entonces”, pregunté, “Cómo es la oposición ahora?”.
“-La oposición se transformó en un contrapeso amable. Nosotros somos la oposición. Cuando hay que acompañar, acompañamos. Cuando no, debatimos”, dijo.
Yo no lo podía creer. Y quién estaba al frente ahora?
Iba a preguntárselo, pero justo, en Avenida de Mayo y 9 de Julio, nos bajamos.

La avenida estaba cortada. Una gran multitud se agolpaba a lo largo de la ancha calle.
Había clima de alegría y entusiasmo.
“-Qué pasa?”, pregunté. “Qué día es hoy?”.
“-Ya sabés la fecha”, dijo.
“-Si, pero qué se conmemora?”
“-Nada en especial”, aclaró, “Sólo es un día de festejo”.

Al fondo, donde estaba el obelisco, se erigía un gran escenario. La escena era muy similar a los festejos del bicentenario.
“-Mirá. Ves el escenario?”, me dijo el anciano. Ambos ya nos habíamos acercado bastante al mismo.
“-El que está hablando es nuestro presidente. Allá por 2011 se generaron muchos partidos nuevos”, dijo. “Te acordás de las tomas de los colegios en 2010? Pues él es uno de esos pibes”.
“Mirá vos”, dije asombrado.

El viejo arrimó su cabeza a la mía.
“-Y, decíme. No ves más nada en el escenario?”, preguntó.
Yo agucé la vista, pero en realidad no sabía a qué se refería.
“-Mirá bien, boludo”, exclamó. “Ves quién está ahí?”

Entonces, lo que vi, me hizo temblar las piernas. Mejor dicho a quién vi.
Era la anciana más hermosa que mis ojos habían visto.
Ahí estaba, sentadita en la inmensidad del escenario. Viejita ella, pero con la maravillosa sonrisa intacta. Era ella, mi amor imposible. Era por quien yo y tantos otros habíamos estado dispuestos a dar la vida.
La garganta se me cerró.
“-Es? Es ella…Es Cris”, dije casi sollozando.
“-Si. La están homenajeando”, dijo el viejo. Un poquito emocionado también.
“-No entiendo”, dije. “No somos oposición?”.
“-Y? Te dije que las cosas habían cambiado”, respondió el viejo.

“-Lo mejor, no lo sabés todavía”, me dijo. “Es viuda”, exclamó con entusiasmo pueril.
Yo no comprendía.
“-Ahora puede ser que yo tenga una chance. Me entendés?”, agregó.
Luego, agachó su cabeza y me mostró su calva.
“-Ves?”, me dijo.
Tenía una pequeña cicatriz.
“_Un día, se acercó a saludar a la gente y yo le quise dar un pico. Un orangután de la custodia me pegó un mamporro”.
“-Vos estás loco, viejo”, le dije cagándome de la risa.
“-Si, pero no sabés cómo es ella de solidaria? Al otro día me visitó en el hospital. A mí!
Y me dio su dirección de mail”, concluyó ilusionado.”De qué sirve morir si no es por amor?”

Un rato después, el viejo me dijo: “Quiero que la mires bien. Concentrate en ella. Vas a conocer el porqué de este viaje”.
Yo miré a Cristina. Sentadita, menuda y sonriente. Pudorosa alzaba su mano, saludando a la multitud que la aclamaba.

De pronto, sentí un torbellino de imágenes que embargaron mi memoria. Era como el aleph descrito por Borges.
Era como un remolino de escenas que se sucedían en mi mente sin un aparente orden.
Era un sueño dentro de ese sueño mismo que estaba protagonizando.

Entonces recordé cosas tan dispares como las razzias de la Policía, el olor de las molotov, la picadora de carne de Pink Floyd the Wall, la Casa Tomada de Cortazar.
Recordé a mi perro muerto de tristeza, a mi primera novia sexual, a mi eyaculación involuntaria mientras apretábamos en un galpón abandonado del puerto, a su risa bestial y a mi vergüenza.
Recordé Malvinas, el submarino seco, las venas abiertas que eran mías y no las de Galeano.
Recordé a la Cándida Erendira y a su abuela desalmada. Recordé al MAS, a la Democracia, a la dictadura de la guita, a las colas de desempleados con el clasificado de Clarín bajo el brazo.
Recordé la desolación, la indiferencia, el desamparo de los noventa.
Recordé los piquetes del “campo”, la salida del letargo y el renacer de la esperanza.

Entonces comprendí. Todo se concentraba como un láser en un solo punto. En una personita, sentada allí en el escenario. Era mi propia historia la que desembocaba ahí, con ella.
Ésta era la verdadera epifanía. La revelación por la cual estaba allí.
Porque nunca tuve tan clara la verdad como en ese momento, en el cual supe dos cosas que me acompañarán por el resto de mi existencia:

Primero, que el amor incondicional parte de nuestra propia historia. Amamos al otro por lo que somos nosotros mismos.
Segundo, que el mal existe por algún propósito. Para hacer que el bien se luzca. Que resplandezca como un sol. Si no, cómo se explica la grandeza de aquella mujer en el ocaso de su vida, tan gloriosa, tan conmovedora, sin los malvados que la provocaron y la hicieron surgir.

El viejo me sacó de la abstracción con un suave soplido en el oído.
“_Y? Lo viste?”, me dijo.
Yo asentí con la cabeza.
“-Te envidio”, dijo el viejo. “Todavía lo recuerdo”.

Luego dijo: “Vamos”.
“-Adónde”, pregunté.
“-Al subte”.
“-Uy, qué bueno!”, exclamé. “Hasta dónde llega la A?”.
“-Hasta Liniers. Y la C hasta Avellaneda”, dijo.

“-Quiero saber algunas cosas”, le dije entusiasmado. “Hay alguien, a quién vi una sola vez. Quizás te acuerdes. Ella me partió el coco. Me arrancó el corazón, lo cortó en cuadraditos y se lo comió salteado con cebollas”, dije.
“-Querés saber cuándo se va a morir?”, exclamó.
“-No! Estás loco? Quiero saber si voy a volver a verla”, dije.
El viejo me miró piadosamente.
“-En el fondo no querés saberlo”, sentenció.

Llegamos a la boca del subte.
“-Bien. Eso no importa”, le dije. “Pero hay otras cosas…”
El viejo se quedó parado. Yo, de pie en la escalera mecánica, me iba alejando de él.
“-Qué hacés? No venís?”, le dije asombrado.
“-Fin del viaje pibe”, dijo.
“-Pero. Pará! Tengo muchas cosas que preguntarte. Puedo ver a mi familia?”
“-No”, respondió.
“-Podés decirme si ganamos en 2011?”
“-No. No puedo”.
“-Pero decíme algo! Voy a ser feliz alguna vez?”
-Nosé. Pero no abusés del Viagra”, me dijo, dándose palmaditas en el pecho.
“-Pero…si yo no (bueno, si él lo dice)”, pensé.

La escalera se perdía en lo profundo, cuando le dije: “Aun que sea tirame una fija! No seas hijo de p…”



Cuando abrí los ojos, estaba tirado sobre la manta en el piso del patio. Tenía el rostro bañado en mi propia baba.
Los ojos parecían querer saltárseme de la cabeza. Me ardía el estómago, la garganta y el alma.
Jacinta estaba agachada frente a mí. Me miraba con dulzura.
“-Volviste. Estás bien?”, me dijo.
“-Tengo adormecido el orto”, dije, balbuceando.
Ella se rió con ganas. Luego me acercó un vaso.
Yo me aparté con recelo.
“-Es Buscapina, tonto”, dijo Jacinta.

De pronto me acordé de algo.
Cuando el viejo me hizo mirar la vidriera de la casa de quinielas, yo, astutamente espié el número que había salido a la cabeza.
“-Sos un genio”, me dije a mí mismo.
Raudamente me levanté y anoté el número en un papelito. Ése iba a ser el regalo para mis nietos, para el 20 de setiembre de 2040.

Más tarde, mientras iba en bondi para mi casa, una idea se cruzó por mi cabeza.
El viejo, lo primero que me mostró, fue la vidriera del negocio de quiniela.
Él quería que yo espiara ese número?
Viejo tramposo.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Tachero pro

Subí a un taxi, en Corrientes y Pasteur.


-Buen día jefe. Adónde vamos?
-San Telmo. A la Manzana de las Luces.
-Bien...Pero tenemos que abrirnos. En Callao está cortado.
...-Como usted diga.

-Qué raro no? (dice el tachero)
-Qué cosa?
-Que corten la calle....No hay un puto día que no hagan un piquete o una marcha por algo.
-Y, si. Está complicada la cosa.
-Hoy son los pibes de la secundaria...
-Ahá..
-A usted le parece?
-Qué cosa?
-Los pibes....Con tal de no tener clases, los bolonquis que hacen.
-Pero, me parece que están reclamando por .......
-Hacéme el favor! (se exaspera) A la escuela se va a estudiar, no a hacer política. Los zurdos tienen la culpa.
-No creo. .Mire que el otro día se le cayó un pedazo de mampostería en la cabeza a un pibe en la escuela..
-Si. Pero, era argentino? Las escuelas públicas están llenas de inmigrantes. Paraguayos, peruanos, bolitas..
-Y eso qué tiene que ver?
-Que el gobierno está gastando plata en gente que viene de afuera. Porque, diga la verdad, usted mandaría a sus hijos a una escuela pública?
-Y, la verdad....
-Vió? Si sabe que son un desastre.
-Si, pero no debería ser así...
-Lo que pasa es que a la juventud de ahora no les importa nada. Ellos con el internet todo el día, viven colgados. Y la falopa....Fuman fasitos en el baño de la escuela...
-No crea que...
-Le molesta si fumo?
-Y...yo....
-Gracias. Estoy tratando de dejar, vio? Vicio puto éste. Le molesta el humo? No importa, le bajo la ventanilla...Ahí está. Vió qué fresquete? Cinco de térmica.

-Le decía (prosiguió). Lo que hay que hacer en este país es controlar la inmigración, como hacen en Europa.
-Si, pero los europeos alguna vez fueron inmigrantes acá..
-Bueno..sí....pero eran....europeos.

Me señala un edificio en Belgrano y San José.
-Mire. Ve ése edificio? En el tercero hay un "pelotero". Labura una paraguayita que no sabe lo que es. Tercer piso. Acuerdesé.
-Bueno...
Dió otra bocanada de humo y siguió hablando:
-Y usted a qué se dedica?
-Escritor.
-Y, de éso vive?
-Trato.
-Yo, cuando tenía tres años, escribí un libro de historia.....Mi viejo casi me mata.... Jua jua!
Me miraba con ojitos chispeantes por el espejito.
-Je. Si, lo entendí. Muy bueno (dije).
-Dió una gran pitada al cigarrillo.
-Anoche laburé hasta tarde. Habían cerrado la calle en Paseo Colón. Enfrente del Parque Lezama.
-Ah, sí. Un desalojo de la UCEP (respondí).
-Eso. Y qué va 'ser. Es la única manera....Después, en Recoleta, me paró la cana. Control de Tránsito. Les dije:"Qué pasa? Estamos en la dictadura?" El cana abrió los ojos así de grandes!

Bajé en Diagonal Sur y Perú.
-Suerte jefe. Esperemos que en 2011 tengamos un presidente varón. Lo dejo en buenas manos!
Dijo, mirando la estatua de Roca.

Un "tipazo" el hombre.

Visita a la Rural

Entré en una etapa de mi vida en que me urge la necesidad de probar nuevas experiencias.

Por ende, opté por probar emociones fuertes, tales como:
Pasearme por las dársenas de colectivos de Constitución con un celular en la mano.
Cruzar en moto el puente de La Boca un día de lluvia.
Tratar de obtener un turno en el Odontológico Infantil, sin perder la paciencia.

Habiendo fracasado en todos esos cometidos, me quedaba una última prueba: Visitar la Exposición Rural.
Para allá enfilé pues, una fría mañana. Emponchado, con boina y provisto de mi abrigada campera de corderito.

Para hacer didáctico el paseo, aproveché el conocimiento de un habitué del lugar. El paisano Zoilo Cantón.

Junto a un grupo de visitantes, arrancamos la visita guiada frente a un corral lleno de remeras, buzos y chombas. “Este es el stand de la Sociedad de criadores de Jersey”, expuso nuestro avezado guía.

Más allá, nos detuvimos frente a un espacio ocupado por simpáticos caprinos. “Estas son cabras de Quimili. Acá pueden apreciar las cabras madres con sus cabritos”.
Atrás, sobre una columna, había colgada una foto de Aníbal y de Moreno juntos.
“Ahí están los cabrones”, redondeó el Zoilo.

Más adelante, me llamó la atención un corral vacío.
“Este es el sector de los carneros. Pero vino gente de Moyano y se los llevaron a todos”, aclaró Cantón.

Seguimos avanzando y nos detuvimos frente a un enorme toro colorado, rodeado por peones que lo acicalaban con cepillos, secadoras eléctricas y masajeadoras.
“Este es el gran campeón Hereford”, dijo Zoilo.
“Si observan en el piso, podrán apreciar una generosa porción de bosta campeona. Se permite sacar fotos”.

Nos acercamos después a un joven paisano que tenía en brazos a un hermoso cabrito.
La gente se arrimaba para tocarlo y hacerle mimos.
“Tenga cuidado. No lo toque cerca de los dientes. Si tiene hambre, lo puede morder”, me dijo Zoilo.
“Y parece tan mansito”, le dije.
“Yo me refiero al peón”, aclaró.

La prioridad para acariciar al cabrito la tenían los chicos.
“Qué tierno!”, decía una madre, mientras su hijita se deshacía de amor por el animalito.
“Macerado con leche, al asador, no sabe cómo queda, Doña”, dijo el paisanito, ante la mirada aterrada de la niña.

Decidí apartarme del grupo para tener contacto con la gente del lugar. Con los auténticos trabajadores.
Me acerqué a un corral donde un muchachito acomodaba la paja que cubría íntegramente el piso.
“A qué te dedicás vos?, le pregunté.
“Soy pajero, señor”, contestó.
Descolocado con la respuesta, amagué a cortar el diálogo, pero el muchacho prosiguió en tono nada discreto.
“Mi papá era pajero y mi abuelo era un gran pajero, allá en Manuela Pedraza. Mis hermanos? Todos pajeros”.
Yo asentía sonriendo incómodo, pero al pibe le había agarrado un ataque de docencia.
“La paja, señor, tiene sus cuestiones”.Dijo, mientras se agachaba y tomaba un par de briznas con los dedos. “En mi familia tenemos la habilidad de hacer las mejores pajas. Es cuestión de mano”.
“Y, sí, por supuesto”, atiné a decir, nervioso y mirando de reojo hacia un lado y hacia otro.
“Le digo más, en mi pueblo, todo el mundo se dedica a la paja. Hasta el cura. Es un reverendo pajero. Pregunte en Manuela por el pajero más grande y lo llevarán a mi casa, don”. Seguía su discurso mientras me alejaba gentilmente.

En otro stand, ví algo gracioso. Un coiffeur de ovejas.
El tipo andaba entre las bestiezuelas lanudas, cepillo de brushin en mano, seguido por una caterva de asistentes con secadoras de pelo, tijeras y demás adminículos para la ocasión.
Mientras peinaba a una oveja haciendo aspavientos, cual Miguel Romano, al ver que yo lo observaba con admiración, me dijo: “Todas me piden el corte Dolly. Es la moda”.

Noté con tristeza que una de las ovejitas observaba el corderito de mi campera y una lágrima le rodaba por la mejilla.

Más allá, me crucé con una señora que no tenía pinta de ser del campo.
“Soy de Gonzales Catán”, me dijo. “Traje a los chicos porque les encantan los animales exóticos, y acá está lleno de ellos”.
“Usted querrá decir, animales de granja”, aclaré.
“No, yo digo por los gorilas”, manifestó.

También había un stand de alpacas.
“La alpaca es un camélido del cual todo es aprovechable, sea el cuero, el pelo, los huesos, la carne, etcétera”, explicó Zoilo.
Me quedé un rato pensando de qué parte del animal era el cucharón de alpaca que me regaló mi abuela.


De ahí nos trasladamos hasta un pabellón en forma de escenario, cuyo telón estaba cerrado aún.
“He aquí, la vedette de la exposición!”, vociferó un presentador.
“Joya!”, pensé, “Ahora vamos a ver un par de culos!”.
Me dí cuenta que me equivoqué de cabo a rabo cuando el tipo gritó: “Laaa! genéticaaa!”.

La investigación genética se usa en el campo para diseñar razas más productivas.
A veces se zarpan y los experimentos derivan en cosas muy locas. En 2001, en pleno quilombo de la Alianza, lograron cruzar un buey con genes de un jubilado, obteniendo como resultado un cebú jorobado.
El telón se abre y vemos un desfile de mamíferos feos, pero bastante prácticos, como por ejemplo una vaca con un cuerpo alargado, como un gran perro salchicha.
“Es una vaca puro peceto”, murmuró alguien.
También había vacas diseñadas especialmente con carne venenosa, para desanimar el cuatrerismo.
Pero lo más llamativo para mí, fueron unas chivas cuyo ADN había sido alternado con los de un jardinero.
“Estas dan auténtico Chivas Regar”, mandó el presentador.

Comprendí que la cosa se estaba poniendo espesa cuando escuché a uno gritar: “Traigan a la yegua!”.
Como uno tiene su corazoncito, decidí salir raudamente del lugar. Yo, mi poncho y mi boina. Menos la campera.