Empanadas místicas. Así les llamaban a las preparadas por Jacinta, la abuela salteña de un amigo mío.
Jacinta era una vieja bruja. Pero no de la categoría de mi suegra.
Jacinta había sido chamana en su comunidad, allá en Tinkunaku,
Las empanadas preparadas por ella, si bien eran riquísimas, no tenían nada de sobrenaturales.
Pero, a veces las usaba para sus sortilegios.
Condimentándolas con un raro ají putaparió, el efecto producido era un volcán infernal en el organismo, lo que llevaba a un paroxismo de delirio.
Éso lo viví en carne propia.
Una vez, mientras ella amasaba, le insistí para que con su magia, me hiciera ver el futuro.
Medio en serio y medio en broma, mi actitud resultaba casi insolente.
Ella, más buena que el pan, me decía con infinita paciencia: “Je! Qué chico éste!
“-Un día te voy a sorprender. El futuro?”, decía sonriente, “Sentáte y esperalo”.
Un rato después, estábamos los tres, bajo la parra del patio, devorando aquellas exquisiteces.
Yo noté con extrañeza que Jacinta había extendido una manta con esos dibujos tan llamativos y hermosos con que ella sabía decorar sus vestimentas.
De repente, al darle un tarascón a la quinta o sexta empanada, sentí como una marea de lava que se apropió de mi lengua. Tomé un trago de vino para calmar el efecto, pero el líquido pareció evaporarse en mi boca. Y ya era tarde para intentar con otro trago. El fuego dio cuenta de mi garganta y de mi estómago también.
La cabeza pareció despegarse de mi cuello y el mareo no me dejó saber si caí al piso, si salí volando por el cielo nocturno de la Boca o siquiera saber si me encontraba de pie o de cabeza.
Temblando como una hoja, con los ojos apretados y el trasero fruncido, me sentí luego parado, zozobrando en un mar de delirio.
Entonces, sentí una mano que tomaba la mía suavemente. Era Jacinta.
“-No hay dolor”, me dijo. “Abrí los ojos”.
En verdad, ya no había dolor, sólo un cagazo cósmico. Instintivamente, apreté con fuerza la mano de ella.
“-Shinkakuy”, me dijo.
Yo la miré desorientado.
“-No tengás miedo. No querías tu viajecito al mañana? Pues aquí estamos”, me dijo, con
una dulzura capaz de pasmar al mismísimo Mandinga.
Mientras, nos acercábamos de la mano hacia la puerta de calle.
“-Bien. Ya podés salir”, me dijo.
Yo no quería soltar su mano.
“-No venís conmigo?”, le pregunté asustado.
“-Alguien conocido te va a acompañar. Seguro que se van a entender bien. Son tan parecidos”, dijo Jacinta, antes de dejarme afuera y cerrar la puerta.
En la vereda me esperaba un anciano. Su rostro risueño me pareció terriblemente familiar.
No tardé en comprender que se trataba de mí mismo. El anciano era yo.
“-Qué caripela, chabón!”, exclamó. “Largá el faso de una vez!”.
Yo miré azorado a mí alrededor. Era de día.
“-Vení conmigo”, dijo. Me tomó de un brazo y caminamos.
En realidad, todo estaba igual. Hasta el empedrado de Pedro de Mendoza seguía igual que siempre.
“-Cuándo?...Cuánto?”, balbuceé.
Nos detuvimos en la vereda de una casa de loterías, en la esquina.
El anciano me señaló la vidriera.
“20 de setiembre de 2040”, rezaba un cartelito.
“-Treinta años!”, exclamé. “Entonces, yo…..vos”.
“-Setenta y siete”, dijo sonriente.
“-Estás enterito viejo. La verdad es que yo no pensaba llegar así”, le dije.
“-Directamente, no pensabas llegar”, retrucó.
Después de un rato de mirarnos como pavotes, me dijo: “Vamos”.
“-Adonde?”, pregunté.
“-Al centro. Quiero que veas algo”.
Tomamos el 64.
Los bondis de ese entonces eran más pequeños. Como combis, con puertas automáticas que se abren a la altura del pasajero que va a bajar o subir.
“-Hoy en día, cualquiera tiene móvil propio”, dijo en anciano.
“-Menos vos”, pensé. Pero al rato me avergoncé por faltarme el respeto de esa manera.
“-Bueno”, me dijo, cuando ya nos hallábamos en viaje. “Preguntá. Mirá que el tiempo corre”.
Yo, cavilé un rato. Luego me quedé en silencio. Tenía la mente embotada.
“-No cambiás más vos, eh?”, dijo. “Bien. A ver. Qué te puedo contar? Te acordás de la soja? Del desastre que armó?”.
Yo, asentí con la cabeza.
“-Bien. A causa de eso, después de muchos avatares, se decretó que todo el país es una reserva nacional”, dijo.
“-No te puedo…”, dije, asombrado.
“-De veras. Hasta para cambiar las plantas de los canteros hay que pedir autorización a Parques Nacionales”.
Mientras avanzábamos, vi que la ciudad no había cambiado mucho. Sin embargo, me llamaron la atención unas grandes columnas, erigidas cada tanto a lo largo de Paseo Colón. Si bien se notaba que eran antiguas, estaban erizadas por cúmulos de varillas, que denotaban que las mismas estaban inconclusas.
“-Son de la jefatura de Macri”, explicó el anciano. “En 2011, en pleno apogeo de la decadencia de su gobierno, Mauricio tuvo la idea más delirante de todas. Asoció la problemática de los sin techo con los derrumbamientos que cada dos por tres se daban en la Capital. En consecuencia decidió hacer un único y gran techo para todos los habitantes. Si, quiso techar la ciudad entera”.
Yo lo miraba con incredulidad.
“Gracias a Dios lo frenaron a tiempo”, concluyó.
“-Y qué fue de la vida de Mauricio?”, pregunté.
“-Se jubiló de tachero”, respondió mi anciano.
“-Y qué pasó con el resto de la opo?”, dije.
“-A ver”, pensó. “Cobos se retiró de la política y fundó una escuela de filosofía: El no positivismo. No le fue muy bien. Acá tenemos un dicho popular: Solo como Cobos el día del amigo”, dijo sonriente.
“-Qué más?”, pensó. “Carrió. Si. Carríó terminó como…Viste la película Spawn?”.
“-No”, respondi.
“-Bueno. Tuvo el mismo fin que el payaso diabólico de esa película”, dijo.
“-Y…El innombrable?”, pregunté en voz baja.
“-Quién? Magnetto?, preguntó.
“-Ahá”, respondí.
“-A Magnetto le pasó lo que se merecía. Murió”, dijo.
Llegando a Independencia, me llamó la atención un edificio moderno. Su frente era de vidrio. Estaba impecablemente iluminado y era vistoso por el orden que demostraba.
“-Eso es un puesto de diarios”, explicó mi anciano. “Después de la apertura de los medios, las comunicaciones se transformaron. Ahora hay más diarios que gente”.
Habiendo recuperado la calma, se me agolparon todas las preguntas juntas:
“-Y 678? Sigue todavía?”, pregunté.
“No. Hace rato que no existe. Se buscó tanto la verdad y cambiaron tanto las cosas, que ya no hubo más ollas que destapar. Se llegó a un punto en que los panelistas e invitados se pasaban las emisiones hablando de fútbol o de lo que habían comido durante el almuerzo”.
“Galende y los demás”, prosiguió, “terminaron conduciendo un programa que se llamaba “Venga a festejar”. Un bodrio”, sentenció.
“-Y TN sigue en el aire”, dijo. “Pero no te asustes. La señal se fue desgastando tanto que en éstos días es un canal para cierto sector de adolescentes. Tipo Ná, se llama ahora”, aclaró.
“-Entonces”, pregunté, “Cómo es la oposición ahora?”.
“-La oposición se transformó en un contrapeso amable. Nosotros somos la oposición. Cuando hay que acompañar, acompañamos. Cuando no, debatimos”, dijo.
Yo no lo podía creer. Y quién estaba al frente ahora?
Iba a preguntárselo, pero justo, en Avenida de Mayo y 9 de Julio, nos bajamos.
La avenida estaba cortada. Una gran multitud se agolpaba a lo largo de la ancha calle.
Había clima de alegría y entusiasmo.
“-Qué pasa?”, pregunté. “Qué día es hoy?”.
“-Ya sabés la fecha”, dijo.
“-Si, pero qué se conmemora?”
“-Nada en especial”, aclaró, “Sólo es un día de festejo”.
Al fondo, donde estaba el obelisco, se erigía un gran escenario. La escena era muy similar a los festejos del bicentenario.
“-Mirá. Ves el escenario?”, me dijo el anciano. Ambos ya nos habíamos acercado bastante al mismo.
“-El que está hablando es nuestro presidente. Allá por 2011 se generaron muchos partidos nuevos”, dijo. “Te acordás de las tomas de los colegios en 2010? Pues él es uno de esos pibes”.
“Mirá vos”, dije asombrado.
El viejo arrimó su cabeza a la mía.
“-Y, decíme. No ves más nada en el escenario?”, preguntó.
Yo agucé la vista, pero en realidad no sabía a qué se refería.
“-Mirá bien, boludo”, exclamó. “Ves quién está ahí?”
Entonces, lo que vi, me hizo temblar las piernas. Mejor dicho a quién vi.
Era la anciana más hermosa que mis ojos habían visto.
Ahí estaba, sentadita en la inmensidad del escenario. Viejita ella, pero con la maravillosa sonrisa intacta. Era ella, mi amor imposible. Era por quien yo y tantos otros habíamos estado dispuestos a dar la vida.
La garganta se me cerró.
“-Es? Es ella…Es Cris”, dije casi sollozando.
“-Si. La están homenajeando”, dijo el viejo. Un poquito emocionado también.
“-No entiendo”, dije. “No somos oposición?”.
“-Y? Te dije que las cosas habían cambiado”, respondió el viejo.
“-Lo mejor, no lo sabés todavía”, me dijo. “Es viuda”, exclamó con entusiasmo pueril.
Yo no comprendía.
“-Ahora puede ser que yo tenga una chance. Me entendés?”, agregó.
Luego, agachó su cabeza y me mostró su calva.
“-Ves?”, me dijo.
Tenía una pequeña cicatriz.
“_Un día, se acercó a saludar a la gente y yo le quise dar un pico. Un orangután de la custodia me pegó un mamporro”.
“-Vos estás loco, viejo”, le dije cagándome de la risa.
“-Si, pero no sabés cómo es ella de solidaria? Al otro día me visitó en el hospital. A mí!
Y me dio su dirección de mail”, concluyó ilusionado.”De qué sirve morir si no es por amor?”
Un rato después, el viejo me dijo: “Quiero que la mires bien. Concentrate en ella. Vas a conocer el porqué de este viaje”.
Yo miré a Cristina. Sentadita, menuda y sonriente. Pudorosa alzaba su mano, saludando a la multitud que la aclamaba.
De pronto, sentí un torbellino de imágenes que embargaron mi memoria. Era como el aleph descrito por Borges.
Era como un remolino de escenas que se sucedían en mi mente sin un aparente orden.
Era un sueño dentro de ese sueño mismo que estaba protagonizando.
Entonces recordé cosas tan dispares como las razzias de la Policía, el olor de las molotov, la picadora de carne de Pink Floyd the Wall, la Casa Tomada de Cortazar.
Recordé a mi perro muerto de tristeza, a mi primera novia sexual, a mi eyaculación involuntaria mientras apretábamos en un galpón abandonado del puerto, a su risa bestial y a mi vergüenza.
Recordé Malvinas, el submarino seco, las venas abiertas que eran mías y no las de Galeano.
Recordé a la Cándida Erendira y a su abuela desalmada. Recordé al MAS, a la Democracia, a la dictadura de la guita, a las colas de desempleados con el clasificado de Clarín bajo el brazo.
Recordé la desolación, la indiferencia, el desamparo de los noventa.
Recordé los piquetes del “campo”, la salida del letargo y el renacer de la esperanza.
Entonces comprendí. Todo se concentraba como un láser en un solo punto. En una personita, sentada allí en el escenario. Era mi propia historia la que desembocaba ahí, con ella.
Ésta era la verdadera epifanía. La revelación por la cual estaba allí.
Porque nunca tuve tan clara la verdad como en ese momento, en el cual supe dos cosas que me acompañarán por el resto de mi existencia:
Primero, que el amor incondicional parte de nuestra propia historia. Amamos al otro por lo que somos nosotros mismos.
Segundo, que el mal existe por algún propósito. Para hacer que el bien se luzca. Que resplandezca como un sol. Si no, cómo se explica la grandeza de aquella mujer en el ocaso de su vida, tan gloriosa, tan conmovedora, sin los malvados que la provocaron y la hicieron surgir.
El viejo me sacó de la abstracción con un suave soplido en el oído.
“_Y? Lo viste?”, me dijo.
Yo asentí con la cabeza.
“-Te envidio”, dijo el viejo. “Todavía lo recuerdo”.
Luego dijo: “Vamos”.
“-Adónde”, pregunté.
“-Al subte”.
“-Uy, qué bueno!”, exclamé. “Hasta dónde llega la A?”.
“-Hasta Liniers. Y la C hasta Avellaneda”, dijo.
“-Quiero saber algunas cosas”, le dije entusiasmado. “Hay alguien, a quién vi una sola vez. Quizás te acuerdes. Ella me partió el coco. Me arrancó el corazón, lo cortó en cuadraditos y se lo comió salteado con cebollas”, dije.
“-Querés saber cuándo se va a morir?”, exclamó.
“-No! Estás loco? Quiero saber si voy a volver a verla”, dije.
El viejo me miró piadosamente.
“-En el fondo no querés saberlo”, sentenció.
Llegamos a la boca del subte.
“-Bien. Eso no importa”, le dije. “Pero hay otras cosas…”
El viejo se quedó parado. Yo, de pie en la escalera mecánica, me iba alejando de él.
“-Qué hacés? No venís?”, le dije asombrado.
“-Fin del viaje pibe”, dijo.
“-Pero. Pará! Tengo muchas cosas que preguntarte. Puedo ver a mi familia?”
“-No”, respondió.
“-Podés decirme si ganamos en 2011?”
“-No. No puedo”.
“-Pero decíme algo! Voy a ser feliz alguna vez?”
-Nosé. Pero no abusés del Viagra”, me dijo, dándose palmaditas en el pecho.
“-Pero…si yo no (bueno, si él lo dice)”, pensé.
La escalera se perdía en lo profundo, cuando le dije: “Aun que sea tirame una fija! No seas hijo de p…”
Cuando abrí los ojos, estaba tirado sobre la manta en el piso del patio. Tenía el rostro bañado en mi propia baba.
Los ojos parecían querer saltárseme de la cabeza. Me ardía el estómago, la garganta y el alma.
Jacinta estaba agachada frente a mí. Me miraba con dulzura.
“-Volviste. Estás bien?”, me dijo.
“-Tengo adormecido el orto”, dije, balbuceando.
Ella se rió con ganas. Luego me acercó un vaso.
Yo me aparté con recelo.
“-Es Buscapina, tonto”, dijo Jacinta.
De pronto me acordé de algo.
Cuando el viejo me hizo mirar la vidriera de la casa de quinielas, yo, astutamente espié el número que había salido a la cabeza.
“-Sos un genio”, me dije a mí mismo.
Raudamente me levanté y anoté el número en un papelito. Ése iba a ser el regalo para mis nietos, para el 20 de setiembre de 2040.
Más tarde, mientras iba en bondi para mi casa, una idea se cruzó por mi cabeza.
El viejo, lo primero que me mostró, fue la vidriera del negocio de quiniela.
Él quería que yo espiara ese número?
Viejo tramposo.
Me gustó mucho "Epifanía". Colorido, tierno y dulce. Hermoso! Gracias por invitar a leerlo. Voy a seguir con el resto. Saludos Daniel!
ResponderEliminarMuy bueno, cumpa!!!
ResponderEliminarPero que la línea C llegue hasta Lanús, como la vas a cortar en Avellaneda?? xD
Muy buenas las predicciones de toda la oposición-Genial Mauri poniendole un techo a la ciudad, es el señor Burns, no queda otra :P
Y muy buen desenlace!!
me encanto, te sigo chango , becho
ResponderEliminarGrande, ya tenes un fanatico. Muy bueno, muy bueno.Lo difundo en mi muro.
ResponderEliminarSerá que estoy muy sensible, no se, pero me hiciste lagrimear con al imagen de Cristina viejita, siendo homenajeada por un gobierno progresista dentro de treinta años. Hermoso futuro.
ResponderEliminarGran cuento, Dani!! Lo del corazón con cebollas, mmmm!! jajajaja... Cristina
ResponderEliminarves ,por este lado me llegas mas,el cuento es mi pasion,bien che
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